Remembranzas y Navidades.
Edgard J. González.
2 de enero del 2019.
Tiempo y Espacio son las dos dimensiones
fundamentales en la Realidad de la que formamos parte, y en la medida en que esas dos dimensiones se prolonguen en la
específica existencia de cada quien, se
hace más difícil recordar los detalles
de esa complicada dinámica que le tocó vivir a cada persona, en forma
directamente proporcional a la edad y el
recorrido de cada protagonista. Hay
vidas cortas, algunas tan breves que no
permiten ni siquiera acumular recuerdos; El nonato, el recién nacido, el
infante que muere, dejan de existir sin haber elaborado en sus cerebros una
vivencia perdurable. Muertes tan
prematuras que no dejan huella en la memoria. Otras vidas duran el tiempo
suficiente para almacenar recuerdos de
los momentos más significativos, y
organizar ideas que nos capacitan para tener criterios propios, con los
cuales tomar decisiones y posiciones acordes
con nuestro nivel de madurez y genuina
libertad (no hipotecadas a prejuicios, falacias, conceptos errados, presiones
colectivas que nos obligan a comportarnos
como borregos -de una ideología, de un partido, de una secta, de una
religión, de cualquier organización
social atada a visiones primitivas, que para colmo rechacen las verdades demostradas mediante la gradual evolución
científica, fanáticos del dogma y los remotos pasados).
Hay vidas largas, que alcanzan edades sexagenarias,
septuagenarias, aunque en su mayoría no
logran sumar riqueza intelectual equiparable a la sumatoria de años,
mantienen en el ocaso de sus existencias los erróneos esquemas que les fueron inculcados desde sus respectivos
amaneceres, vidas estancadas por ese dañino
empeño de las generaciones previas, de imponerle a las siguientes generaciones
los enfoques, los rituales, las tradiciones, los cultos, las creencias,
fábulas, mitos, cuentos, mentiras y falacias, cuyo mayor mérito radica en ser milenarias por haber pasado de
generación en generación, y ser
sostenidas por las mayorías, y muy pocos reflexionan sobre la enorme
contradicción que emana de esos dos “argumentos”. Una falsedad no se convierte en verdad porque hayan transcurrido
varios siglos o milenios desde que fue inventada, tampoco le otorga veracidad
el que la mayoría la considere cierta. Las absolutas mayorías estuvieron
convencidas de que la Tierra era plana y
el centro del Universo, ambas cuestiones resultaron falaces, luego de haber
sido sostenidas por la mayoría durante
milenios.
Hay vidas que duran
demasiado, exceden
la longevidad promedio que nos corresponde a la especie humana, octogenarios,
nonagenarios, centenarios, y en la mayoría de esos casos excepcionales, ocurre
una regresión a la etapa inicial,
los muy ancianos gradualmente pierden
facultades físicas y mentales, y pasan a depender de otros, en forma similar a cuando estábamos en la
primera infancia o en la etapa postnatal. La diferencia es que a los infantes
los atienden sus padres, tíos y abuelos, generalmente con suficiente afecto y protección, mientras que a los
ancianos los deben atender sus
descendientes y no todos están dispuestos a asumir esa tarea, exigente,
costosa, de forma que algunos quedan a cargo de terceros -sin parentesco y mediante paga-, otros
totalmente desamparados. Muy pocos
alcanzan esas longevas edades con lucidez
mental e independencia corporal. Estar sometido a la creciente minusvalía, a menudo con intenso dolor, o en el absurdo limbo del Alzheimer, sin recuerdos, afectos ni conexiones con el mundo real
y los seres queridos, no es vivir, es
agonizar sin sentido.
Hay vidas simples, muchas al extremo de transcurrir en
un limitado espacio donde nacen y mueren,
otras abarcan tal cantidad y diversidad
de urbes, países, culturas, etnias, personas y hechos significativos, que no les es posible mantener todos esos
recuerdos en la memoria, muchos se extravían, otros se modifican hasta
incluso perder su esencia. Los recuerdos
de existencias sencillas perduran en
la memoria, en orden y sin faltar ninguno. Las vidas complejas resultan imposibles de ordenar y recordar en todos
sus elementos, de manera que debemos conformarnos con los retazos, pocos o
muchos, que hayamos podido conservar en
la traviesa memoria. Hay eventos
extraordinarios que recordamos con facilidad -nuestra graduación, la boda,
el nacimiento de cada hijo, la muerte de seres muy queridos-, las fechas y proezas más resaltantes -Armstrong y Aldrin en la Luna, julio
69, por ejemplo-.
Pero los sucesos
comunes y corrientes, que se repiten con frecuencia anual, mensual, semanal,
diaria, los que conforman la rutina
social en que estamos involucrados,
cada desayuno, almuerzo, cena, cada traslado a la escuela, el liceo, la
Universidad, el sitio de trabajo, los lugares de esparcimiento como la
playa, la montaña, el parque, en la medida en que se hayan repetido será
inversamente proporcional la facilidad con la que recordaremos esas
docenas, cientos, miles de eventos. Nuestra
memoria, por razones inherentes a cada persona, seleccionará y retendrá una mínima porción de esa concatenación de
sucesos rutinarios de nuestro pasado, mantendrá
frescas algunas actividades hogareñas, escolares, laborales, ciertos
paseos, libros, películas, tragedias, catástrofes, alegrías, tristezas, logros
personales, fallas y virtudes, celebraciones, eventos que dejaron su impronta en nuestro cerebro, siendo apenas una parte de lo ocurrido en
nuestras vidas, es imposible recuperar
lo olvidado, a menos que algo nos brinde la conexión imprescindible para, aunque sea tangencialmente, recordar
lo extraviado. Una fotografía, una conversación, un objeto, puede provocar la reaparición -parcial o total- de algún
evento olvidado.
La Navidad es una celebración decembrina que
asocia el supuesto nacimiento de Jesús de Nazareth, el día 24 del último mes
del año, efeméride importante para la
cosmovisión religiosa conocida como cristianismo, culto marginal derivado a
su vez de las irreverentes críticas del
referido Jesús a la teoría y praxis de la religión judía, a la que él, sus
familiares y seguidores, pertenecían, culto
al cual agregaron durante tres siglos, infinidad
de sucesos de tipo extraordinario y milagroso, atribuidos al nazareno,
hasta que supera la clandestinidad en el
año 325 DC (una convención que divide arbitrariamente el tiempo en dos
simples etapas, Antes y Después de
Cristo, que ha sido aceptada mundialmente), gracias al inesperado patrocinio de Constantino, quien como
máximo jefe del poderoso Imperio Romano
decidió abandonar el Politeísmo, complicado y cada vez
más difícil de sostener, adoptando el
Monoteísmo de la minoría de creyentes del cristianismo, más simple y con
menor trayectoria que el judaísmo,
monoteísta también pero con más
antigüedad y plagado de antecedentes de constante enfrentamiento al imperio.
La celebración decembrina de la “natividad”, utilizó la previa y ya tradicional
celebración pagana del Solsticio y
sus nexos con las actividades agrícolas, celebración que compartieron también
muchas religiones anteriores.
La navidad del 69
viajé por Escocia, el 24 en Edinburgo
cené con el plato típico local y me fui a la cama del hotel. El 26 visité el
Zoológico, allí tuve un encuentro
cercano del tercer tipo con un gorila adulto, y nos identificamos como extranjeros, solos, muy lejos de nuestras
respectivas querencias, un encuentro entre especies
emparentadas, aunque la nuestra trate y maltrate indebidamente a la suya. Aberdeen e Inverness fueron mis
siguientes paradas, pero el 31 llegué en tren a Glasgow, y luego del reconfortante baño y cambio de ropa, en la
posada de YMCA, salí a buscar donde
cenar en las cercanías. Venía bajando la escalera de un restaurant chino en un primer piso, que a las 10 pm ya estaba
cerrando, y se lo informé a una chica que subía, conversamos durante ese corto
trayecto hasta la calle, donde la esperaba una
camioneta Van de carga (de las
que usaban para repartir pan en la Caracas de los 50), y ella me invitó a seguir en la búsqueda de un restaurant
abierto, para adquirir algo para llevar a casa. En el vehículo, además de su hermana y su cuñado, que
manejaba, tenían una pequeña caja de metal con leña encendida, calefactor improvisado para atenuar el
rigor del frío invernal. Recorrimos varias calles sin dar con un restaurant abierto,
y -ya sabiendo que yo era venezolano, estudiante de Postgrado-, aquel trío de totales
desconocidos me invitó amable y sorpresivamente a recibir 1970 en su casa. Con el resto de aquella familia en su
acogedora y tibia sala, disfruté de una maravillosa
noche, que incluyó los cordiales abrazos al sonar en la radio las doce
campanadas de la noche vieja. Esa cálida
hospitalidad escocesa compensó por la sobrecogedora
soledad y la infinita lejanía que pesan sobre quienes están a miles de
kilómetros de su patria, sus seres queridos, sus raíces y anhelos.
En mi último diciembre lejos de Venezuela, los trámites y el
traslado de mis maletas impidieron que
el 24 tuviese sabor navideño. El 26 viajé de Cambridge a Southampton con José
y Otto, hermano y primo, Simón y
Cohén, dos amigos. Almorzamos en el trayecto (de lo cual queda una sola
imagen), y abordé la Motonave Montserrat,
de bandera española, viejo y noble barco con muy pocos pasajeros en primera
clase, en segunda y tercera iban muchos más, con destino a Trinidad y Jamaica. Atracó en Vigo, Galicia, y pude
hacer algo de turismo, además de almorzar en un restaurante con vista al Río Miño y Portugal. El 31 despedimos 1970 y recibimos 1971 en
algún punto del Atlántico, en mar territorial español, con rumbo a las Islas Canarias. En Tenerife estuvimos
el día de Reyes, 6 de enero, por unas horas, y aproveché de comprarme mi regalo de cumpleaños, en una tienda
de “indios” (comerciantes de la
India) pues los “guanches”
celebraban el feriado español de “los
tres camellos y la estrella de Belén”. Cualquiera de aquellas navidades fue
superior al patetismo decembrino que
el castrochavismo nos ha venido gradualmente imponiendo, con su sádica, anacrónica y sistemática
destrucción de Venezuela.
.. Me encantó este relato navideño, ... gratos recuerdos desde el espacio-tiempo, salud, prosperidad, y armonía para el 2019 ...
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