La cebolla, la Homofobia, la
corrección política.
Edgard J. González.-
Lun 14 octubre, 2019.
“Entre gustos y
colores no han escrito los autores”, algo así dice un viejo refrán popular,
refiriéndose a la variedad, escasa o
abundante, de opciones que emanan de un mismo elemento (cosa, objeto,
alimento, obra de arte -literatura, pintura, escultura, fotografía, cine-,
diseño arquitectónico, concepto, tradición, etc), que pueden generar en
distintas personas diferentes opiniones,
simpatías, adicciones, indiferencia o rechazo.
La cebolla es un vegetal probablemente vinculado
a la gastronomía de la mayoría de los pueblos del mundo, y yo -sin poder
ponerle fecha al inicio de mis gustos por la cebolla- sé que me encanta bien frita, acompañando a un
sabroso beafsteak, y no concibo un genuino hotdog (pan, salchicha, mayonesa,
salsa de tomate, mostaza) sin cebolla
cruda picadita en cuadritos, pero no
soporto la cebolla hervida, esa que acompaña el arroz o un guiso, me sabe
horrible. Mi madre, que además de muy buena profesional de la enfermería, era bastante salomónica en asuntos domésticos y
familiares, colocaba la cebolla en una bolsa de gasa dentro de la olla, y
al estar la sopa lista, simplemente sacaba la bolsa, que había impregnado el
condumio con su necesario aporte, pero me
evitaba el encuentro cercano con ese tejido hervido, desagradable en mi
paladar. Por supuesto, a menudo consigo una capa de cebolla hervida, la
aparto, y disfruto el plato. Lo más extraño es que me encanta la sopa de cebolla, pero no me gustan sus trozos
hervidos y enteros. Entiendo que en ningún país eso es delito, pero dados los vientos de creciente intolerancia que
soplan actualmente, no sería raro que algunos pudieran acusarme de cebollófobo, aunque sólo rechazo una de
sus cuatro versiones. Ciertos veganos,
vegetarianos en abreviación políticamente correcta, repudian tanto las
carnes, lácteos y huevos, como a quienes los consumen, mientras los omnívoros -que somos todavía la mayoría-
no agredimos a quienes únicamente comen vegetales, e incluso pensamos que están en su perfecto derecho a ser veganos,
como nosotros a ser omnívoros (en mi caso, con la excepción de la cebolla,
y el repollo también, si son hervidos).
Las distopías
del colectivismo igualitarista y propiedad supuestamente comunal, marxista en
su versión soviética, maoísta en su versión china, luego de décadas de
experimentación social criminal, excluyente, represiva, doblemoralista y
corrupta, fracasaron estrepitosamente,
dejando un saldo de decenas de millones de asesinados por hambrunas provocadas
por las arbitrariedades económicas del
padrecito o del gran timonel, muerte de los disidentes en cárceles y campos
de concentración, y países arruinados. Pese a que en casi todos los países que
estuvieron bajo el yugo del inviable
comunismo, con la excepción de NorCorea y Cuba, las economías se rigen por
el Capitalismo y en su expresión primigenia, salvaje, el bando “socialista ortodoxo” no da su brazo a torcer. No
reconocen la colosal derrota que sufrieron todos sus experimentos basados en
los análisis y las propuestas de Carlos
Marx, un vago crónico que toda su vida fue un vulgar parásito (de sus
padres, de su esposa, de su amigo Engels), que adulteró las cifras en que basó sus presuntas elucubraciones, para
que cuadraran con sus puntos de vista y propuestas, pero mantiene la fachada de “movimiento por la justicia
social, con énfasis en los más pobres”, slogan que tiene un elevado número
de potenciales seguidores, no porque el sistema capitalista al desplazar al
socialista también haya fracasado -todo lo contrario-, sino porque en los esquemas de gobierno de la mayoría
de los países subdesarrollados, que esos pueblos eligen por mayoría, sigue prevaleciendo
la incapacidad y la corrupción, estancándolos en el atraso y la miseria,
mientras sus élites aumentan sus fortunas y la eficiencia para someter a la
mayoría, por represión o por alienación, whichever comes first.
Ese bando socialista ortodoxo, que pudiéramos llamar
neoestalinista, persigue los mismos objetivos
totalitarios de antaño, pero ahora con diferente disfraz. Ya no es el lobo
feroz, rojo y sanguinario, con indumentaria de tímida e inofensiva ovejita, que
ofrece organizar un rebaño homogéneo
donde todos los borregos tengan el mismo tamaño, el mismo color, y la misma
cantidad de pasto, porque esa oferta demostró hasta la saciedad de la ruina
general y el genocidio, su condición falaz y criminal. Ahora cambian el
discurso, la fachada, los objetivos, y en
lugar de ofertar comunismo a rajatabla con la toma del poder mediante la
violencia, “partera de la Historia”, para imponer desde la cúspide piramidal la
igualdad absoluta, erradicando las diferencias, las clases, la propiedad, y la
individualidad, ahora se esparcen en
torno a presuntas reivindicaciones de pequeños grupos, minorías víctimas de
injusticias por ser mujeres, o por el color de su piel, por ser de religión
islámica, por su preferencia sexual, una nueva fachada libre de los horribles
antecedentes de los experimentos comunistas, cuyo debate evaden.
Uno de esos mascarones
de proa del neoestalinismo y la “progresía” mundial, es el movimiento LGBT,
iniciales que mediante malabarismo
dialéctico y semántico, multiplica por cuatro lo que por siglos fue uno, tradicional
y apropiadamente definido como la homosexualidad. Subdividida
convenientemente en lesbianas, gays, bisexuales y transexuales, proyectan un espejismo de apariencia
mayor y más diversa. En los espacios donde dos o más grupos en conflicto ya
apelaron a las armas, la exigencia más intensa y respaldada siempre clamó por
excluir a la Población Civil de la
destrucción generada por los tiroteos y bombardeos. Si extrapolamos a la
específica situación de Europa y Asia en la segunda guerra mundial, de 1939 a
1945, quienes se esforzaban por salvar a la Población Civil habrían diseñado
avisos de prensa escrita y radial, afiches y volantes, abreviando lo esencial a
PROTEJAN LA PC. Con la modalidad de “lo
políticamente correcto”, la conveniencia por ampliar el marco de las
potenciales víctimas, exagerando sus elementos, produciría lo siguiente: PROTEJAN LOS NNPAMHAA (haciendo
referencia demagógica a “Niños y Niñas,
Púberes, Adolescentes, Mujeres y Hombres, Ancianos y Ancianas) para dar la
impresión falsa de que con esa separación de sus miembros, por edades y sexos, aumentará la piedad militar hacia la
población civil, que como un conjunto indiscriminado genera menos compasión.
Absurdo.
La nefasta y prepotente corriente de la corrección
política busca imponer su neolenguaje,
se arroga la potestad de vetar o
autorizar palabras de acuerdo a sus conveniencias y objetivos. Tradicionalmente,
en los países hispanohablantes el término homosexual era suficiente para hacer
referencia a quienes habiendo nacido con un organismo correspondiente al sexo masculino (con pene, testículos
en escroto, próstata y vesícula seminal) o del
sexo femenino (con vagina, útero, ovarios, trompas de Falopio, y senos
desarrollados a partir de la pubertad), generalmente por razones de crianza (escasa o nula presencia del rol masculino
ejercido por el padre u otros familiares varones, excesiva influencia de lo
femenino, madre absorvente y castradora,
el paradigma de la hembra prevalece en su entorno), el varoncito desarrolla
gestos, conductas, preferencias correspondientes al sexo femenino, en el caso
de las hembras ocurre lo contrario, es probable que se formen en un ambiente en que prepondera lo masculino y
asumen las tendencias normales de los hombres a su alrededor, o que proyecten
el rechazo materno a los hombres, derivado de una o varias experiencias
fracasadas de vida en pareja tradicional, o hubo maltrato paterno, y la hembra
opta por hacer pareja con otra (s) hembra (s), en variante walkiria. En pocos
casos deriva de un mal funcionamiento del sistema endocrino, y las hormonas inducen la
conducta contraria al sexo del cuerpo, incluso somatizando la silueta y el
rostro, acompañado de amaneramientos.
Pero no les bastaba el término homosexual (en
castellano coloquial marico o marica,
en venezolana expresión, argolla o pargo),
prefieren separarse en lesbianas y gays, pero para hacer bulto le agregaron dos
términos que no resisten un análisis científico (médico-anatómico) ni
académico-semántico. No existe la
bisexualidad, quien nace varón y gusta de ser penetrado deja de ser
heterosexual y pasa a ser homosexual, aunque para reducir la reacción social
que esa calificación genera, pretenda maquillarla alegando que también funciona
como heterosexual. Un asesino serial no
puede sostener que él es más una buena persona que un sicópata criminal, porque
sólo mata cada tres o cuatro meses, y el resto del tiempo funciona como un
ciudadano modelo. Un alcohólico no deja de serlo porque se emborracha hasta
perder el sentido sólo tres días de los siete de la semana. La misma
probabilidad de que una mujer esté medio embarazada es la de un hombre que sea
medio marico, homosexual 50 %. Ha habido casos de hermafroditismo, individuos con órganos femeninos y masculinos,
producto de errores en la gestación, similares a los que producen gemelos univitelinos que están unidos (por
la cabeza, por el torso), y los casos más difíciles son imposibles de separar
quirúrgicamente, salvando a los dos. Pero tanto
los mellizos unidos como los hermafroditas, son una rareza, “la excepción
que confirma la regla”.
Tampoco existe
la trans-sexualidad, aunque mediante cirugías te extirpen el equipo que traes desde la
gestación intrauterina, y te modifiquen para que parezcas del sexo contrario al que resultó de la unión
del óvulo materno y el espermatozoide paterno, esa “nueva” sexualidad es
sólo de fachada. Si la ciencia pudiera injertar
una cola de cerdo al coxis de un homo sapiens, y con un fármaco mucho mejor
que la actual Ciclosporina, ese injerto no fuese rechazado por el cuerpo
receptor, no estaríamos frente a un
Trans-humano, sino ante una irresponsable incursión de la medicina de
transplantes e injertos, para complacer a la prensa amarillista, al morbo
de la muchedumbre, y al enfermizo deseo de llamar la atención del recipiente de
ese rabo de cochino (que tampoco es un lanzamiento de baseball).
Otra barbaridad que añaden a su bisutería discursiva
es la de que hay “mujeres que nacen en
cuerpos de hombres, y hombres que nacen en cuerpos de mujeres”.Lo peor es
que algunos medios irresponsables
repiten esa atrocidad, y la comunidad científica se mantiene al margen, en
lugar de denunciar las aberraciones que contienen esas dos afirmaciones,
contrarias a la Biología, a la Anatomía, a la Genética, que sólo persiguen
darle fachada “científica” a las peligrosas
paparruchadas con las que intentan cambiar conceptos y leyes, en favor de
sus ambiguos puntos de vista y la aceptación del “género” como pivote de una sociedad distinta a la tradicional,
equiparando los elementos inventados con los de existencia y funcionamiento
naturales y demostrados.
La bisexualidad, la trans-sexualidad y lo de los
cuerpos mal asignados, son categorías que
inventan los de la corrección política, para aumentar de manera falaz la
cantidad de beneficiarios de “sus causas y luchas”y darle consistencia a su
perniciosa narrativa.
Como la cebolla y sus variantes, la homosexualidad
también presenta diversas maneras de ser y parecer. Va desde los homosexuales que se asumen como tales y
no pretenden ser más femeninos que las mujeres, ni se disfrazan de féminas, ni
incurren en excesos y escándalos vinculados al consumo de drogas, la
promiscuidad, los desfiles en torno a un presunto “orgullo” en los que
sobresalen la desnudez y la vulgaridad. Esos homosexuales no exigen que los consideren iguales, porque reconocen que son un grupo
diferente a los heterosexuales, entre quienes los hombres gustan de las
hembras y las hembras gustan de los hombres, el machihembrado tradicional y
mayoritario. Los homosexuales hacen pareja entre sí, gay con gay, lesbiana con
lesbiana. No compiten los homosexuales
con los heterosexuales. A un genuino
hombre no le atrae un gay, a una genuina mujer no la atrae una lesbiana. Esas
sorpresas sólo ocurren en los casos de homosexuales que han estado en el
armario-clóset, aparentando ser héteros. Ese engaño es bastante frecuente, pero
no significa que un auténtico
heterosexual, luego de media vida como tal, se convierte en homosexual. Lo
mantuvo en secreto hasta que decidió asumirse, dejando atrás pareja hétero y
hasta hijos (generan desconfianza en los homosexuales que nunca han ocultado su
condición, los consideran provenientes del doble clóset, y tienen doble drama
por resolver).
La homosexualidad, salvo por excepciones en
específicas épocas y círculos del poder, fue desde la remota antigüedad muy mal
vista y peor tratada. Considerada como aberración,
delito, enfermedad, causó persecuciones e injusticias de todo tipo,
incluyendo la cárcel, la tortura y la pena de muerte. Desde mediados del siglo
20 gradualmente han sucedido cambios en
la Humanidad favorables a la tolerancia y el respeto hacia esas minorías hasta
entonces discriminadas, homosexuales, aborígenes no europeos (eliminado el
uso del término “raza”, substituido por etnia).En la praxis y en las
legislaciones se ha reducido la milenaria
desigualdad de las hembras y el comportamiento social machista, así como se
ha separado al Estado de la Iglesia, estableciendo en teoría la libertad de
cultos. En cada vez menos países se
persigue y criminaliza la homosexualidad, el racismo se reduce a anacrónicos
enclaves, y sólo en los espacios más extremistas, la religión -dogmática e
indebidamente interpretada- impone castigos arbitrarios por motivos racistas,
homófobos, misóginos, o de absoluto y agresivo rechazo a otros credos.
Hay
una correlación entre el grado de desarrollo de una sociedad y el grado de
tolerancia respecto de los que han sido secularmente discriminados. En EEUU,
donde el racismo tuvo su máxima intensidad, los negros han logrado alcanzar las
más altas posiciones y cargos, desde estrellas
del deporte, el cine y la TV, hasta ostentar Gobernaciones, Ministerios,
Magistraturas en el poder judicial, elevadas jerarquías en el poder militar y
civil, incluyendo Secretarías de Gobierno y la Presidencia. En el primer
mundo, muchos homosexuales declarados ocupan posiciones importantes, diputados, ministros, jueces, embajadores,
y sus parejas son parte normal de las actividades protocolarias, en las que
participan sin limitaciones. Cada año aumenta la cantidad de mujeres que se incorporan a las actividades
académicas, laborales y deportivas que por miles de años estuvieron vetadas
para ellas. Sin obstáculos en Universidades, empresas y campos deportivos,
las mujeres se abren paso con genuina independencia y tesón. Ahora los casos de homofobia, misoginia, racismo
e intolerancia religiosa, son tan pocos -en comparación con la situación hace
apenas 100 años, una minucia en los miles de años de evolución de la
Humanidad-, que captan la atención y
ganan el repudio de la inmensa mayoría en el planeta, que en un futuro
mediato habrá erradicado totalmente esas vergonzosas máculas, una tendencia irreversible.
El término homofobia
genera reservas si respetamos la semántica, pues Homo representa al Humano, unido a Sapiens hace referencia a la especie
animal que sobrevivió a la extinción (de las otras especies de homínidos,
en el complejo proceso de evolución) cuya cualidad
esencial es la de pensar, razonar, de manera que un homófobo sería alguien
que rechaza al homo sapiens, incongruente a nivel de absurdo, como
autoflagelarse. Pero los del movimiento “LGBT” se
apropiaron del vocablo y crean la homofobia, para etiquetar a todos los que
no aceptan el grueso paquete de exigencias que van desde el rechazo a las agresiones y el derecho a
matrimonio, dos reivindicaciones que apoyo, hasta la imposición de cupos en las nóminas laborales, para garantizar que
contengan “LGBT”, y el derecho a adoptar
por parte de parejas del mismo sexo, dos
puntos que no suscribo incondicionalmente, como ellos esperan y reclaman. Lo
del cupo es un vulgar chantaje que
puede perjudicar la eficiencia de la empresa contratante (al bajar sus
standards de preparación, para priorizar la “inclusión” y cumplir la norma). Y
en cuanto a la adopción, considero que toda
pareja debe someterse a los requisitos primordiales, sin que la condición
de homosexual o heterosexual establezca una ventaja per sé. El sistema rechazará a las parejas que no
demuestren ser idóneas para adoptar, sin discriminar a los homosexuales, en
función del bienestar de los sujetos a ser adoptados. Los radicales del “LGBT” pretenden imponer la Homofilia, el apoyo
incondicional y acrítico a todas sus exigencias.
Los desfiles del supuesto “orgullo gay” nos permiten
conocer el amplio caleidoscopio que conforma la porción más visible (y
exhibicionista) de este colectivo, abundantes
parejas de él con él, ella con ella, muy
pocos héteros famosos, algunos
políticos que sólo en ese sector reciben su baño de multitudes (los del partido Ciudadanos en Barcelona este
año, tuvieron su ración extra de intolerancia, por no mostrar
incondicionalidad, fueron agredidos y expulsados por los que alegan “sentir
amor sin fronteras y nada de odio, desde su suprasexualidad”). Los más extrovertidos buscan resaltar, hay disfraces que van de moderados y simpáticos
a grotescos o vulgares, algunos en total desnudez, dejando asomar las
tendencias a los excesos, a la promiscuidad, un homenaje a la inmoralidad,
callejero y a pleno sol.
En lugar de convocar más gente que apoye lo esencial
de la causa de los homosexuales, lograr erradicar
la discriminación, las agresiones, respeto a los derechos de todo ser humano,
alejan a potenciales respaldos, que no ven con benevolencia o alcahuetería, los
escándalos, los excesos, la promiscuidad, la vulgaridad, y son rechazados por no comulgar con todas las
ruedas de molino del paquete que promueven los de la “corrección política”,
la progresía, el neoestalinismo con ropaje de reivindicadores.