miércoles, 28 de noviembre de 2018

Gaviotas de duelo.

Gaviotas de duelo
     8 julio, 2011
A un mes de tu partida te escribo esta carta, aunque no puedas responderla como hacías con algunos de los correos electrónicos que te enviaba. A pesar de tus ocupaciones con importantes asuntos, tanto terrenales como celestiales, a menudo encontrabas el tiempo para hacerme saber tu opinión sobre algo que te había hecho llegar, o compartías conmigo algún correo que a tu juicio mereciera ser remitido a tus privilegiados destinatarios. Sabiendo lo escaso de tu tiempo libre para estos menesteres de la comunicación personal, valoro en su enorme dimensión el tesoro que nos dispensabas cada vez que nos dedicabas algunos minutos, a todos los que conformábamos el mundo de tus seres más queridos.
Mayita, desde muy joven hiciste a un lado tu individualidad para entregarte en cuerpo y alma al servicio del prójimo, y fueron muchas las tareas que te encomendaron y que supiste cumplir con calidad y eficiencia, en cualquiera de los cargos y lugares a donde la disciplina monacal te condujese. Con responsabilidad y con alegría cumplías tus labores, sin importar las condiciones ni las dificultades. No son prioritarias las vacaciones para quienes escogen dedicar sus existencias al genuino servicio social, humanitario, quizás por ello demostrabas gran intensidad en los pocos ratos en que podías abandonarte al ocio, como aquella vez que, con tu hermana Ilia, visitamos el Parque Zoológico de Bararida, y fuiste por momentos la niña inocente, inundada por la risa y el asombro ante los inauditos esfuerzos del elefante por alcanzar tu mano, al otro lado de la enorme zanja que nos separaba de su espacio. Tu candidez e infantil entusiasmo en esa tarde de solaz, suspendidas temporalmente las obligaciones a las que generosamente entregabas todas tus energías y convicciones, escondieron por unos instantes la trascendencia material y espiritual de tus labores, a las que dedicaste 62 años ininterrumpidos, ejemplares, envidiables.
Aunque te mereces un regaño por ocultarles a todos que te sentías mal, hasta que ya fue muy tarde para combatir con efectividad el remanente de esa enfermedad que te atacó el año pasado, y se pensaba totalmente superada, nadie podría amonestarte, porque sabemos que evitabas preocupar a tus compañeras de misión, sinceramente convencida de que generarías una injustificada molestia ante lo que suponías una dolencia pasajera, todo ello derivado de tu estricto cumplimiento del Voto de Humildad. Ten la seguridad de que todos hubiésemos preferido que permanecieras por muchos años más entre nosotros, prodigando tu amor, tus enseñanzas, tu sentido de la organización.
Hay algo que me ha venido gradualmente preocupando desde las ceremonias para despedirte, precisamente por lo referido en los párrafos anteriores, tus cualidades apenas esbozadas, pues no se trata en esta carta de colocar tu currículum, sino de conversar con la prima y con la colega (yo también soy egresado del querido Instituto Pedagógico, pero sé que el ejercicio del Magisterio fue mucho más digno y elevado en tu praxis), la única pariente que escogió hacer el Bien como Oficio para toda la Vida, twentyfour seven como dicen los gringos. Mi dilema proviene de la gran cantidad de misas, cánticos y oraciones que te fueron dedicadas mientras estabas frente al altar, inmóvil por la primera vez en 80 años, en esa sencilla y a la vez muy hermosa capilla, y en ocasiones solicitaban “que te fueran perdonadas tus faltas”.
Me embarga cierto desasosiego al pensar que aun alguien como tú (absolutamente entregada a servir a los demás, renunciando a todo lo que para el resto de las personas comunes y corrientes representa el disfrute de la vida, el hogar, cónyuge e hijos propios, los paseos, las fiestas, el descanso), requiera de todos esos rezos por la remotísima posibilidad de haber cometido una muy leve falta.
Obligado, me pregunto qué será imprescindible hacer en los casos de todos nosotros cuando llegue el momento inevitable y democráticamente repartido, de entregar cuentas y tratar de quedar en paz con nosotros mismos. Pienso en algunos (no los voy a nombrar, tranquilos) que ni construyendo una Iglesia podrían siquiera llegar al Purgatorio.
De nuevo en serio, Mayita; Indeleble recuerdo dejaron en mí las imágenes de esa bandada de amorosas gaviotas, tus hermanas en la entrega generosa y permanente, con sus impecables hábitos blancos, orando, cantando, cargando en silencio y con atenazada tristeza tu ataúd, en el glorioso anonimato del grupo homogéneamente blanco y respetuoso, hasta el gesto sublime de entonar en tu homenaje “Preciosa merideña”, momentos antes de tu siembra definitiva al lado de las compañeras que partieron previamente.
 Ahora formas parte de esa parcela de nuestros recuerdos más sentidos, junto a Homero, Miña e Ilia, Alicia, Iraíz, Hilda, Adrián y Humberto, Giocondita, Olga (son más, tú lo sabes mejor que yo, pero la lista completa no es el propósito de esta misiva), y te tendremos presente siempre, no sólo en nuestros corazones, por el amor que por tí sentimos y el que nos profesaste, sino también en nuestros espíritus, por el orgullo de que una persona tan hermosa y útil, haya sido parte de nuestra familia. Va un fuerte abrazo de parte de todos los que quedamos acá, queriéndote, recordándote, admirándote.
http://www.noticierodigital.com/2011/07/gaviotas-de-duelo/  

 Mayita y Edgard J. Parque Bararida, Bqto. 2000

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