Episodios
anecdóticos.
Edgard J. González.
18 de agosto, 2019.
Toda
persona adulta mantiene recuerdos de
experiencias, tanto agradables como poco gratas, forman parte importante del pasado de cada quien
y permanecen en nuestra memoria a pesar del tiempo que ha transcurrido, y de
los detalles que se han difuminado
en algunas, pero guardamos lo esencial. Algún mecanismo en el cerebro de cada
uno almacena celosamente ciertos
episodios, mientras borra otros, aunque en ocasiones recuperamos parte de
lo que desapareció (gracias a un objeto,
una foto, una referencia de otra persona que participó o supo de aquella
situación, y de inmediato activa el recuerdo escondido en nuestra mente). Hace
años que anoto en un archivo de mi computadora grupos de muy pocas palabras que abrevian lo fundamental de mis
vivencias más resaltantes, y con este artículo comienzo a compartir algunas de
esas anécdotas, que supongo pueden ser interesantes para una porción de los
potenciales lectores, que a su vez podrían asociar con vivencias propias
similares.
Estando
en Inglaterra, y recién llegado a Cambridge,
un compañero de residencia estudiantil me invitó a una fiesta, y fuimos a una
casa, donde había música, sidra, y
muchos jóvenes disfrutando la velada. Observé que algunos iban al 2º piso, y
al preguntarle a quien me invitó qué sucedía arriba, me respondió con un gesto,
con la mano semicerrada y poniendo
pulgar e índice sobre su boca. Entendí que se aislaban en la segunda planta
para fumar marihuana, y de inmediato
tomé mi abrigo (era invierno) y me fui sin siquiera despedirme. Yo era becario del Ministerio de Educación de
Venezuela para realizar un postgrado, por lo tanto representaba a mi país y al IPC, y no me podía arriesgar a que
hubiera una redada policial y apareciera formando parte de un grupo de fumones,
lo cual dañaría no sólo mi reputación
personal sino la del país y la del Pedagógico de Caracas (que había
solicitado la beca), aunque el consumo
de esa yerba alucinógena, como el pelo largo, las camisas con diseños de
bacterias y la promiscuidad, estaban de moda a fines de los años 60, con
los hippies de Woodstock y las barricadas de París y Daniel Cohn Bendit,
que pretendían cambiar al mundo. Mejor solo que mal acompañado.
En
abril del 69 por el asueto de Easter (Semana Santa) compré en la Estación Victoria de Londres un boleto
de tren que, por 9 libras esterlinas
(tarifa de estudiante, Bs 97,20 al
cambio de Bs 10,80 por Libra), me
permitiría viajar a Bélgica, Alemania,
Holanda, bajando en cualquier estación del trayecto, y retornando a Londres,
paso del canal incluido. Estuve en Brujas,
Bruselas, Gante, pero poco antes de cruzar la frontera de Bélgica a Alemania, un funcionario del tren me hizo
pagarle poco más de un dólar como impuesto
de salida, lo cual me disgustó. Pero ya en Alemania otro uniformado me hace
pagar de nuevo una cantidad similar, como impuesto
de entrada. Al bajar en la Estación de Colonia
fui a una taquilla que atendía Reclamos,
pero -como en Francia- pretenden que
todos hablen el idioma local, y a pesar de mis denodados esfuerzos por darle un tono alemán a mis palabras en
inglés, el empleado me ignoró, y mi indignación aumentó. Un hombre alto y
robusto que había presenciado todo, intervino y ambos tratamos de entendernos en un lenguaje híbrido, él intentaba en
alemán hacer sonar como inglesas sus palabras, yo trataba de alemanizar mis palabras en inglés. Al
cabo de varios minutos fue evidente que no lograríamos hacernos entender en esa jerigonza, y yo me desahogué exclamando
en castellano “Maldita sea, perdí mis
diez bolos”, y él -con expresión de sorpresa- me preguntó: ¿Y busté habla español?. Resultó ser un
colombiano residente en Alemania. Él
hizo en alemán mi reclamo en la taquilla y le dijeron que eran impuestos
normales e inmodificables. Reímos y nos despedimos.
En
la vacación de diciembre del 69 viajé por Escocia
y las dos Irlandas. Comencé por Edinburgo,
y el día 26 opté por conocer su Zoológico, que me habían recomendado.
Cuando ya había recorrido la mitad del amplio y variado Zoo, me topé con una
casa con un aviso de FAUNA TROPICAL.
Adentro había ambiente con calefacción y unas 6 jaulas de 1,50 x 3 metros, con 3 paredes de concreto y al frente
una reja con gruesos barrotes. Sólo una de esas celdas estaba ocupada, por un Gorila adulto, sentado y apoyando su
lado izquierdo en la reja, que miraba fijamente a la pared lateral (a mi
izquierda, estando yo frente a aquel formidable
y solitario simio, a mi vez apoyado en una baranda de metal que mantenía al
público a unos 80 cmts de las jaulas). Dado que en esa instalación estábamos solos el gorila y yo, comencé a decir
en voz alta lo que esa circunstancia me inspiraba, y el gorila me miraba y parecía entender, no tanto mis palabras sino
mi actitud respecto a él al pronunciarlas. Le expresé; “Tú y yo tenemos en común que somos de lugares muy
distantes, estamos solos, y hoy cumplo 24 años, sin celebración ni familia,
en tu compañía. Tú vienes del costado
oriental de África, yo de Venezuela. Pero mientras a ti te secuestraron de tu ambiente y te
trajeron obligado, para estar todo el resto de tu vida encerrado acá, yo vine voluntariamente y becado, de
manera que vivo en libertad, disfruto de lo que hago, mantengo comunicación
telefónica y por cartas y postales con mis seres queridos, y al término del
postgrado regresaré a mi terruño y a mi
familia. Tu futuro es muy triste e imposible de cambiar en tu beneficio”.
Supongo que su tendencia gregaria y el
tono suave y afectuoso en que le hablé, además de la sincera solidaridad que
sentí por él, convergieron para que nos
tomáramos de las manos, y así permanecimos por un buen rato, aquel
antepasado remoto y yo, al sureste de Escocia.
En noviembre de 1969 el doctor Arnoldo
Gabaldón llegó a Cambridge para hacerse cargo de la Cátedra Simón Bolívar en la Universidad de esa pequeña ciudad.
Averigüé su dirección y fui a saludarlo en mi condición de venezolano
participante de la dinámica académica a
la que se integraba el prestigioso médico, responsable de dirigir la tenaz y efectiva campaña contra
el paludismo en Venezuela. Estaba con su esposa, su hijo menor, y una
señora que se había ocupado de las labores domésticas por décadas, en el hogar
de los Gabaldón en Maracay. A dúo,
los esposos me contaron dos deliciosas anécdotas, que hoy narro por primera
vez; Como el doctor Gabaldón era un
embajador cultural, a diario recibía visitas, y procurando ser buenos anfitriones, ellos ofrecían sencillos
pasapalos y copas de vino. Pero al observar que la empleada de toda la vida,
que por supuesto no sabía ni ñé del
idioma inglés, se movía con la bandeja entre los visitantes, con dificultad
y riesgo de tropezar, la señora Gabaldón le dio un curso express, haciéndola memorizar un “Excuse me” para que lo
pronunciara a menudo y la gente le diera espacio. Esa noche disfrutaron más que
lo usual, pues cada vez que la empleada atravesaba la sala con su bandeja,
ofertando vino y snacks, ella repetía cada 5 segundos en alta voz: “Mikiús, Mikiús”.
Pero
esa misma persona, protagoniza la segunda
y muy hermosa anécdota. En el Maracay de los años 40 y 50 la cena se servía muy temprano, y luego
de recoger la mesa y lavar ollas y platos, cesaban sus labores del día, y ella
-en sus años de juventud- puntualmente
salía al patio frontal de la vivienda, con simple baranda de poca altura, y
recibía la visita de su novio,
entrelazadas sus manos sobre la verja, ella en el patio, él en la acera.
Aquello llevaba años, y es de suponer que en sus domingos libres, cuando ella se alejaba de la casa donde trabajaba,
iban mucho más allá de agarrarse las
manos. Pero no se producía el
embarazo que ambos deseaban y, aunque nunca interrumpieron su rutina
romántica por las noches en la baranda, él
montó un segundo frente y allí sí hubo gestación y criatura, lo cual fue
aceptado por ella en virtud de su obvia infertilidad. La nobleza y generosidad de esta sencilla y leal dama llegó al extremo
de ir a la casa de “la otra” a ayudar
cuando el niño estaba enfermo. Ese triángulo duró muchos años, con las
mismas visitas en la baranda, y las horas dedicadas a cuidar al hijo del hombre
que amaba, aunque lo hubiera tenido con otra. Una historia de amor intenso, sin egolatría ni prejuicios.
Don Arnoldo Gabaldón, su esposa e hijo menor, en su residencia de Cambridge con EJG de visita.
Don Arnoldo Gabaldón, su esposa e hijo menor, en su residencia de Cambridge con EJG de visita.
Los Gabaldón en su casa de Cambridge, con un grupo de visitantes, mi amigo José Miguel Uzcátegui a la izq.
En
la inauguración de la nueva sede de la
Galería Freites en Las Mercedes, Caracas, junio 2006, con una exposición de
cuadros de Edgar Sánchez, estaban entre
el numeroso público invitado, el pintor Jacobo
Borges, el crítico de arte Perán
Erminy, Douglas Bravo, el mítico
jefe guerrillero venezolano, Sofía Leoni,
hija de Raúl Leoni, quien siendo
presidente del país continuó el combate contra la guerrilla iniciado por su
antecesor Rómulo Betancourt. Los
saludé y fotografié a cada uno, pero hubo una escena inesperada que me sorprendió tanto que no usé mi cámara
para capturar la imagen de lo que constituye lo esencial de esta vivencia; Douglas y Sofía se saludaron con un abrazo,
mientras yo miraba absorto, paralizado por un
intercambio afectuoso entre dos personas que representaban los dos bandos que
se enfrentaron con violencia en los años 60 y 70, y que Chávez, el hegemón
de turno, se empeñaba en mantener separados y odiándose a muerte, para lograr su objetivo de dividir y vencer. El
“loquito pintaparedes”, lo llamó Argelia
Melet, la entonces esposa de Douglas, cuestionando
la escogencia del oriundo de Sabaneta para formar parte del Plan B de Fidel, infiltrar en las FFAA jóvenes que ya fuesen parte de la fachada legal de la ultraizquierda,
derrotado el Plan A de las guerrillas rurales y urbanas, derivadas del inmediatismo de las juventudes del PCV y AD (MIR), y
apoyadas por Fidel, cuya intrínseca
maldad y megalomanía lo llevaron a obsesionarse contra Betancourt (quien le
negó la ayuda que solicitó, en dinero y petróleo, en enero del 59, cuando no
había tomado aún posesión de la presidencia, para la que fue electo en
diciembre del 58) y contra la democracia “burguesa” apuntalada por el Pacto de
Punto Fijo: AD, COPEI y URD. Fracasaron en sembrar odio y en mantener ese
40% de apoyo popular (que inflan a conveniencia).
El golpista bipolar, mantuvo
oculta su vieja subordinación al castrismo,
hasta que la solicitud, por parte de la oposición, en febrero del 2003, de un Referendo Revocatorio, dejó en evidencia su
condición de marioneta de Fidel, al
implementar un esquema
demagógico-populista para reducir el descontento
de la obvia mayoría, por lo que habría sido revocado de haberse realizado
el referendo en el lapso regular que corresponde a esa opción, en lugar de retardarlo descaradamente por AÑO Y MEDIO,
mientras invadía con parásitos cubanos
(babalaos con bata, y otras alimañas haciéndose pasar por expertos en
toavaina), para producir el espejismo de
las misiones, y en paralelo contrataron a SMARTMATIC, a cargo de inflar la baja votación roja con una enorme masa de electores virtuales, mesas itinerantes y salas de conteo de
resultados clandestinas e inescrupulosas. Con esos elementos “ganó” el
referendo en agosto del 2004. Douglas
Bravo, responsable por la infiltración del payaso de Barinas en las FFAA
(me lo dijo dos veces, en dos ocasiones distintas, en Caracas y en Barquisimeto)
no apoyó sus arbitrariedades ni apoya
las del sucesor, indocumentado con curso ACME en La Habana, escogido -para vergüenza del ñangarato
estancado en el neoestalinismo- por la Nomenklatura raulista en diciembre
del 2012, cuando murió el resentido bastardo, y ya Fidel llevaba seis años sumergido en su crónica demencia senil.
Chávez le hizo un daño terrible a Venezuela, sus caprichosas e insensatas
ejecutorias de napoleoncito delirante, mostraron
sus consecuencias luego de su muerte, y se agudizaron con la abrupta caída de
los precios petroleros. Pero no tuvo éxito en su afán perverso de sembrar
el estúpido odio cheguevariano, y la
mejor demostración de su fracaso en este mal propósito, es aquel significativo abrazo entre el mítico
comandante guerrillero y la hija de uno de los presidentes del período
democrático, que enfrentaron con éxito aquella gran equivocación histórica.
Sofía Leoni y EJG Jun 2006 Gal. Freites, CCS.
Douglas Bravo y EJG Jun 2006 Gal. Freites, CCS.
Jacobo Borges y EJG Jun 2006 Gal. Freites, CCS.
Jacobo Borges y Perán Erminy. Jun 2006 Gal. Freites, CCS.
EJG Douglas Bravo y dos damas, CHL Bqto jul 2014.
El pintor Edgar Sánchez, con su expo inauguran Galería Freites.
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