viernes, 19 de octubre de 2018

Hacer las 28 letras del calendario vital.

Hacer las 28 letras del calendario vital.
Edgard J. González.-
19 de octubre, 2018.-

Once letras bastan para escribir nuestro calendario, que esparcidas en cuatro momentos esenciales, se convierten en veintiocho, retadoras, fulminantes.
Fáciles no son, tampoco iguales entre sí. Cada letra tiene su propio tiempo, su propio ritmo.

    Nueve, seis, cinco, ocho.

        La primera es la más complicada, y no todos la trazan completa. Palito preñado.
                       La mayoría tarda nueve lunas, algunos más, algunos menos.
Mientras más avanzamos más se nos reduce el espacio, sumergidos en lo complaciente.
       Nos ovilla, nos constriñe, refugio bamboleante.
           Hay quienes no logran delinearla bien, otros la abandonan sin haberla terminado.

Pero con suerte, húmedos y ensangrentados, llegamos a la segunda letra,
              Palito barrigón, con dos patitas.
     Estando totalmente en blanco vamos dibujando esa letra.
             Manojo de blanda carne, frágiles huesos, llanto y hambre, pezón y sueño.
Treinta y siete y media selenes la segunda, treinta y siete y media selenes la tercera, 
             palito con puntito.
      Sesenta y ciclos lunares, esenciales, formadores, de los cuales poco o nada
                 recordaremos, mantendremos, en esa espiral misteriosa de nuestra memoria.
Amor, odio, protección o negligencia, lo que hayamos recibido entonces.
  Borrado de repente, permanece subconsciente, agazapado, latente.
     Poco o nada recordaremos de ese trayecto fundamental, cincelador, medular.
         La mayor parte quedará en el absoluto olvido, pero es la esencia de lo que seremos.

Cuando vamos del incesante llanto al balbuceo, primeras sílabas, primeros pasos.
Caminamos, corremos, jugamos, saltamos. Caemos, nos levantan. Caemos, nos levantamos.

Escalar las dos colinas de la cuarta letra, recorrer la quinta, pelota con rabo delantero.
Uniforme, morral, pupitre, tiza, pizarrón, recreo. Creyones, barquitos de papel.
Brincos, lectura, correr, bullicio, tarea, risas. Algunos adultos guías, muchos niños compañeros.  
Empujones, discusiones, peleas, reconciliaciones. Fútbol, gimnasia, caramelos, moretones.
Toma poco más de seis vueltas al amarillo incandescente, hacer las dos colinas, y la letra siguiente,                   colina alta y espigada, con travesaño al medio.  
La sexta, el primer cono invertido, dura treinta y siete satélites, a veces más, a veces menos.
    Nuevas tallas, nuevos pelos, potentes hormonas,
        distintas voces, nuevas turgencias, confusión, celos.
           Quedan atrás las cinco letras del candor, de la inocencia,
              mezclamos el acné con la autosuficiencia. 
                 Iconoclastas sin causa, hiperactivos con patético estilo,
                    macarras en ciernes, niñatos de nuevo, endocrinopedantes.
                       Con suerte salimos airosos de esa letra punzante.

Las siguientes tres letras ya nos vamos asentando,
tenedor recortado, otro palito bípedo y barrigón, otra colina flaca y alta, rayita al medio.
   Exploramos el humo, los licores, los ignotos laberintos del sexo .  
       Jugamos al noviazgo con brevedad y torpeza.
         Coronamos lo académico o practicamos prematuras responsabilidades laborales,
            ambas con temor y sin plena conciencia de lo que hacemos, furtivos, inseguros,
               pero creyéndonos inmortales.
Algunos, sin la necesaria preparación, y con sobrada audacia, emprenden por igual el reto de conducir un vehículo, o ensamblar una familia.
       Uno madura en soledad o se estanca en compañía. Llega a buen puerto, o naufraga.

La segunda uve se nos da mejor, con más soltura, mejor estilo.
        Vamos ya con menos prisa y algo de brújula.
Cada letra consume cuatro años y dos meses. Cincuenta lunas llenas para aprender a ser cónyuge, progenitor, colega, amigo, vecino, ciudadano,  Verbenas, excursiones, horas extra, lecturas exigentes o superficiales, conocerse a sí mismo y crecer por dentro.
   Si logramos atravesar ese trayecto de seis,
     desde la segunda montaña invertida, delgada y empinada,recorriendo el tenedor incompleto, 
       el palito de alta preñez con dos patitas, el triángulo con la base subida, la zeta ladeada, 
          hasta la pelotita sin adorno alguno,     
             podemos sentirnos afortunados.       
    Aunque no todos maduran para notar esa obviedad, esa maravilla, 
        alcanzar la cima del medio centenar.
Donde no estás a medio camino, a muchos hasta allí les alcanza este soplo, este hervor, este existir.

Toca el turno a las cinco letras donde la ruta se empina,
       y el caminar se hace lento, trabajoso.
Casi toda la ruta es en subida, tres pelotas con una cruz mal acabada y una zeta caída bajo un simple parasol.   Cruz y zeta se intercalan, pelotas equidistantes.    
Aumentamos el esfuerzo, disminuye el rendimiento, pasos más lentos, más cortos.
   Cada letra consume cinco años, y en este segmento de la escritura vital estamos conscientes,
        plenamente, angustiósamente,
            de que no hay garantías de recorrerlo completo.

Cada letra elimina muchos más que la anterior,  una lotería que incrementa la cantidad de sus seleccionados, nadie quiere salir sorteado.
Las estadísticas, asunto serio y preocupante, en las antípodas de los versos bellos, delicados, y de las canciones que nos hacen sentir alegres. Lo angosto del embudo gramatical apenas deja pasar una élite debajo de esa inestable y cruel zeta acostada bajo su propio alero.

¿Cómo me puedo sentir estando ya en la tercera pelotita, tras de mí la malvada zeta ladeada y su burlona boina totalmente plana y estricta?.

         Incómoda y riesgosa posición.

Sólo me queda cruzar los dedos, y esperar salir ileso de esta penúltima redondez 
  de mi calendario personal,
    disfrutar toda la tercera esfera, agradeciendo de antemano por cualquier letra adicional 
      que pueda recorrer, sin muletas ni lagunas, de las últimas ocho de aquel tramo final.

Sé -desde mi otoño- que no llegaré a delinear todas esas ocho letras finales, muy pocos pueden. 
    Pero me sentiría inmensamente feliz si pudiera pergeñar una o dos letras
        de ese último tramo, más difícil y más divertido,
           Hice mi tarea completa con sus progenitores, 
              que hoy atraviesan sus respectivos veranos,              
                 y espero haber contribuido a moldear en ustedes,
                   -que apenas comienzan sus primaveras-,
                      los rasgos de más calidad, ternura, afecto y trascendencia,
                         para que sean capaces de recorrer
                            con sabiduría, entrega y humildad,
                               las letras que deban delinear, escribir, trazar, vivir,
                                  ya sin su abuelo, aunque algo de este nietecear estará con ustedes,
                                      siempre, siempre.
                               




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