domingo, 16 de junio de 2019

Mi nieto entre canciones.


Mi nieto entre canciones.

Edgard J. González.
Dom 16 de junio, 2019.

Se llama “Licencia Poética” a la muy flexible autorización para utilizar palabras sin ceñirse estrictamente al significado que la Academia del idioma les asigna, a fin de permitir la ampliación de ese universo para adaptarlo a las necesidades expresivas del aeda, en su constante empeño por crear nuevas imágenes, preñadas de belleza y de meta-significación. Por supuesto que en la praxis esa licencia trasciende el espacio de la poesía y se proyecta a todo lo que exprese creación e interpretación positivas. Abre nuevas dimensiones a las metáforas, las rimas, las asociaciones, en verso y en prosa.

De Ortega y Gasset es la frase “Yo soy yo, y mis circunstancias”, y sin dudas la música es parte esencial de las circunstancias de la mayoría de los seres humanos, aunque las preferencias varíen y cada quien tenga una selección personal de expresiones musicales, algunas imposibles de separar de sus letras, incluso con favoritismos hacia determinadas ejecuciones instrumentales y vocales, de una misma pieza, por el particular arreglo o el grado de virtuosismo en el dominio de los instrumentos, o por la especial vocalización, conjunción de elementos que establecen para cada oyente la diferencia que las hace extraordinarias y -a su juicio- las interpretaciones que más emoción y placer le causan.

Yo tengo varias docenas de canciones preferidas, en ocasiones es su melodía lo que ejerce particular atracción en mí, otras veces es la letra lo que más me emociona, aunque por lo general son piezas tan completas que logran la excelencia simultánea en ambas expresiones, tanto la música como el diálogo nos transportan a esa dimensión donde experimentamos con intensidad, placer y dolor, tristezas y alegrías, odio y amor, añoranzas y desprecios, y durante los pocos minutos que dura cada canción, nos evadimos del resto de la realidad y lo que esa conjunción de música y letra nos hace sentir, conforma lo esencial del mundo, según nuestra muy personal interpretación. Hay temas que funcionan como máquinas del tiempo y nos llevan en un santiamén al pasado, niñez, pubertad, adolescencia, inicios de la adultez, lapsos o instantes pretéritos resucitan en nuestra memoria y activan viejas emociones, otros nos conectan en el presente con eventos y personas de gran significación en nuestras vidas, por quienes sentimos un profundo apego y, en ocasiones, han dejado un vacío, por ausencia temporal o definitiva. 

Haré referencia a cuatro piezas musicales que siempre me han emocionado muy intensamente, “Adiós Nonino” de Ástor Piazzola, interpretada por su autor al bandoneón, y en el violín Fernando Suárez (la versión que prefiero ya no se puede ver por una insólita demanda de quien hizo la grabación); Aunque Nonino es abreviación de nono, abuelo, con esta sublime melodía Piazzola se despide de su padre, fallecido en 1959, demostrando en cada estrofa el inmenso amor que por él sentía, y lo mucho que lo extraña. “Diez lágrimas”, en la portentosa voz de Danny Rivera; Aunque trata de impedirlo, las derrama, el autor y quien interprete este bolero, al enterarse de que se va de su lado la persona amada, a la que también advierte que por cada lágrima derramada, quien le abandona tendrá un año de soledad. “Contigo en la distancia” en la extraordinaria interpretación de Cristina Aguilera, narra las penurias de amar desde muy lejos, no hay ni siquiera una “bella melodía, ni quisiera escucharla en solitario, te has convertido en parte de mi alma, ya nada me conforma si no estás junto a mí”. Y “Desvelo de amor”, casi en cualquiera de sus versiones grabadas; Es difícil conciliar el sueño cuando el destinatario de nuestro afecto no está cerca, “sufro mucho tu ausencia. Yo comprendo que es mucho lo que te quiero, no puedo remediarlo, ¿qué voy a hacer?. Mirando tu retrato me consuelo. Dejo el lecho y me asomo a la ventana, contemplo de la noche su esplendor, me sorprende la luz de la mañana, en mi loco desvelo por tu amor”. 

Excepto “Adios Nonino”, hermoso homenaje de un hijo a su padre, las otras tres son canciones de pareja, sentidas confesiones entre amantes, con la separación de común denominador en las cuatro piezas musicales, por fallecimiento del progenitor en el caso de Piazzola, por abandono unilateral en el caso de “Diez lágrimas”, por simple aunque lacerante distancia circunstancial entre dos que se aman y volverán a estar unidos, en “Contigo en la distancia” y “Desvelo de amor”.

En mi condición de oyente que aprecia y disfruta las cuatro composiciones, aplico licencia poética y reinterpreto su intención lírica, para adaptarla a mi particular drama personal, compartido por millones, por la cuantiosa migración que la grave situación socio-económica y política ha generado, separando cientos de miles de padres, hijos, nietos, hermanos, sobrinos, forzados al exilio por las bandas criminales que mantienen secuestrada a Venezuela, a la que saquean y destruyen sin piedad ni remordimiento, por el lucro y el poder. Es difícil hallar una familia que no haya sido víctima de la separación de uno o varios de sus miembros, ahora regados en distantes e inciertos destinos, a lo largo del continente americano, y en menor medida en Europa, con incluso algunos compatriotas invirtiendo sus capacidades y su dedicación en Asia, África y Oceanía. Los venezolanos, que sólo salieron de su territorio a comienzos del siglo 19 para liberar colonias del imperio español, y hasta 1998 fueron solidarios anfitriones de oleadas de migrantes procedentes de Europa, Latinoamérica, Medio Oriente, China, huyendo de conflictos bélicos o dificultades económicas, por primera vez saborean al amargo pan de la diáspora, las pocas pero crueles dentelladas de la xenofobia, la absurda tristeza de besar y abrazar en imágenes a sus seres queridos y ausentes, en el insuficiente espacio de una pantalla de celular, tablet, laptop o monitor, que por mucha resolución y colores que ofrezca, nunca igualará la tersura de la piel, la cercanía del ser que nuestros brazos envuelven y nuestros ojos y manos acarician.

El hijo real, el nieto tangible, el hermano compañero, se convierten en digitales, pixelados, virtuales. La enorme distancia impide incluso que nos angustiemos a diario, como cuando ese ser querido estaba en las cercanías del hogar, y mientras no llegaban imaginábamos que “algo malo” pudiera sucederles, lejos de nuestra constante protección. A tanta distancia ni siquiera podemos preocuparnos como era habitual cuando eran parte de la dinámica familiar. No están en las parrilladas, las tortas, las fotos en grupo. Son una ausencia dolorosa, pesada, que además de hacernos sentir solitarios nos hacen sentir impotentes y desvalidos, acumulando cariño y preocupaciones que no llegarán a concretarse “en vivo y directo”, para completarnos, para alegrarnos. Da igual que estén a mil kilómetros, en un país vecino, que a veinte mil, en las antípodas del planeta; La certeza de que no compartirán techo, comida, conversación, caricias, entristece nuestro ayer, nuestro hoy, nuestros mañanas.

Una de las peores consecuencias del sistemático daño que estos criminales sucialistasdelsiglo21 nos han causado, a los de la tercera edad, es que todo el esfuerzo de preparación desde la niñez, atravesando la escuela y el liceo, los más privilegiados Universidad y Postgrado, para ser útiles en un oficio o profesión, más la puntualidad, la eficiencia, el cumplimiento de nuestros deberes en el trabajo, para adquirir la casa propia, los muebles y electrodomésticos, el vehículo, y finalmente disfrutar de todo eso gracias al innegable avance civilizatorio que representa la jubilación, ese último trayecto de la existencia sin las preocupaciones por pagar lo que obtuvimos a crédito, por madrugar para llevar los hijos a su escuela, al liceo, y ser puntuales en las labores propias, ahora con tiempo libre para dedicarnos a nietecear, a ayudar a criar y malcriar a los nietos, sin llevar sobre nuestros hombros la responsabilidad paternal, y con el margen de complicidad que invertimos en las actividades con esa tercera generación, constantemente activa, bulliciosa, alegre, caprichosa, incansable, imaginativa y deliciosa. Todo eso se ha visto adulterado por la grave crisis que en todos los aspectos nos vulnera, causada y aumentada por el castrochavismo, esta recua de lacayos de la destructiva distopía neoestalinista, marxistoide y totalmente corrompida, con casa matriz en Cuba, y mercenarios venidos de Rusia, China, Irán, más los tumores del ELN, las narco FARC y Hezbolá.  

Los viejos, en lugar de disfrutar con relativa comodidad de nuestros últimos años de vida, ahora malgastamos nuestro tiempo en colas para adquirir los cada vez más escasos y costosos alimentos, remedios, gasolina, gas, estirando el insuficiente salario, poniéndole canas, arrugas y frágiles cuerpos al paisaje humano, porque los más jóvenes tuvieron que irse, huyendo de este desastre de creciente desempleo, bachaqueo de productos y servicios, sin electricidad por varias horas cada día, y el prepotente blackout del régimen usurpador, que aplica censura, cierra los medios que insisten en cumplir su responsabilidad de dar información veraz, y adultera con absoluto cinismo la realidad que azota a los que nos quedamos, la que expulsó a los que se tuvieron que ir (con los noruegos haciéndose los suecos).

Me faltan una hija y un nieto, he tenido desvelos, he derramado demasiadas veces mucho más que diez lágrimas, con ellos en la distancia, y esta incertidumbre [que pospone la solución definitiva de la penosa situación venezolana, con demasiada politiquería de parte de los sectores obsoleto y radical de la oposición, sumada a la actitud nihilista de los secuestradores del país, que rechazan cualquier propuesta que conduzca a resolver esta profunda crisis (que ellos causaron con su ruinoso colectivismo y su intensa corrupción, aliñada con narcotráfico, crímenes por represión y por daño ambiental, ayuda al terrorismo yihadista) y asumen la actitud de los delincuentes rodeados, dispuestos al enfrentamiento, porque su otra opción es ir a juicio y asumir sus sentencias], me hace temer que la impactante melodía de Piazzola, en el caso de quienes ya estamos en la recta final, pudiera representar, no la hermosa despedida que el hijo le dedica al padre, sino la forzosa despedida que el padre y abuelo le dedica a su hija y nieto, en caso de que el retorno se demore, y ya no los viejos no estemos para disfrutar de la compañía de quienes inevitablemente regresarán.

Afortunadamente tengo acá a mis otros hijos, mis yernos, y dos hermosas e hiperactivas nietas que con sus juegos, sus carreras, sus tremenduras, inclusive mientras duermen, transmiten alegría, sensación de válida existencia, con ese amor incondicional tan propio de los infantes, y ese voraz apetito por aprender, y nos permiten volcar en ellas lo que podemos aportar a su formación, y compensan por la dolorosa ausencia de los seres queridos que están, circunstancial y tristemente, muy lejos.

¿Será que podemos, juntos, recuperar al país, y luego cada quien trate de hacer su agenda personal, en democracia y sin las bandas criminales?.


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