lunes, 23 de abril de 2012

CULPAR A OTROS. Édgard J. González La inmadurez es un estadio no sólo en la evolución de cada individuo, sino también presente en la evolución de los conjuntos sociales. Mientras no se alcance la madurez, se suele achacar la responsabilidad de todas nuestras fallas a terceros. Precisamente la falta del equilibrio propio de quien está madurando, Sociedad o individuo, impide que se asuman las responsabilidades de lo que hacemos o dejamos de hacer, y sus consecuencias. El grado de rendimiento académico de cada estudiante se refleja en su calificación, a partir del límite entre el reprobado y el aprobado. En Venezuela, es ya un lugar común usar las expresiones «Pasé» o «Me Rasparon», y es un magnífico ejemplo para demostrar el nivel de inmadurez de quienes asumen que el haber aprobado es un mérito que se les debe adjudicar en su totalidad (YO pasé), pero cuando los resultados del proceso de enseñanza aprendizaje son negativos, aparecen las culpas endosadas a desconocidos terceros sin involucrar al protagonista (ME RASPARON, otros, a pesar de mis denodados esfuerzos). La fantasía desplaza a la realidad y el inmaduro —individuo, pueblo- monopoliza el mérito (YO pasé) pero se auto-exime de responsabilidades (ME RASPARON). Esa misma tendencia está presente en múltiples manifestaciones y a diversas escalas de nuestras existencias, con la conveniente exoneración de culpas cuando se trata de asumir responsabilidades, y la exageración de méritos —reales o presuntos- en caso de ocurrir algo positivo. Así, suben los precios del barril petrolero «gracias a nuestra acertada política de producción y mercadeo», pero bajan debido a manipulaciones non santas de competidores inescrupulosos. Una de nuestras reinas de belleza (egresada de Plastic Surgery University) alcanza un cetro internacional, y de inmediato «somos un país de mujeres hermosas al por mayor», pero aparecemos entre los países educacionalmente más atrasados del orbe y ello se debe a trabas de ciertos países interesados en impedir nuestro acceso al conocimiento. Un venezolano destaca en algún deporte y en seguida somos una cantera deportiva inagotable, pero apenas se señalan los elevados índices de alcoholismo y drogadicción y nos convertimos en «víctimas de obscuros intereses» que nos obligan a consumir licores y estupefacientes. «Logré un Ascenso»(yo), en oposición a «Me botaron» (ellos). Más que difícil, es practicamente imposible que los venezolanos alguna vez aceptemos nuestra responsabilidad en algo negativo. Yo insulté, Yo choqué, Yo administré mal, Yo me equivoqué, Yo no estudié, Yo fallé, Yo llegué tarde, Yo cometí el error, Yo me comporté mal, Yo estoy alcoholizado, Yo lo eché a perder, Yo no sabía la respuesta, Yo no tengo capacidad para ese cargo, son expresiones que raras veces escucharemos en boca de un venezolano promedio, pues cuando se trata de asumir la responsabilidad por algo mal realizado, resulta más fácil y conveniente eludir nuestra culpa y adjudicársela a terceros, que pueden ser otros individuos, otras instancias, otros países, siempre otros factores con tal de no aceptar la verdad, con nuestra inherente irresponsabilidad. Por ello, hacemos permanente énfasis en el disfrute de «nuestros Derechos», pero olvidamos o somos negligentes en lo relativo al cumplimiento de nuestros Deberes. Somos extremistas a la hora de exigir lo que las leyes plantean como derecho genérico, pero lerdos a la hora de dar nuestro aporte, también establecido en el marco legal, antipático deber. Hay quienes llegan a extremos de violentar el mismo marco legal para lograr lo que la personal interpretación de «sus derechos legales» les lleva a esperar, sin haber mediado el imprescindible recurso del sistemático esfuerzo para optar al disfrute de ese derecho y, lo que es peor, desconociendo y perjudicando derechos ajenos perfectamente establecidos. Así, mientras unos trabajan en horario regular, toda una vida, para con el producto de su esfuerzo percibir un ingreso con el cual adquirir alimentos y ropa, vivienda y muebles, vehículo y entretenimiento, otros optan por un puente que reduzca el trayecto, evite el rodeo relacionado con el necesario y mantenido esfuerzo, y van directo al disfrute en corto tiempo del bien satisfaciente: Roban para comer, invaden para tener un techo, violan para obtener goce carnal, asesinan apoyados en su circunstancial superioridad, buscando nivelar lo que, desde el punto de vista de su profundo resentimiento, es producto de una «injusticia social» en la que —para colmo- ellos son las víctimas. Una sociedad que busca justificarse deformando los elementos que conforman la realidad, termina viviendo de mitos convenientes para maquillar las condiciones en que se desenvuelve. Pero el maquillaje oculta o disimula las imperfecciones, jamás modifica su estructura ni capacita para superar los factores del estancamiento o subdesarrollo. El vicio no radica unicamente en la tendencia a asumir lo bueno y adjudicarle a otros las culpas. También se tiende a inventar o exagerar, tratando no sólo de engañar a los demás sino a nosotros mismos, creando méritos inexistentes o tomando méritos ajenos. El demagogo llama «pueblo noble y trabajador» a multitudes que ipso facto se sienten muy complacidas, aunque en su fuero interno deban recordar que en nuestro comportamiento colectivo gravitan inexorablemente la impuntualidad, la negligencia, el hacer con desgano, el toerismo, la improvisación, la falta de capacitación que lleva a trabajos mal terminados, la corrupción que establece el matraqueo y el chantaje por cualquier trámite, el clientelismo que coloca al compañero de carnet por encima del personal preparado, el populismo que reemplaza esquemas racionales y factibles a mediano plazo, por parches complacientes e inmediatistas, de efímera eficacia socioéconómica pero altamente rendidores en materia electoral. A nivel mundial es reconocida la disciplina de los japoneses por el trabajo, rayana en obsesión. Llegan a considerar insultante cualquier intento de reducción de la semana laboral, son leales y eficientes en exceso, las cifras de producción, productividad y ventas de sus empresas lo demuestran internacionalmente. En alguna infeliz ocasión escuché que el pueblo venezolano era más trabajador que el pueblo japonés, en boca de alguien movido por el afán de redención popular. Mas, no es negando la realidad, ni mucho menos tomando de otros las cualidades que no poseemos, como vamos a superar la actual situación de profundos desequilibrios estructurales que mantienen a enormes conglomerados en pobreza y miseria. Los japoneses no alcanzaron su envidiable condición económica actual jugando lotería, terminales y kinos, ni faltando al trabajo las mañanas de los lunes y las tardes de los viernes, ni jugando chapita a media mañana con una cerveza torpemente disimulada en una bolsita de papel, ni haciendo «puentes» para estirar los fines de semana, ni delegando sus responsabilidades en un Mesías de turno, de quien esperan milagros a cambio de firmar en blanco la hipoteca de sus respectivas ciudadanías. Aunque siempre ocurrieron injusticias, y nunca alcanzamos niveles cercanos a la uniformidad entre las naciones, los contrastes entre sociedades pobres y sociedades prósperas no se deben exclusivamente a la relación de explotación que deriva de la condición imperial. El desigual intercambio existe, y beneficia preferentemente a las naciones tecnologicamente avanzadas, que compran materias primas a bajo precio y nos las venden —transformadas- a muy altos precios. Pero por exportación de materias primas hemos recibido multimillonarias cantidades, que no hemos sabido administrar. Tiempo de sobra hemos tenido para elevar nuestros niveles de capacitación, prefiriendo mantenernos en la mediocridad y adjudicando a otros todas nuestras culpas e irresponsabilidades. * Se hacen más dramáticamente evidentes nuestros defectos, cuando comprobamos que nos empeñamos en mantenerlos sin importar el tiempo que transcurra. Este artículo fue escrito y publicado en Junio del 2000, no he cambiado ni una coma, y mantiene plena vigencia, refleja la situación de la sociedad venezolana hoy, lo que demuestra que las características negativas de buena parte del conglomerado social venezolano, se mantienen, o peor aun, se profundizan (con más demagogia, más populismo, más parasitismo, más limosnas -con nombres cada vez más pomposos-, y resultados cada vez más patéticos). Carujo regresa al futuro.

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