MÍ TÚU: denuncio a
esas pérfidas abusadoras.
Edgard J. González.-
Por décadas he sufrido en
silencio los lacerantes recuerdos de los
cientos de abusos cometidos contra mí, por mujeres con altas cuotas de
poder y fama, que se aprovecharon de mi
inocencia y falta de experiencia, para satisfacer conmigo sus ansias lujuriosas
y lascivas, lo que me dejó cicatrices imborrables, un profundo trauma que
me acompañará hasta mi último suspiro.
Pero me inspira y estimula la valiente, perseverante y noble labor de
las víctimas de abusos similares, aunque lo
mantuvieron oculto por décadas, ahora hacen públicas sus denuncias en
contra de los sátiros que las sometieron a abusos
sexuales, que incluyen miradas, susurros, palmaditas en el hombro y sus
alrededores, hasta las insultantes y agresivas invitaciones a una fiesta, a
cenar, o a conversar en la habitación del hotel donde se hospedaba temporal y sospechosamente el fauno agazapado,
iniciativas todas inequívocamente
cargadas de perversión y malas
intenciones. Pues circunstancias muy semejantes tuve que enfrentar yo desde
mi adolescencia hasta hace relativamente poco, aunque algunos pudieran dudar de
esto, porque ignoran que mantuve siempre
ese atractivo natural que me convirtió en el obscuro objeto del deseo carnal
de ese conjunto de mujeres poderosas, que hicieron de mi vida un permanente vía crucis de pecaminoso sexo, de salvaje
placer.
El comprensible temor a las represalias obligó al
humillante silencio de aquellas víctimas por
muchos años, y es tan intenso y real ese miedo a las reacciones de los
victimarios, que todavía algunas de las denunciantes se mantienen en el absoluto anonimato. Yo declaro sin esconder mi
identidad, dispuesto a enfrentar las consecuencias de mis denuncias, pero busco aminorar las muy probables y costosas
demandas judiciales, dada mi precaria situación financiera; Soy educador
jubilado en la destruida Venezuela, con crónica
escasez de alimentos y medicinas, sin gas ni gasolina siendo un país
esencialmente petrolero, con los servicios funcionando a nivel de postguerra, y
el poder judicial prostituido, factor a favor de las victimarias o sus
familiares, en caso de que algunas de ellas hayan fallecido, con suficiente
poder como para inclinar esta balanza
malandra en su favor, lo cual es el pan nuestro de cada día para los
opositores, que deben tratar de sobrevivir con ingresos que van de 3 a 12 dólares
mensuales, lo que aumenta mi vulnerabilidad en caso de una represalia tribunalicia, que me
dejaría desnudo empelotas, añadiendo más perjuicios a los que ya he debido
soportar.
De manera que para evitar
onerosas demandas, en las actuales condiciones
de orfandad judicial que privan en Venezuela, haré referencia a todas y cada una de las mujeres que fueron sexualmente
abusivas conmigo, mencionando “su parecido” físico, a fin de que no pueda
ninguna de ellas sostener que la identifiqué por su nombre y apellido, puesto
que mencionaré solamente la semejanza de
rostro y cuerpo respecto de famosas, que cualquiera reconoce, pero que,
INSISTO, “no son las mujeres que abusaron de mí, sólo hay un enorme parecido”,
y con este ardid espero librarme de
cualquier reacción judicial o mediática.
Con apenas 16 añitos, aunque ya mi cuerpo mostraba voluptuosidad y
despertaba instintos malsanos en las féminas, fui acosado por una mujer muy
parecida a Susana Duijm, aquella
esbelta morena que derrochaba belleza y simpatía. Yo supongo que las
potenciales acosadoras comparten la
necesidad de revelar sus éxitos en las conquistas a fuerza de extorsión,
pues ello explicaría la excesiva multiplicación
de depredadoras encaprichadas con poseerme, todas provenientes de la multiesfera
de los Concursos de belleza, el modelaje y la actuación en Cine y TV. Sufrí el
acoso de mujeres que “se parecían igualitas” a Peggy Walker, a Eva Moreno, Doris Wells, Pierina España, seguramente
contertulias de Susana en más de una fiesta, en las que fui mencionado como apetecible presa. En algún momento este
intercambio de informaciones entre las malvadas saltó a la escala internacional, y simultáneamente fui el target de bichas de proyección local y también
mundial, aumentando la cifra de mis victimarias, que parecían turnarse para disfrutar de mi cuerpito sin darme realmente
tiempo de descanso entre una violación y la siguiente. Así, sumando a mi
calvario las horas de vuelo al destino donde me esperaba una nueva depredadora,
allende nuestra frontera nacional, tuve que soportar los creativos abusos de
chicas muy pero muy parecidas a Brigitte
Bardot, Mylene Demongeot, Sharon Stone, Fabiola Colmenares, Alba Roversi, Jackeline
Bisset, Nohemí Arteaga, Candice Bergen, Naomi Watts (apenas finalizó su
rodaje de King Kong, me obligaba a disfrazarme de gorila), Elisabeth Hurley, Elin Nordegren, Kate Winslet, Ann Bancroft y Katharine
Ross (creo que se datearon sobre mí, cuando filmaban “El graduado”), Jane Mansfield, Virna Lisi, Philicia
Rashad, Tony Braxton, Marg Helgenberger, Stana Katic. Ya en este siglo 21 a
la lista se agregan algunas modelos de Victoria´s
Secret (es probable que sean las hijas
y nietas de aquellas depredadoras primigenias, que mantienen el legado de
sus perversas antecesoras, y abusan
conmigo a pesar de mi edad y los inevitables achaques inherentes al paso
del tiempo. Ellas a lo suyo, sin piedad
y con excesiva lascivia, como procurando secarme para no dejar nada que
puedan disfrutar las que me quieran acosar después. Yo estoy seguro de que merezco el Récord Guinness como el varón más
acosado y abusado, incluso uniendo los siglos 20 y 21.
En honor a la verdad, la única
que nunca me agredió fue la francesa Katerine
Deneuve, una dama exquisita y muy hermosa, que es la excepción que confirma la regla de la degeneración a nivel de las
féminas con fama, dinero y poder, implacables depredadoras que desahogaron en
mi sus más aberrados instintos. Y confieso
que me hubiera encantado que Deneuve me hiciera su víctima, en especial a raíz
de su valiente y digna posición, enfrentando a las feminazis que tienen como
objetivo la humillación y castración moral y legal de los varones,
destruyendo las reputaciones de aquellos a quienes difaman, por presuntos acosos y abusos ocurridos
hace dos y tres décadas, con la alevosía de saber que liberada el agua sucia de
la difamación, ya no se puede recoger, y el daño permanece, aunque no hayan
demostrado la culpabilidad de aquellos a quienes acusaron sin pruebas, tardíamente y en muchos casos, desde el cobarde
anonimato.
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