sábado, 2 de mayo de 2020

De caraqueño a barquisimetido.

De caraqueño a barquisimetido.
Edgard J. González.-

Nací (dic 45) en la Maternidad Concepción Palacios de Caracas, en el pequeño y sobrio edificio que está en una  esquina de la Av. San Martín, a poca distancia de la hermosa iglesia de Palo Grande y la entrada a El Guarataro. A su lado construyeron, a comienzos de la democracia, un alto y moderno edificio, donde atienden los partos y cesáreas (allí fue por muchos años Supervisora de Enfermeras mi madre), el viejo edificio quedó para actividades administrativas y conexas con la labor sanitaria. Y viví hasta los 22 años con ocho meses, en la urbanización Artigas, hecha durante la presidencia de Isaías Medina Angarita, casas pareadas de una o dos plantas, sin espacio para vehículos pues eran muy pocos los que había en aquella ciudad de los techos rojos de los años 40, el  garaje se incorporó a las viviendas a mediados de los años 50. A 3 cuadras de mi casa materna quedaba la Casacuna, donde con 5 años de edad aprendí a leer y escribir. Ambos, Maternidad y Artigas, son parte de la parroquia San Juan, en la que transcurrió la mayor parte de aquel primer trayecto de mi existencia.

Excepto por 11 meses que pasé en la ciudad de Mérida, donde estudié en el Colegio Fátima. A pocas horas de estar en el salón de Kinder, una monja advirtió que ya yo dominaba lectura y escritura, ese mismo día me colocó en primer grado. Mis otras vivencias fueron caraqueñas de pura cepa. 2º, 3º y 5º grado en el colegio Interamericano en El Paraíso, 4º grado interno en el San José del Ávila, a cargo de unos monjes benedictinos, y 6º grado en el colegio San Agustín de La Fuente, El Paraíso, donde conocí y me hice adicto a los deliciosos helados de Crema Paraíso (la original, luego abrieron sucursales en Santa Mónica y Las Mercedes). Los Sundaes de fresa o melocotón a dos bolívares, el extravagante Banana Split, canoa plástica con bolas de mantecado, chocolate y fresa, sobre dos mitades de un cambur, mucho sirup y crema Avoset batida sobre cada pelota, por Bs 2,50. Las diez cuadras desde y hacia mi casa las caminaba con placer.

En aquella Venezuela el mejor Bachillerato se obtenía en los liceos públicos (luego fue lo contrario), y mi madre me inscribió en el Liceo Andrés Bello, el mejor y más tranquilo, aunque quedaba muy lejos de mi domicilio. Allí cursé de 1º a 3º (con Fernando Coronil Ímber, Sara Meneses Ímber, Jorge Blanco Ponce y Tirso Álvarez de Lugo), clases mañana y tarde, lo que me obligaba a quedarme en las cercanías a mediodía, a veces iba con compañeros de estudios a Los Caobos, otras veces jugábamos en el Parque Carabobo, con las estatuas de Narváez vigilándonos desde el centro de aquel espacio arbolado y agradable. Pero los retardos debidos a problemas en la ruta del bus La Vega-Carabobo, recargaban de notas mi libro de vida (llegar al salón después de las 8.05 era una falta grave) y pasé a ser alumno del Liceo de Aplicación, justo al frente del Instituto Pedagógico de Caracas, donde luego estudié y me gradué de Profesor en Geografía e Historia.

Para ingresar al IPC había durante 4 días, exigentes exámenes, incluido uno médico, 600 presentamos, 300 aprobamos, y 60 nos graduamos, en 1968, cursando años lectivos de septiembre a julio, con nota previa y examen final que podía frenar el acceso al siguiente año. En esa época, cuando sólo faltaba el acto de Graduación (que se celebró en el Auditorio nuevo, más pequeño que el antiguo, demolido para la construcción del complicado viaducto “La araña”), el Ministerio de Educación enviaba la lista de los que se graduarían, y cada uno podía escoger la región en la que prefería que le asignaran el cargo, entre 9 regiones en que el M. de E. dividía administrativamente el territorio nacional. Así, cada quien quedaba en su terruño, o cerca de sus querencias. Cuando tocó mi turno, dije 10, y la excelente y querida Pfsra. Duilia Govea de Carpio (quien luego fue la primera rectora de la UPEL), a cargo del procedimiento, se rió y me preguntó dónde quedaba esa región. Le explique que, con 22 años y energía de sobra para estudiar, no me atraía la opción de ir directo a un liceo, sino la de ampliar mis horizontes académicos y personales, haciendo un postgrado en Europa (hasta ese momento era sólo un empeño mío). Ella optó por plantearlo a todos sus colegas del Departamento de Geografía e Historia, y acordaron solicitar al M. de E. una beca para que yo cumpliese ese objetivo, y al regreso me incorporara al personal docente de mi Alma Mater (sin ser adeco ni copeyano). En septiembre del 68 mi paisaje se impregnó de Támesis, Big Ben, Buckingham, Hyde Park, Victoria Station, en las cercanías la Davie´s School (donde mejoré mi dominio del idioma inglés), los Beatles, y Harrod´s, la famosa tienda de la cual fui vecino por 7 semanas, frente a nuestro Consulado, en Knightsbridge.

En enero del 69 comencé mi Research en la Universidad de Cambridge, a 75 minutos de Londres en el siempre puntual servicio ferroviario británico. Mi paisaje pasó de ser el de la dinámica metrópoli, al de pueblo con alto prestigio académico y permanentes exigencias formativas. El año escolar de la escuela,   el liceo y el Pedagógico, se transformó en tres trimestres, de enero a diciembre, 5 trimestres bajo la supervisión del Profesor Clifford T. Smith, y actividades de lunes a viernes en la Escuela de Geografía de Cambridge. Mi vínculo con la parroquia San Juan de Caracas, tuvo una reconexión, pues fui asignado al Saint John´s College, como miembro de la Universidad. Recesos largos en Semana Santa, verano y navidades. En vacaciones viajé varias veces en tren (Bélgica, Alemania, Holanda, Escocia, las dos Irlandas), una vez en avión (de Glasgow a Belfast), durante semanas en el Morris Mini Minor del amigo mexicano Ignacio Madrazo (Francia, las dos Alemanias, Checoeslovaquia, Austria, Suiza, Italia). En febrero del 70 adquirí una camioneta Land Rover usada, y en ella, con el volante a la derecha, recorrí parte de Inglaterra y Gales, Francia, Portugal,  España, Andorra, Marruecos, Mónaco, Italia, Yugoeslavia, Grecia, Bulgaria, Hungría, Turquía, Rumania (donde falló la dirección del vehículo y un accidente me obligó a vivir en Sibiu, Transilvania, por casi 4 meses, de agosto a diciembre del 70, lo que impidió mi retorno a Venezuela, a tiempo para incorporarme como docente del IPC al iniciar el año escolar septiembre 70 julio 71. Regresé por barco, era más barato y me permitía traer todos mis “macundales” en viejos baúles. 20 días de travesía; Salí de Southampton en el Montserrat, veterano buque español que hizo escalas en Galicia, Tenerife y Trinidad. Llegué a La Guaira el 15 de enero del 71, y ya el M. de E. me tenía asignado al Instituto Pedagógico de Barquisimeto, porque se regía por semestres, y en breve asumiría mis labores docentes. Aquel choque me impidió seguir siendo caraqueño, aunque visitaba la capital con frecuencia, gradualmente me fui barquisimetiendo.  


EJG y la noble y útil Land Rover en Liverpool, Inglaterra mayo 1970.

EJG y la Land Rover en Andorra, abril 1970.

EJG en Berlín del este, RDA, agosto 1969.

Una amiga que vivía en la Urbanización Fundalara, al este de Barquisimeto, varias veces me comentó que algunas de esas casas, cuyos precios iniciales fueron de Bs 27.000, estaban siendo revendidas porque quienes las adquirieron se atrasaron con las cuotas mensuales de pago y Fundalara las recuperó. Que incluso con alguna ampliación, una habitación, un baño, sus precios no superaban los Bs 32.000. De manera que, a finales de abril del 72, hacen ahora 48 años, y con la intención de comprar una de esas casas pequeñas y baratas, fui a las oficinas de Fundalara en Patarata, y tuve la enorme suerte de ser atendido por el señor Ferrer quien, al indicarle mi específico propósito, por alguna feliz intuición suya, me preguntó mi profesión y sitio de trabajo. Al comunicarle que era Profesor en el Instituto Pedagógico de Barquisimeto, él me preguntó ¿y por qué no se compra una casa en Los Libertadores?. Se refería a una Urbanización también construida por el organismo público Fundalara, en 1970, que comenzó a venderse en 1971, cuya avenida principal yo había recorrido muchas veces, pero sobre la cual pesaba la negativa referencia de que eran “viviendas muy caras, sólo para ricos”. Don Ferrer, al conocer mi prejuicio,  me dijo en tono sugestionador y convincente, ¡ No hombre, hay varios modelos, la más barata cuesta Bs 78.000 y la puede adquirir con un crédito hipotecario !. Y sin darme tiempo a responder, le ordenó a un empleado que tomara las llaves de cinco casas del modelo pequeño y me las mostrara. Aquello fue “tumbando y capando”, me dí el lujo de escoger entre cinco casas de modelo pequeño, con dos pisos y balcón, 130 metros cuadrados de construcción, 525 de terreno, y me decidí por la que miraba hacia  el sur y la montaña de Terepaima (aunque luego levantaron tantos edificios que ya esa vista no es posible, pero al norte estaba -todavía está- un cuartel, algo que afea cualquier paisaje y casi cualquier país). Mi sueldo era de Bs 2.800 mensuales, 651,16 dólares, y la cuota no llegaba al 25% del sueldo, el 75% me alcanzaba para vivir satisfactoriamente. 

Sin embargo, había un escollo. La normativa de Fundalara exigía venderle a profesionales casados, y preferentemente con hijos. Un amigo y colega del Pedagógico, Chabol, al saber de esto, se ofreció para ir conmigo a hablar con el presidente de Fundalara, a quien él conocía, el Arquitecto Alejandro Dappo, y la venta se decidió, con la mediación de Chabol y la aceptación de Dappo de mi alegato; “Tengo 26 años y soy soltero, pero no soy homosexual, y pienso casarme y formar un hogar con esposa e hijos. Aunque, a diferencia de la mayoría de los jóvenes, yo he procurado primero formarme académicamente, tener un trabajo formal con ingreso suficiente, y madurar como persona, las tres cosas ya las logré, ahora busco el techo propio para no copiar el irresponsable comportamiento de quienes preñan sin tener oficio, ni ingreso, ni casa, y muy frecuentemente sin intención de hacerse cargo de la mujer y la prole. Dappo, con quien mantuve amistad hasta su muerte hace pocos años, se sonrió y dio el visto bueno a la operación. Pagué de inicial Bs 14.500 (los 500 eran para el abogado encargado de elaborar los documentos, cuando terminé de pagar el crédito hipotecario, que fue al 9% de interés fijo y a 15 años, porque 20 me parecían demasiados, la tarifa del abogado fue de Bs 5.000). Como referencia útil, indico que los apartamentos de “La Barquiñola” (hermoso conjunto en la Av. Lara, cuyo diseño incluyó en planta baja, locales para una farmacia, una lavandería, un restaurant), se ofrecían por Bs 111.000 en el primer piso, y el precio aumentaba Bs 1.000 por cada piso. En Los Libertadores y La Barquiñola costó captar compradores, en esa época la potencial clientela, de clase media, consideraba que este sector del este de Barquisimeto estaba “muy lejos”, en las antípodas de lo actual, es el sector más buscado. Esa fue otra razón por la cual Dappo accedió a venderme la casa, Luego de 16 meses en oferta, más del 40% se mantenía sin interesar al mercado de adquirientes, algo inconveniente para cualquier empresa pública o privada (En La Barquiñola fue peor, la compañía que instaló los ascensores demandó a los constructores por retraso en los pagos, ¿cómo pagar si no vendían los apartamentos, por “caros y mal ubicados”?).

Firmé el documento de compraventa en la oficina de Casa Propia, que estaba ubicada en la esquina NW de la calle 32 con avenida 20, todavía no terminaban su propia torre, en la esquina NW de la calle 33. En mayo del 72 me instalé en mi casa “nueva de paquete”, y es imprescindible señalar que la electricidad y el agua por tubería, fueron servicios de los que disfruté desde el primer día, y que CANTV y SERVIGAS me hicieron su cliente en cosa de muy pocos días. En 1975, ya con todas las casas de la primera etapa vendidas (5 modelos, 2 de dos plantas, y 3 de una sola planta, con diferentes áreas de construcción), Fundalará usó las parcelas en la avenida Páez de Los Libertadores, al borde Este, colindando con la Av. Los Leones, para construir casas de un sexto modelo, la planta baja con dos niveles, que se vendieron por Bs 163.000. Una rareza de Los Libertadores: Las casas van numeradas del Nº 1 al Nº 235, pero en total son 233 viviendas, no hicieron las correspondientes a los parcelas 60 y 71. En EEUU el temor al Nº 13 hizo que muchos edificios no tuvieran piso 13, ni habitaciones de hotel con ese número, considerado de mal agüero. En los Libertadores fue para ofrecer más áreas verdes.  
 
Casa 160, Av. José F. Ribas 2, Urb. Los Libertadores. Recién mudado, mis tres únicas pertenencias eran el Ford Mustang 68, que aparece estacionado en el área de garage de la vivienda, y dos camas plegables (una para mi mamá). Todavía no le sembraban grama al frente.
 
 
Algunos amables lectores hallarán interesante este relato tan personal, porque siendo jóvenes les ayuda a conocer partes de esa época que también vivieron sus padres o abuelos. Otros con más edad descubrirán ciertas coincidencias con sus propias experiencias, aunque hayan ocurrido en otros lugares. Pero además de esos dos objetivos, esta narración pormenorizada sirve al propósito de retar a jerarcas del destructivo y muy corrupto castrochavismo, a comparar aquella moneda y nuestro poder adquisitivo con el salario actual de $10 al mes, y la democrática oferta de becas, trabajos o viviendas con el embudo de hoy, sectario, impagable.  O explayarse con lujo de detalles, nombres y cifras, respecto de sus propias vivencias. Por ejemplo, Maduro, contándonos sobre su nacimiento, su infancia, su niñez, con los datos del instituto asistencial donde dio sus primeros berridos, el jardín de infancia, las escuelas y los compañeros con los que fue aprendiendo cómo discursear adulterando la realidad y negando sus propias e intensas responsabilidades, y la difícil dualidad de experimentar simultáneamente todo eso en dos ciudades, de países vecinos, pero muy distantes entre sí, ya que entre Cúcuta y Caracas hay 854 Kmts. O el camarada Diosdado, sincerándose sobre su aguerrida actuación del 4F92, y aquella descarga, no de ametralladora o fusil apuntando a quienes defendieron la Constitución y la Democracia, sino la descarga de su vejiga, abochornando sus pantalones, cuando alzó los brazos y no utilizó el mazo ni una sola vez. Y lo interesante que resultaría la detallada narración de las peripecias que tuvo que hacer y los obstáculos que superó el general Carlos Rotondaro, para ir apartando de su modesto sueldo, mes tras mes, año tras año, la cantidad suficiente para, por fin, adquirir el pent house de sus sueños, en el sector Saint Germain de París (su precio, seis millones de euros), amueblarlo, cancelar puntualmente impuestos municipales, condominio y salarios del personal de servicio (mínimo dos, para labores de cocina y de limpieza). En similar entrevero debe hallarse el inefable y muy refinado Jessy Chacón, allá en Austria, con obligaciones de pago parecidas a las del tovarish Rotondaro, pero que en su caso incluyen manicure,  pedicure, y otros gastos afines, pertinentes a su delicada personalidad. Cada lector conoce a varios revolucionarios que deberían hacer este ejercicio de relatar sus denodados sacrificios para “ahorrar” millones de dólares, resguardarlos en paraísos fiscales o mediante testaferros, y -con total descaro- mantener que no han robado. Yo puedo explicar cada ingreso y cada egreso en mis finanzas. ¿Pueden ellos?. 

3 comentarios:

  1. "El futuro es esencialmente impredecible e incierto mientras que el pasado completamente definido. Por lo tanto nos movemos de un pasado definido a un futuro incierto." .. saludos profesor

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  2. Narración muy interesante, pues nos envuelve mentalmente a las situaciones, sitos y demás aspectos de su vida, que parece que fue ayer que ocurrieron.

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  3. Sigo con el comentarior anterior, hoy 19 12 2020

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