viernes, 17 de agosto de 2018

El descuartizador, Plan B.-


El descuartizador, Plan B
Publicado originalmente el 23 de agosto, 2015


Yo caminaba estilo desdes, despacio y desprevenido, cuando de repente y de reojo vi que una de esas que llaman “camionetotas”, negra e imponente, se paró cerca de mí, se abre la puerta del copiloto y un tipo vestido de traje marrón y lentes obscuros se me abalanza, me toma del brazo izquierdo y me conmina a meterme al asiento trasero, la puerta la había abierto desde adentro un sujeto muy parecido al que me agarró (luego vi que había uniformidad en vestimenta y en complexión, pues el chofer tenía la misma pinta). Se trataba de un problema matemático de fácil solución, ellos eran tres, y yo menos que uno, pues además de la obvia diferencia en edades, ya estoy en lo que llaman la tercera, yo no hago ejercicio hace décadas, y nunca aprendí a desenvolverme en cuartetos, donde los otros iban agavillados y muy probablemente armados (no les pude ver las armas, pero sí los bultos bajo los respectivos paltós, a la altura de la cintura, y no era cuestión de ponerme a dármelas de Santo Tomás y meter el dedo en esas llagas, porque sus malas pulgas saltaban a la vista, y con eso no se juega, mucho menos si no tienes ni idea de quiénes son). El ex copiloto se sentó al lado mío, y quedé en medio de aquellos dos mastodontes rígidos y silentes, y opté por mimetizarme con ellos, tampoco me moví ni dije una sola palabra.
El vehículo se desplazaba a velocidad moderada y no realizó ninguna maniobra indebida, ni tan siquiera irrespetar un semáforo, y transcurrió una media hora durante la cual el nerviosismo me impedía fijarme en las características de las calles y avenidas que recorrimos, pero aunque el tráfico era fluido, extraño en día laboral, sé que no nos alejamos mucho del centro de la ciudad, mi travesía había sido intraurbana. El vehículo ingresó al estacionamiento subterráneo de un edificio, no vi locales comerciales fuera, debió ser residencial o de oficinas de empresas modestas. Aparcó en el primer sótano, y cerca del ascensor, hacia donde me llevaron mis dos “acompañantes” tomado de ambos brazos. Subimos al piso seis, doblamos a la derecha y como a seis metros ingresamos por una puerta de madera que no tenía ninguna identificación, ni número del apartamento, ni nombre de la familia o empresa ocupante. Me sentaron en un sofá de tres puestos, color vino tinto, amplio y cómodo, y salieron del sitio (supongo que esperaron al otro lado de la puerta, de guardia a la entrada). Yo no alcanzaba a atar cabos, solo en aquella sala, pero sin atreverme a hacer nada en medio de ese ambiente incierto, salvo por acomodarme bien en el puesto derecho del sofá, usando el apoyabrazo y tratando de armar una parte de aquel raro rompecabezas, sin tener piezas para esa labor. Como dos minutos transcurrieron, y de adentro del apartamento surgió la figura de un hombre muy alto, también con lentes obscuros pero con camisa manga larga unicolor y una gorra roja, que se sentó al otro extremo del sofá y me habló con una voz gutural, como de ultratumba, comenzando por saludar muy lentamente y, para mi sorpresa, se disculpó por la manera en que me habían trasladado hasta ese lugar, pero simultáneamente se justificó alegando que se trataba de una emergencia y no podían arriesgarse a darme explicaciones previas a esa entrevista, por la posibilidad de que yo armara un escándalo en plena vía pública y me les escabullera, haciéndoles perder un tiempo muy valioso.
A todas estas yo no salía de mi estupor, y no pronuncié media palabra. El hombre con la voz profunda, prosiguió hablándome en ese tono grave, y modulando cada sílaba con parsimonia y una actitud intimidante. Su tamaño y corpulencia acentuaban el efecto de esa singular voz, que al rato asocié con la de Darth Vader, el personaje de La guerra de las galaxias (menos mal que no hablaba como Chewacca, porque eso sí me hubiera terminado de desquiciar).  Primero me dijo que me quería proponer un trabajito, por el cual me pagarían muy bien, en dólares, y que en cosa de pocos días tendría más de lo que regularmente ganaba en muchos años (lo cual tampoco es gran cosa, si consideramos que soy Profesor a sueldo fijo y en bolívares fuertes, lo que equivale a agua entre las manos). Yo seguía como en la cédula, no decía ni pío. El tipo me explicó que el trabajo consistía en hacer dos tareas, la primera era dejar unos paquetes en dos específicos sitios que ellos me indicarían, asegurándome de que fuese bien captado por las cámaras de seguridad que apuntaban a la calle. La segunda tarea requería que yo declarase ante una cámara, refiriendo mis contactos con personas importantes de la Oposición y de la “ultra derecha”, que -según me aclaró- era el término más conveniente y el que más usaban para referirse a los enemigos. Allí me atreví a salir de mi absoluto mutismo y le pregunté por qué me habían escogido a mí. Él contestó que fui seleccionado por un programa informático de la base de datos que mantenían los colegas caribeños (sic), en virtud de reunir las dos cualidades que necesitaban en esta Operación; Conocía a mucha gente del bando enemigo, y tenía bastantes fotografías que podrían servir para involucrar a algunos de ellos en ciertos asuntos que los del bando amigo se encargarían de difundir a conveniencia.
De nuevo me atreví a hablar, le formulé varias preguntas; ¿Qué contenían esos paquetes? ¿Estaba él seguro de que mis conocidos eran importantes y útiles para esa operación? ¿En qué los van a involucrar?. Su lenguaje corporal mostró su molestia por mis preguntas, me miró feo (aunque no se le vieran con detalle los ojos tras los lentes de sol), carraspeó un poco, y a mayor volumen me dijo, con su voz gutural, metálica; Te vamos a forrar en dólares, así que no te me pongas Popy y deja de fastidiar con preguntas necias. La encomienda ya está preparada, pesaba 60 kilos, pero como la dividimos en dos, cada paquete pesa 30 kilos. Tú puedes cargar 30 kilos y sólo los vas a bajar de la maleta de un carro y los vas a dejar en la acera, frente a la cámara de seguridad, uno en cada sitio que te vamos a indicar. ¿es fácil, no?. Tu declaración la vamos a redactar de antemano, luego de que tú nos des las informaciones que dominas, y que las organicemos de una manera adecuada, para causar el mayor impacto. Para eso tenemos que conversar tú y yo, ahora, y yo iré anotando los nombres que más nos interesen de todos los que vayas mencionando. La declaración definitiva será con hechos y personas que conoces, de modo que no te puedes equivocar, y si te cuesta memorizar lo que debes decir, y el orden en que debes decirlo, podemos ponerte en la cámara un teleprompter. ¿Un qué? Pregunté yo, entre alterado e ignorante. Un teleprompter chico, es como una pizarra electrónica frente a ti, sobre la cámara que vas a estar mirando mientras declaras, donde aparecen las palabras y textos que vas a leer para poder repetirlas sin cometer errores al declarar. ¿Entendiste?
Yo seguía sin entender, no tanto lo que el tipo me explicaba sobre los paquetes y la declaración ante la cámara, sino que me hubieran escogido a mí precisamente para esa rara, y obviamente peligrosa y comprometedora operación. La única razón que vino a mi mente en ese momento, era que seguramente la computadora que contenía esa base de datos se dañó o la habían hackeado, y algún bromista produjo mi nombre como el más idóneo. Pero no sabía dónde estaba, era evidente que secuestrado por gente con poder y capaces de secuestrar a una persona, y organizar una operación tan descabellada como esa que me proponían, para lo cual seguramente contaban con apoyos en altas posiciones. Decidí seguirle la corriente, con la esperanza de que de alguna manera se abriera una oportunidad de escapar, antes de cometer alguna atrocidad, obligado por quienes me tenían “amablemente” cautivo.
El grandulón como que percibió mi cambio de actitud, y procedió a interrogarme, ya con su libreta y un bolígrafo. Nómbrame todos y cada uno de los personajes que sean conocidos por sus posiciones contrarias a la revolución cubana, y al proceso chavista, con los que hayas tenido algún contacto. Yo me dispuse a hacer de tripas corazón, hablarle de lo que en realidad viví, confiado en que después se presentaría la circunstancia que me permitiría escapar de esa difícil situación, en la que debía complacer a mi interrogador mientras se abría la fisura por la cual me fugaría. Le solté mi retahíla de recuerdos;
Yo estuve codo a codo con Rómulo Betancourt en La Carlota, mi mamá era muy amiga de la esposa de Luis Augusto Dubuc, estudiaron juntas, yo le di la mano a CAP y a Blanquita en enero del 74 en Rubio, yo me reuní tres veces con Teodoro Petkoff en el 2008, en Barquisimeto. El tipo anotaba entusiasmado, y con cierta sonrisa me decía ¡ sigue, sigue ! Con Américo Martín he coincidido en varios actos, una vez lo presenté en el Colegio de Abogados. Yo conozco de vista y trato a Macario González y Alfredo Ramos. ¡ Estupendo ! acotaba mientras escribía en la libreta. Hace mucho hablé con Pepi Montesdeoca cuando era Gobernador, le tomé fotos de cerquita a Menca de Leoni, a su hija Sofía también. Varias veces he hablado con Douglas Bravo. Aquí dejó a un lado la libreta, y con expresión sorprendida me espetó  ¿Douglas Bravo el que fue jefe guerrillero, el falconiano?  Ummmjú, le dije, displicente. ¡Oño, esto es una mina! dijo Shrek con su voz gangosa y de ultratumba. Con esto nada más, me gano un plus. ¿Qué más? Han publicado escritos míos en Tal Cual, El Nacional, Quinto Día, La Razón, El Informador, fui articulista en El Impulso durante 34 años, hasta que allí me quitaron mi libertad de expresión. He publicado mis opiniones durante muchos años en portales de Internet, Analítica, ND. Tuve a Luis Herrera Campins a medio metro de distancia en la Plaza de los Museos en Caracas, estudié con un sobrino de Alfredo Coronil y Renée Hartman, y con una hija de Sofía Ímber. Le tomé fotos a Caldera en varias ocasiones, del 63 al 68. De Maturín me traje una Guacamaya en el 63, aunque ese animal era totalmente apolítico. Rubén Carpio Castillo, el diputado de AD experto en cuestiones internacionales me dio valiosas informaciones del 64 al 68. Creo que mi mamá era simpatizante de AD durante la dictadura perezjimenista (cuando dije eso, pensé -sin decirle nada a Darth Vader-, que las simpatías de mi progenitora eran una especie de atenuante, no es totalmente mi culpa que yo haya desarrollado estas tendencias negativas y deleznables, contrarrevolucionarias y concrétamente antichavistas, ella también influyó).
Acá mi interrogador puso a un lado la libreta y el bolígrafo, y me preguntó si tenía “selfies” con ese gentío que había nombrado. Con cierto temor, le señalé que eso de las selfies es algo de estos años recientes, y que he tomado muchísimas fotos, es mi afición desde muy joven, pero que yo aparezco en muy pocas fotos, que casi siempre estoy detrás del lente. Mis únicas fotos tipo selfie son con María Corina Machado y con Teodoro Petkoff. Al escuchar esos nombres el tipo saltó del sofá y exclamó: ¡ Eso es oro en polvo ! Se sentó de nuevo y continuó: Bueno, pero ¿tienes fotos de los otros contrarrevolucionarios? Yo, entre tímido y asustado, proseguí: Tengo fotos de Luis Esteban Rey en Londres, de Cecilia Pimentel en Caracas, de Américo Martín, Ramón Guillermo Aveledo, Eduardo Gómez Sigala, Delsa Solórzano, Guillermo Palacios (incluso en casas de AD), de marchas, de reuniones con opositores. En el 2001 estuve en Washington a un metro de Al Gore, quien fue VicePresidente de Clinton. Y en el 68 la Reina Elizabeth pasó frente a mí en su carroza, en Londres. ¡ Fantástico ! Todo eso nos sirve, siempre que lo relacionemos con tus declaraciones, y podamos establecer una continuidad conspirativa y desestabilizante.
Ya en posesión de mi personaje, seguro de que cualquier cosa que le dijera iba a ser valiosa para la siniestra y desesperada organización oficialista, en cuya Nómina estaba enchufado el dueño de aquel vozarrón, le ofrecí declarar que había visto a la iguana responsable de los apagones, en casa de Leopoldo López, y para mi estocada final, le expresé que podían mirarme bien la pepa de cada ojo, y descubrirán -según el método Isaías- que demuestran que digo la verdad. Me dijo; ¡ Esa es la actitud que necesitamos ! Sin dudas ni remordimientos, y agregando cositas de tu propia cosecha, con el convencimiento que desarma a los incrédulos, a los enemigos, que siempre nos desacreditan, sin importar el gran esfuerzo que hemos invertido en elaborar cada patraña. Pero entonces repicó su celular, y su cara, a medida que escuchaba lo que le decían desde el otro extremo de la llamada, denotaba preocupación y algo de tristeza. Con el semblante pálido oprimió el botón de finalizar la comunicación, se metió el teléfono al bolsillo, abrió la puerta e hizo pasar a los dos gorilitas, diciéndoles; La vaina se suspende hasta nuevo aviso, me ordenan desmantelar todo porque el Plan A  ique salió peor de lo que ya sospechábamos. Que si somos el hazmerreir del mundo, que cómo se nos ocurre tratar de vincular a un sicario, primero infiltrado, y luego descuartizador y delator, todo a la vez y sin coherencia ni anestesia, con los líderes más prominentes de la Oposición, que de paso se retratan con cualquiera que se les ponga cerca, a menudo sin saber que los están retratando para con esas fotos fabricar una relación que no cabe ni en libros de ciencia ficción. Vayan a dejar a este sujeto donde lo encontraron, y se me van para el Comando de inmediato. Cuando se me pasó el tremendo susto, me puse a escribir esto.

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