domingo, 25 de agosto de 2019

MÍ TÚU: denuncio a esas pérfidas abusadoras.

MÍ TÚU: denuncio a esas pérfidas abusadoras.
Edgard J. González.-

Por décadas he sufrido en silencio los lacerantes recuerdos de los cientos de abusos cometidos contra mí, por mujeres con altas cuotas de poder y fama, que se aprovecharon de mi inocencia y falta de experiencia, para satisfacer conmigo sus ansias lujuriosas y lascivas, lo que me dejó cicatrices imborrables, un profundo trauma que me acompañará hasta mi último suspiro.

Pero me inspira y estimula la valiente, perseverante y noble labor de las víctimas de abusos similares, aunque lo mantuvieron oculto por décadas, ahora hacen públicas sus denuncias en contra de los sátiros que las sometieron a abusos sexuales, que incluyen miradas, susurros, palmaditas en el hombro y sus alrededores, hasta las insultantes y agresivas invitaciones a una fiesta, a cenar, o a conversar en la habitación del hotel donde se hospedaba  temporal y sospechosamente el fauno agazapado, iniciativas todas  inequívocamente cargadas de perversión y malas intenciones. Pues circunstancias muy semejantes tuve que enfrentar yo desde mi adolescencia hasta hace relativamente poco, aunque algunos pudieran dudar de esto, porque ignoran que mantuve siempre ese atractivo natural que me convirtió en el obscuro objeto del deseo carnal de ese conjunto de mujeres poderosas, que hicieron de mi vida un permanente vía crucis de pecaminoso sexo, de salvaje placer.
El comprensible temor a las represalias obligó al humillante silencio de aquellas víctimas por  muchos años, y es tan intenso y real ese miedo a las reacciones de los victimarios, que todavía algunas de las denunciantes se mantienen en el absoluto anonimato. Yo declaro sin esconder mi identidad, dispuesto a enfrentar las consecuencias de mis denuncias, pero busco aminorar las muy probables y costosas demandas judiciales, dada mi precaria situación financiera; Soy educador jubilado en la destruida Venezuela, con crónica escasez de alimentos y medicinas, sin gas ni gasolina siendo un país esencialmente petrolero, con los servicios funcionando a nivel de postguerra, y el poder judicial prostituido, factor a favor de las victimarias o sus familiares, en caso de que algunas de ellas hayan fallecido, con suficiente poder como para inclinar esta balanza malandra en su favor, lo cual es el pan nuestro de cada día para los opositores, que deben tratar de sobrevivir con ingresos que van de 3 a 12 dólares  mensuales, lo que aumenta mi vulnerabilidad en caso de una represalia tribunalicia, que me dejaría desnudo empelotas, añadiendo más perjuicios a los que ya he debido soportar.

De manera que para evitar onerosas demandas, en las actuales condiciones de orfandad judicial que privan en Venezuela, haré referencia a todas y cada una de las mujeres que fueron sexualmente abusivas conmigo, mencionando “su parecido” físico, a fin de que no pueda ninguna de ellas sostener que la identifiqué por su nombre y apellido, puesto que mencionaré solamente la semejanza de rostro y cuerpo respecto de famosas, que cualquiera reconoce, pero que, INSISTO, “no son las mujeres que abusaron de mí, sólo hay un enorme parecido”, y con este ardid espero librarme de cualquier reacción judicial o mediática.

Con apenas 16 añitos, aunque ya mi cuerpo mostraba voluptuosidad y despertaba instintos malsanos en las féminas, fui acosado por una mujer muy parecida a Susana Duijm, aquella esbelta morena que derrochaba belleza y simpatía. Yo supongo que las potenciales acosadoras comparten la necesidad de revelar sus éxitos en las conquistas a fuerza de extorsión, pues ello explicaría la excesiva multiplicación de depredadoras encaprichadas con poseerme, todas provenientes de la multiesfera de los Concursos de belleza, el modelaje y la actuación en Cine y TV. Sufrí el acoso de mujeres que “se parecían igualitas” a Peggy Walker, a Eva Moreno, Doris Wells, Pierina España, seguramente contertulias de Susana en más de una fiesta, en las que fui mencionado como apetecible presa. En algún momento este intercambio de informaciones entre las malvadas saltó a la escala internacional, y simultáneamente fui el target de bichas de proyección local y también mundial, aumentando la cifra de mis victimarias, que parecían turnarse para disfrutar de mi cuerpito sin darme realmente tiempo de descanso entre una violación y la siguiente. Así, sumando a mi calvario las horas de vuelo al destino donde me esperaba una nueva depredadora, allende nuestra frontera nacional, tuve que soportar los creativos abusos de chicas muy pero muy parecidas a Brigitte Bardot, Mylene Demongeot, Sharon Stone, Fabiola Colmenares, Alba Roversi, Jackeline Bisset, Nohemí Arteaga, Candice Bergen, Naomi Watts (apenas finalizó su rodaje de King Kong, me obligaba a disfrazarme de gorila), Elisabeth Hurley, Elin Nordegren, Kate Winslet, Ann Bancroft y Katharine Ross (creo que se datearon sobre mí, cuando filmaban “El graduado”), Jane Mansfield, Virna Lisi, Philicia Rashad, Tony Braxton, Marg Helgenberger, Stana Katic. Ya en este siglo 21 a la lista se agregan algunas modelos de Victoria´s Secret (es probable que sean las hijas y nietas de aquellas depredadoras primigenias, que mantienen el legado de sus perversas antecesoras, y abusan conmigo a pesar de mi edad y los inevitables achaques inherentes al paso del tiempo. Ellas a lo suyo, sin piedad y con excesiva lascivia, como procurando secarme para no dejar nada que puedan disfrutar las que me quieran acosar después. Yo estoy seguro de que merezco el Récord Guinness como el varón más acosado y abusado, incluso uniendo los siglos 20 y 21.

En honor a la verdad, la única que nunca me agredió fue la francesa Katerine Deneuve, una dama exquisita y muy hermosa, que es la excepción que confirma la regla de la degeneración a nivel de las féminas con fama, dinero y poder, implacables depredadoras que desahogaron en mi sus más aberrados instintos. Y confieso que me hubiera encantado que Deneuve me hiciera su víctima, en especial a raíz de su valiente y digna posición, enfrentando a las feminazis que tienen como objetivo la humillación y castración moral y legal de los varones, destruyendo las reputaciones de aquellos a quienes difaman, por presuntos acosos y abusos ocurridos hace dos y tres décadas, con la alevosía de saber que liberada el agua sucia de la difamación, ya no se puede recoger, y el daño permanece, aunque no hayan demostrado la culpabilidad de aquellos a quienes acusaron sin pruebas, tardíamente y en muchos casos, desde el cobarde anonimato. 

También aproveché para rendir mi particular homenaje a las hermosas mujeres a quienes he admirado -y secreta y respetuosamente amado- mientras representaban sus personajes en las pantallas grandes de las salas de cine, o en las pequeñas de los televisores en nuestros hogares. A todas ellas, desde Susana y Peggy a Marg y Stana, reitero mi sincera admiración, casi en la misma medida de mi repudio por las brujas del Me Too, la neo-inquisición de lo políticamente correcto y el falso progresismo. No se puede meter a todos en el mismo saco en que merecen estar Bill Cosby y Harvey Weistein, como no podemos calificar a Lenin, Stalin, Hítler, Mussolinni, Pol Pot, los Castro y sus lacayos, como similares a Chaplin, Churchill, Franklin D. Roosevelt, De Gaulle, Gorvachov. Esa aberrante homogeneización es hermana del igualitarismo y la colectivización que proponen los que han cometido los peores crímenes contra la Humanidad, en nombre de una pretendida justicia social que siempre ha desembocado en países arruinados, corrompidos y reprimidos.   Me Neither.   

domingo, 18 de agosto de 2019

Episodios anecdóticos.

Episodios anecdóticos.
Edgard J. González.
18 de agosto, 2019.

Toda persona adulta mantiene recuerdos de experiencias, tanto agradables como poco gratas, forman parte importante del pasado de cada quien y permanecen en nuestra memoria a pesar del tiempo que ha transcurrido, y de los detalles que se han difuminado en algunas, pero guardamos lo esencial. Algún mecanismo en el cerebro de cada uno almacena celosamente ciertos episodios, mientras borra otros, aunque en ocasiones recuperamos parte de lo que desapareció (gracias a un objeto, una foto, una referencia de otra persona que participó o supo de aquella situación, y de inmediato activa el recuerdo escondido en nuestra mente). Hace años que anoto en un archivo de mi computadora grupos de muy pocas palabras que abrevian lo fundamental de mis vivencias más resaltantes, y con este artículo comienzo a compartir algunas de esas anécdotas, que supongo pueden ser interesantes para una porción de los potenciales lectores, que a su vez podrían asociar con vivencias propias similares.  

Estando en Inglaterra, y recién llegado a Cambridge, un compañero de residencia estudiantil me invitó a una fiesta, y fuimos a una casa, donde había música, sidra, y muchos jóvenes disfrutando la velada. Observé que algunos iban al 2º piso, y al preguntarle a quien me invitó qué sucedía arriba, me respondió con un gesto, con la mano semicerrada y poniendo pulgar e índice sobre su boca. Entendí que se aislaban en la segunda planta para fumar marihuana, y de inmediato tomé mi abrigo (era invierno) y me fui sin siquiera despedirme. Yo era becario del Ministerio de Educación de Venezuela para realizar un postgrado, por lo tanto representaba a mi país y al IPC, y no me podía arriesgar a que hubiera una redada policial y apareciera formando parte de un grupo de fumones, lo cual dañaría no sólo mi reputación personal sino la del país y la del Pedagógico de Caracas (que había solicitado la beca), aunque el consumo de esa yerba alucinógena, como el pelo largo, las camisas con diseños de bacterias y la promiscuidad, estaban de moda a fines de los años 60, con los hippies de Woodstock y las barricadas de París y Daniel Cohn Bendit, que pretendían cambiar al mundo. Mejor solo que mal acompañado.  

En abril del 69 por el asueto de Easter (Semana Santa) compré en la Estación Victoria de Londres un boleto de tren que, por 9 libras esterlinas (tarifa de estudiante, Bs 97,20 al cambio de Bs 10,80 por Libra), me permitiría viajar a Bélgica, Alemania, Holanda, bajando en cualquier estación del trayecto, y retornando a Londres, paso del canal incluido. Estuve en Brujas, Bruselas, Gante, pero poco antes de cruzar la frontera de Bélgica a Alemania, un funcionario del tren me hizo pagarle poco más de un dólar como impuesto de salida, lo cual me disgustó. Pero ya en Alemania otro uniformado me hace pagar de nuevo una cantidad similar, como impuesto de entrada. Al bajar en la Estación de Colonia fui a una taquilla que atendía Reclamos, pero -como en Francia- pretenden que todos hablen el idioma local, y a pesar de mis denodados esfuerzos por darle un tono alemán a mis palabras en inglés, el empleado me ignoró, y mi indignación aumentó. Un hombre alto y robusto que había presenciado todo, intervino y ambos tratamos de entendernos en un lenguaje híbrido, él intentaba en alemán hacer sonar como inglesas sus palabras, yo trataba de alemanizar mis palabras en inglés. Al cabo de varios minutos fue evidente que no lograríamos hacernos entender en esa jerigonza, y yo me desahogué exclamando en castellano “Maldita sea, perdí mis diez bolos”, y él -con expresión de sorpresa- me preguntó: ¿Y busté habla español?. Resultó ser un colombiano residente en Alemania. Él hizo en alemán mi reclamo en la taquilla y le dijeron que eran impuestos normales e inmodificables. Reímos y nos despedimos.   

En la vacación de diciembre del 69 viajé por Escocia y las dos Irlandas. Comencé por Edinburgo, y el día 26 opté por conocer su Zoológico, que me habían recomendado. Cuando ya había recorrido la mitad del amplio y variado Zoo, me topé con una casa con un aviso de FAUNA TROPICAL. Adentro había ambiente con calefacción y unas 6 jaulas de 1,50 x 3 metros, con 3 paredes de concreto y al frente una reja con gruesos barrotes. Sólo una de esas celdas estaba ocupada, por un Gorila adulto, sentado y apoyando su lado izquierdo en la reja, que miraba fijamente a la pared lateral (a mi izquierda, estando yo frente a aquel formidable y solitario simio, a mi vez apoyado en una baranda de metal que mantenía al público a unos 80 cmts de las jaulas). Dado que en esa instalación estábamos solos el gorila y yo, comencé a decir en voz alta lo que esa circunstancia me inspiraba, y el gorila me miraba y parecía entender, no tanto mis palabras sino mi actitud respecto a él al pronunciarlas. Le expresé; “Tú y yo tenemos en común que somos de lugares muy distantes, estamos solos, y hoy cumplo 24 años, sin celebración ni familia, en tu compañía. Tú vienes del costado oriental de África, yo de Venezuela. Pero mientras a ti te secuestraron de tu ambiente y te trajeron obligado, para estar todo el resto de tu vida encerrado acá, yo vine voluntariamente y becado, de manera que vivo en libertad, disfruto de lo que hago, mantengo comunicación telefónica y por cartas y postales con mis seres queridos, y al término del postgrado regresaré a mi terruño y a mi familia. Tu futuro es muy triste e imposible de cambiar en tu beneficio”. Supongo que su tendencia gregaria y el tono suave y afectuoso en que le hablé, además de la sincera solidaridad que sentí por él, convergieron para que nos tomáramos de las manos, y así permanecimos por un buen rato, aquel antepasado remoto y yo, al sureste de Escocia.   
  
En noviembre de 1969 el doctor Arnoldo Gabaldón llegó a Cambridge para hacerse cargo de la Cátedra Simón Bolívar en la Universidad de esa pequeña ciudad. Averigüé su dirección y fui a saludarlo en mi condición de venezolano participante de la dinámica académica a la que se integraba el prestigioso médico, responsable de dirigir la tenaz y efectiva campaña contra el paludismo en Venezuela. Estaba con su esposa, su hijo menor, y una señora que se había ocupado de las labores domésticas por décadas, en el hogar de los Gabaldón en Maracay. A dúo, los esposos me contaron dos deliciosas anécdotas, que hoy narro por primera vez; Como el doctor Gabaldón era un embajador cultural, a diario recibía visitas, y procurando ser buenos anfitriones, ellos ofrecían sencillos pasapalos y copas de vino. Pero al observar que la empleada de toda la vida, que por supuesto no sabía ni ñé del idioma inglés, se movía con la bandeja entre los visitantes, con dificultad y riesgo de tropezar, la señora Gabaldón le dio un curso express, haciéndola memorizar un “Excuse me” para que lo pronunciara a menudo y la gente le diera espacio. Esa noche disfrutaron más que lo usual, pues cada vez que la empleada atravesaba la sala con su bandeja, ofertando vino y snacks, ella repetía cada 5 segundos en alta voz: “Mikiús, Mikiús”.

Pero esa misma persona, protagoniza la segunda y muy hermosa anécdota. En el Maracay de los años 40 y 50 la cena se servía muy temprano, y luego de recoger la mesa y lavar ollas y platos, cesaban sus labores del día, y ella -en sus años de juventud- puntualmente salía al patio frontal de la vivienda, con simple baranda de poca altura, y recibía la visita de su novio, entrelazadas sus manos sobre la verja, ella en el patio, él en la acera. Aquello llevaba años, y es de suponer que en sus domingos libres, cuando ella se alejaba de la casa donde trabajaba, iban mucho más allá de agarrarse las manos. Pero no se producía el embarazo que ambos deseaban y, aunque nunca interrumpieron su rutina romántica por las noches en la baranda, él montó un segundo frente y allí sí hubo gestación y criatura, lo cual fue aceptado por ella en virtud de su obvia infertilidad. La nobleza y generosidad de esta sencilla y leal dama llegó al extremo de ir a la casa de “la otra” a ayudar cuando el niño estaba enfermo. Ese triángulo duró muchos años, con las mismas visitas en la baranda, y las horas dedicadas a cuidar al hijo del hombre que amaba, aunque lo hubiera tenido con otra. Una historia de amor intenso, sin egolatría ni prejuicios.


 Don Arnoldo Gabaldón, su esposa e hijo menor, en su residencia de Cambridge con EJG de visita.

Los Gabaldón en su casa de Cambridge, con un grupo de visitantes, mi amigo José Miguel Uzcátegui a la izq. 


En la inauguración de la nueva sede de la Galería Freites en Las Mercedes, Caracas, junio 2006, con una exposición de cuadros de Edgar Sánchez, estaban entre el numeroso público invitado, el pintor Jacobo Borges, el crítico de arte Perán Erminy, Douglas Bravo, el mítico jefe guerrillero venezolano, Sofía Leoni, hija de Raúl Leoni, quien siendo presidente del país continuó el combate contra la guerrilla iniciado por su antecesor Rómulo Betancourt. Los saludé y fotografié a cada uno, pero hubo una escena inesperada que me sorprendió tanto que no usé mi cámara para capturar la imagen de lo que constituye lo esencial de esta vivencia; Douglas y Sofía se saludaron con un abrazo, mientras yo miraba absorto, paralizado por un intercambio afectuoso entre dos personas que representaban los dos bandos que se enfrentaron con violencia en los años 60 y 70, y que Chávez, el hegemón de turno, se empeñaba en mantener separados y odiándose a muerte, para lograr su objetivo de dividir y vencer. El “loquito pintaparedes”, lo llamó Argelia Melet, la entonces esposa de Douglas, cuestionando la escogencia del oriundo de Sabaneta para formar parte del Plan B de Fidel, infiltrar en las FFAA jóvenes que ya fuesen parte de la fachada legal de la ultraizquierda, derrotado el Plan A de las guerrillas rurales y urbanas, derivadas del inmediatismo de las juventudes del PCV y AD (MIR), y apoyadas por Fidel, cuya intrínseca maldad y megalomanía lo llevaron a obsesionarse contra Betancourt (quien le negó la ayuda que solicitó, en dinero y petróleo, en enero del 59, cuando no había tomado aún posesión de la presidencia, para la que fue electo en diciembre del 58) y contra la democracia “burguesa” apuntalada por el Pacto de Punto Fijo: AD, COPEI y URD.  Fracasaron en sembrar odio y en mantener ese 40% de apoyo popular (que inflan a conveniencia).


El golpista bipolar, mantuvo oculta su vieja subordinación al castrismo, hasta que la solicitud, por parte de la oposición, en febrero del 2003, de un Referendo Revocatorio, dejó en evidencia su condición de marioneta de Fidel, al implementar un esquema demagógico-populista para reducir el descontento de la  obvia mayoría, por lo que habría sido revocado de haberse realizado el referendo en el lapso regular que corresponde a esa opción, en lugar de retardarlo descaradamente por AÑO Y MEDIO, mientras invadía con parásitos cubanos (babalaos con bata, y otras alimañas haciéndose pasar por expertos en toavaina), para producir el espejismo de las misiones, y en paralelo contrataron a SMARTMATIC, a cargo de inflar la baja votación roja con una enorme masa de electores virtuales, mesas itinerantes y salas de conteo de resultados clandestinas e inescrupulosas. Con esos elementos “ganó” el referendo en agosto del 2004. Douglas Bravo, responsable por la infiltración del payaso de Barinas en las FFAA (me lo dijo dos veces, en dos ocasiones distintas, en Caracas y en Barquisimeto) no apoyó sus arbitrariedades ni apoya las del sucesor, indocumentado con curso ACME en La Habana, escogido -para vergüenza del ñangarato estancado en el neoestalinismo- por la Nomenklatura raulista en diciembre del 2012, cuando murió el resentido bastardo, y ya Fidel llevaba seis años sumergido en su crónica demencia senil. Chávez le hizo un daño terrible a Venezuela, sus caprichosas e insensatas ejecutorias de napoleoncito delirante, mostraron sus consecuencias luego de su muerte, y se agudizaron con la abrupta caída de los precios petroleros. Pero no tuvo éxito en su afán perverso de sembrar el estúpido odio cheguevariano, y la mejor demostración de su fracaso en este mal propósito, es aquel significativo abrazo entre el mítico comandante guerrillero y la hija de uno de los presidentes del período democrático, que enfrentaron con éxito aquella gran equivocación histórica

Sofía Leoni y EJG Jun 2006 Gal. Freites, CCS.

Douglas Bravo y EJG Jun 2006 Gal. Freites, CCS.

Jacobo Borges y EJG Jun 2006 Gal. Freites, CCS.

Jacobo Borges y Perán Erminy.  Jun 2006 Gal. Freites, CCS.

EJG Douglas Bravo y dos damas, CHL Bqto jul 2014.

El pintor Edgar Sánchez, con su expo inauguran Galería Freites.


sábado, 3 de agosto de 2019

Mamá cumple cien años.

Mamá cumple cien años.
Edgard J. González.
Publicado originalmente el 29 de noviembre del 2016.

El 29 de noviembre de 1916 Europa llevaba 28 meses en una cruenta guerra, que todavía duraría casi dos años más (sucedió  del 28 de julio de 1914 hasta el 11 de noviembre de 1918) generando más luto, dolor y destrucción que cualquier guerra anterior (los muertos superaron los nueve millones). El continente americano permaneció ajeno al terrible conflicto hasta que los Estados Unidos decidieron participar en 1917, apoyando a Inglaterra y Francia. Venezuela soportaba la dictadura más larga de su historia, Juan Vicente Gómez ejercía su despotismo desde 1908, y mantuvo el poder más absoluto y cruel hasta su muerte en diciembre de 1935. Era un país eminentemente rural, con una economía en la que todavía prevalecían las actividades ligadas a la agricultura, al aprovechamiento de los recursos naturales renovables, porque apenas se iniciaba la exploración y explotación del recurso petrolero, y lo industrial no trascendía las tímidas y muy locales actividades artesanales, con menos del 30% de los habitantes viviendo en espacios urbanizados, las comunicaciones limitadas a los telegramas la Radio abarcando poco territorio. Pocas carreteras, de tierra y angostas, cada región ignoraba lo esencial de las otras regiones que conformaban la totalidad del país (la primera vez que se organizó un evento que mostrase elabanico musical del país, fue en febrero de 1948, cuando el poeta Juan Liscano presentó en el Nuevo Circo de Caracas, en homenaje a Rómulo Gallegos por su toma de posesión, -primer presidente electo de manera directa y democrática,  grupos representativos del Folklore Nacional. Los pocos afortunados que plenaron el Nuevo Circo, tuvieron el privilegio de conocer la diversidad cultural que hasta entonces había permanecido en sus respectivos nichos geográficos; Zulia, los Andes, Llanos occidentales y orientales, Oriente, Guayana, Amazonas, centro-occidente y centro-capital. Joropos llaneros y tuyeros, Tamunangues, Fulías, Gaitas, Merengues, Tambores de Barlovento, Bailes indígenas, que por supuesto contienen rasgos de las tres culturas que produjeron nuestro mestizaje biológico y cultural: Aborígenes americanos, colonizadores europeos y negros africanos.
Mi madre, Elvia Alicia González Sánchez, nació ese 29 de noviembre, hoy hace un siglo. Nació y creció en Mérida, en una Venezuela provinciana, analfabeta, machista, un país que señalaba como oficios de las madres en el Registro formal para expedir la Partida de Nacimiento de cada hijo, “los correspondientes a su sexo”, un país donde era más fácil para trasladarse a la capital desde cualquiera de los estados occidentales u orientales, hacerlo por vía marítima, un país en el cual muchos matrimonios dependían más de la conveniencia de los padres que de los sentimientos de los hijos, y era normal que las muchachas se casaran de 14 o 15 años (la dictadura social establecía que si llegaban solteras a los 25 años, “quedaban para vestir santos”). Si todavía hoy las mujeres sufren discriminación, no es difícil imaginar el conjunto de prejuicios, obstáculos y dogmas que las rodeaban y limitaban hace cien años, mucho más en nuestros países de la periferia cultural, económica y política del planeta. Los retos para las mujeres aumentaban en directa proporción a la distancia de sus lugares de residencia, a las pocas ciudades que eran influenciadas por los graduales avances que ocurrían en las grandes metrópolis del mundo. La modernidad llegaba tardíamente y por cuentagotas a la capital, tardaba mucho más en ser recibida en el resto de aquel país atrasado, incomunicado y esencialmente vinculado a las actividades de la agricultura, la cría y las modestas artesanías. Era usual enterarse de hechos importantes ocurridos en otros continentes, meses o años después de su plena vigencia, y no todas las noticias lograban difundirse uniformemente en aquellos tiempos. En las antípodas de la actual inmediatez, que no conoce fronteras espaciales ni temporales, en cuya difusión puede participar cualquiera con una computadora o un teléfono celular.
En los años 20 y 30 del siglo pasado, muchos no tenían acceso a la Escuela Primaria, de modo que cursar hasta el sexto grado era poco común, y graduarse de bachiller un privilegio que garantizaba la obtención de un buen cargo. Ser analfabeto era la condición de la mayoría, pero además no se concebía que las mujeres formaran parte de la minoría que culminaba los seis grados de Primaria, con aprender a leer y escribir, y algún curso de Artes y Oficios -del hogar, se sobreentiende- ya era más que suficiente para lo que se esperaba de ellas. La Universidad estaba reservada exclusivamente a los varones, y debido a las pocas existentes, y los altos costos que requería dejar el terruño para estudiar en una Universidad lejana, quienes provenían de familias humildes simplemente no podían darse ese lujo, los de clase media a duras penas podían costearse la residencia, la manutención y los libros, los de clase pudiente sí cursaban sin problemas estudios universitarios, incluso en el exterior.
Elvia Alicia y una amiga y compañera de estudios, María Edilia Bottaro (a quien ella siempre se refirió como Botarito), fueron seleccionadas para estudiar Enfermería, becadas por el Ministerio de Educación, en la Escuela de Enfermería que iniciaría su primer curso con ellas, y cuyo nombre oficial cambió luego a Escuela Nacional de Enfermeras, graduándose la primera Promoción 1937-40.  Esa Escuela era una dependencia de la UCV en Caracas, y tuvo entre su Personal fundador a Jacinto Convit, Marcel Granier padre, Alfredo Coronil, el Capellán era Juan Francisco Hernández, el Médico del alumnado Miguel Zúñiga Cisneros, y una enfermera española a quien mi madre admiró mucho, pues fue la responsable primordial por la formación de las primeras camadas de egresadas, la Señorita Ripoll (creo que catalana, aclaro que casi todo lo estoy citando de memoria, por sus historias de esos tiempos y algunos documentos que tuve en mis manos alguna vez). Dos colegas de mi mamá permanecen en mis recuerdos de niñez, Ramona y Lucani, porque fueron amigas y compañeras de trabajo en los años 50. A “Botarito” la conocí en la triste ocasión de fallecer su hija menor (inhalación accidental de monóxido de carbono, durante un viaje vacacional de Semana Santa a Mérida, la ciudad natal de mi mamá y ella). Apenas mi madre se enteró de la trágica noticia -por la radio- me pidió que la llevara de inmediato a La Carlota, a donde llegarían con el cuerpo para su velorio y entierro). Era una chiquilla hermosa, de unos 13 años, víctima de una absurda filtración de gas monóxido de carbono del motor. Doloroso recuerdo que conservo desde mis 16 años.
Recién graduada la enviaron a trabajar en Mene Grande, entonces un campamento surgido de la dinámica petrolera en la margen oriental del Zulia. Las enormes dificultades para viajar del Zulia a Caracas, la obligaron a tramitar por Poder la compra de una vivienda en la capital, en enero de 1944, el crédito hipotecario lo terminó de pagar en 1956. Esa casa fue el hogar de cuatro de sus siete hermanos (del primer matrimonio de su padre, la madre falleció muy joven), en sus respectivas migraciones de Mérida a Caracas, mientras formaban sus nidos propios. Miña e Iraíz permanecieron en Mérida, Tulio se fue a San Cristóbal. Olga, Custodio y María vivieron en la casa de Artigas por varios años, Hilda compartió por más tiempo, y Miña estuvo apenas el lapso que le llevó conseguir y mudarse a una casa alquilada en Altagracia, luego compraría en San José, muy cerca del Hospital Vargas. La familia, con la suma de los tíos políticos, Homero, Campo Elías, Macario y Francisco, se mantuvo muy unida, a pesar de estar disgregada en varios domicilios. La Caracas de los años 50 y 60 no adolecía del insoportable tráfico automotor actual, los recorridos eran breves y amables, sin el terrible flagelo de la constante y omnipresente inseguridad de estos días, lo que permitía salir de noche.
Las nuevas generaciones comenzaron a nacer en Mérida, Josefa Herminia y Homero tuvieron allá sus ocho hijos,  Edmundo, Ilia, Mayita, Tibaldo, Elvia, Auxiliadora, Gioconda y Carmen, pero ya creciditos se trasladaron a Caracas, donde nacimos la mayoría de esa primamentazón, aunque los cuatro de Iraíz también son merideños –Juan Bautista, Jesús Alberto, Rita y Jesús Leopoldo– sólo este último sigue allá. Mi hermano José Antonio y yo, Carmen Alicia, Morela, Otto, Claribel, Francisco Javier, nacimos en Caracas. Gladis, Iraiza, Servio y Cocuya en San Cristóbal. Elvia Alicia nos llevaba cada agosto por vacaciones a Mérida, visitábamos a Iraíz y sus hijos, al abuelo, a sus hijos del segundo matrimonio, Alfonso, Betina, Hernán, Antonieta y Rodulfo, que a su vez sumaron otra primamentazón a esta larga familia.
En mis recuerdos de la infancia abundan las escenas de los Hospitales donde trabajó mi madre.  En el del IVSS de Santo Tomás a Porvenir, de 5 años me sacaron las amígdalas, la mujer que me puso la máscara con éter, cantaba Ces’t si bon, mi tía María me llevó plátanos horneados, yo a duras penas podía tomar pastillas de Aspergum. Mi memoria trae ráfagas del  Hospital Vargas, pero mi conexión es mayor con el Puesto de Socorro de Salas, la Maternidad Concepción Palacios, y el Hospital Militar (el IVSS ocupaba los pisos 12 y 13, mamá era  Supervisora de Enfermeras), donde falleció en mis brazos el domingo 27 enero de 1985. El Papa Wojtila había dado misa en Montalbán, desde el piso 12 vi pasar el papamóvil por la autopista hacia el este. El maldito cáncer no la dejó disfrutar los pocos años que “vivió” en situación de jubilada. Pero mantuvo su espíritu alegre y su bondadosa preocupación por sus seres queridos, hasta el último momento. Fue abnegada y eficaz como madre, enfermera, hermana, tía, prima, abuela, amiga, incluso como hija aunque el abuelo poco hizo para merecer ese amor y los cuidados que le prodigaron en sus últimos meses aquellos que mantuvo a distancia.
Alicia la enfermera trabajó turnos de día y de noche, sus ingresos eran limitados, y sin embargo a sus dos hijos nunca nos faltó nada, y se las ingeniaba para extender su generosidad hacia sus hermanos, sobrinos y cuñados, desde la sencilla visita hasta los fuegos artificiales en navidad, y ocasionales regalitos, sencillos pero impregnados de su infinito amor. Son innumerables las veces que prestó servicios de enfermería  gratuitos a vecinos, amigos y familiares, desde poner inyecciones a ocuparse de amortajar un cadáver, y disfrutaba haciéndolo, porque era genuina su vocación e inmensa su generosidad. Todos los que la conocieron la recuerdan con cariño, y sus dos hijos la extrañamos mucho, a pesar de los casi 32 años transcurridos desde que tuvo que dejar de vivir, por razones absolutamente ajenas a su hermosa voluntad. Podría sentirse orgullosa, a su manera nos educó sin imponernos yugos mentales, dogmatismos. No somos malandros, no somos viciosos, tratamos de parecernos a ella, llegar a ser excelentes personas. Alicia, siempre estás en nuestros pensamientos y emociones.
Integrantes de la Primera Promoción, Curso 1937 – 1940: María Edilia Bottaro, Josefina García C., Alicia González, Melania Mogollón, Cecilia Montilla, Carmen Osuna, María Luisa Peralta, Ana Isabel Rivas Núñez, Emérita Silva, Luisa M. Valverde, Amparo Sosa, Mary Vesga.-




https://www.analitica.com/opinion/mama-cumple-cien-anos/
http://www.noticierodigital.com/2016/11/mama-cumple-cien-anos/