Gatos por
liebres en el arte.
Edgard J.
González.-
En ocasión de visitar la bucólica población de Cubiro, en una hermosa montaña a una
hora de Barquisimeto, Venezuela, en caravana de tres vehículos porque teníamos parientes
de Caracas de turistas por Guarolandia, estacionamos a un lado de la plaza, y de
la mano con mi hija menor me dirigí a la entrada principal de la Iglesia. La
niña, de seis años entonces, me frenó preguntándome “¿por qué vamos a entrar aquí si nosotros no creemos en eso? .Tuve
que explicarle que los templos son valiosa expresión de Arquitectura e
Ingeniería, y a menudo contienen obras de arte como pinturas, tallas en madera,
esculturas, todo lo cual podemos
apreciar y disfrutar sin que necesariamente seamos creyentes religiosos (y eso
rige también para mezquitas y sinagogas, que he visitado en condición de
curioso cultural). En otra oportunidad, circulando por las calles del Cementerio General del Sur en Caracas, para
visitar la tumba de mi madre, vimos muchos mausoleos
con grandes esculturas de mármol representando ángeles -por supuesto con
alas-, y la misma hija, ajena al
indoctrinamiento dogmático que desde tempranas edades les llena el cerebro
con las figuras de seres imaginarios, diablos, querubines, vírgenes y santos
(con frecuencia levitando), luego de haber visto varios de esos ángeles de
mármol, expresó “¡ Ah buenas mariposotas
hay aquí !”.
Convencido de que forma parte de los deberes de todo
progenitor, inculcar en sus hijos el
gusto por las más sublimes expresiones del Arte, como también el disfrute de la
lectura, algunos fines de semana cada tantos meses, llevaba a mis 4 hijos
al Museo de Barquisimeto, donde -es la teoría esencial, y es lo que yo encontré
en mis visitas a docenas de museos, en Venezuela y en el exterior- ofrecen al
público una selección de obras de alta
calidad, pinturas y esculturas que muestran las representaciones e
interpretaciones de la realidad, que a través de los tiempos (desde los
petroglifos y las figuras plasmadas en cavernas) nuestros ancestros y
contemporáneos han realizado, lo que nos permite admirar sus destrezas y talentos con los pinceles,
manos y cinceles, y conocer rasgos de cada época pasada, previas a la
fotografía. Cada vez que -un sábado o un domingo- interrumpía su rutina de
juegos ordenándoles bañarse y vestirse para ir al museo, obedecían con obvio
disgusto por el cambio de actividad y la poco
atractiva perspectiva de invertir tiempo de jugar, en recorrer salas con
lienzos y esculturas.
En una deplorable visita, la sala más grande del museo
estaba ocupada por una veintena de “obras” elaboradas uniendo partes de objetos
rotos, ramas, rines o ruedas de bicicleta, trozos de tela, para conformar una especie de
collages tridimensionales, con títulos
deliberadamente ambiguos, “Universo acongojado”, “Recuerdo angustiante”, “Soledad
repartida”, y todos indicaban ser “Propiedad
del autor”. A la salida, había un libro grande con páginas en blanco, dando
espacio para comentar acerca de la exposición. Grabados en mi memoria quedaron
dos breves opiniones; 1. “Si juntar
basura con basura es arte, todos somos artistas”. 2. “¿Cómo no van a ser todas
propiedad del autor? Nadie va a comprar esas vainas”. Como guinda a la
torta que sin intención puse, al obligar a mis hijos a tener aquella terrible
experiencia, mi hija menor, la respondona con ingenio, que no pronunció palabra
durante el recorrido por aquel absurdo, apenas salimos del Museo me dijo: “¡ Y tú nos trajiste a ver esa
horripilantiquez! (creando una híbrida y muy apropiada palabra).
Los tres párrafos anteriores son el prólogo a mi
enfoque de la decadencia que
gradualmente ha estado invadiendo los predios de museos y galerías, sobre
todo en países del tercer mundo, con obras que pretenden hacer pasar por Arte, sin llenar los requisitos mínimos de
calidad en los resultados, que a su vez reflejan el escaso o insuficiente
talento de sus autores. La absoluta mayoría de las obras de los museos más
prestigiosos del mundo, como El Louvre
en París, El MOMA en NY, El Prado en Madrid, el del Vaticano, El Hermitage en
San Petersburgo, el enorme grupo de museos y galerías de Washington DC, demuestran calidad suficiente como para ser exhibidas en
esos centros que coleccionan y comparten con el inmenso público visitante el
mejor Arte, y por ello mantienen su
potente atractivo para quienes disfrutan de las más exquisitas pinturas,
esculturas, fotografías, reliquias, tesoros arqueológicos, artesanías,
instrumentos, herramientas, armas, carruajes antiguos y vehículos modernos, etc.
Pero, gradualmente han venido incorporando objetos,
cuyos autores se autodenominan artistas, sin serlo, y el contrabando
ingresa a museos y galerías con el
celestino aval de ciertos curadores que se suscriben a la demagógica
corriente de lo políticamente correcto, en la cual se afirma que todo es normal y meritorio, la fealdad y la
impostura no existen, la calidad es inherente a cualquier cosa que emane de
la voluntad de una persona, "siempre que sea hecha con buena intención". El dañino igualitarismo infecta el mundo
del arte, y se equiparan un Rembrandt, un Velásquez, un Da Vinci, un
Buonarroti, un Michelena, Un Cabré, un Villalón, con
cualquier garabato elaborado por un patán sin talento pero con sobradas agallas
y padrinos progre que apoyan esos despropósitos, tan perjudiciales para la
formación cultural de las nuevas generaciones, que deben soportar la invasión de esperpentos pictóricos,
esculturales, “artísticos” en general, a cuenta del nuevo enfoque holístico y
demagógico que sostiene que no hay diferencias entre “La piedad”, “La victoria
de Samotracia”, “La Monalisa, y cualquier
morisqueta perpetrada en dos o tres dimensiones por un hombre común poseído
por el afán creativo y un ego tan grande como su ignorancia respecto de lo que el Arte es y debe ser.
Mientras sociedades privilegiadas pueden admirar obras
de Renoir, Degas, Van Gogh, Dalí,
Antonio Guzmán, Catalano, Mueck, Di Módica, Hanks, Caravaggio, Berlini, Sorolla, los pueblos del tercer mundo, sometidos por oclocracias
que, por supuesto, siguen las tendencias de la corrección política, deben conformarse con los lienzos, los mármoles,
metales, arcillas, maltratadas por gente sin talento artístico pero
súbditos incondicionales de los regímenes que los califican como artistas y
destinan espacios en sus museos y galerías para que exhiban sus agresiones a la belleza, a la armonía, a la precisa
combinación de colores y pinceladas, a la perfecta reproducción de los rasgos
en la exigente transformación de la arcilla, de la piedra y la madera nobles,
de los metales, como si no fuesen insultantes, tanto a los genuinos artistas
como a las audiencias que buscan y merecen encontrar Arte puro, no demagogia
populista, correcta política y nauseabundamente. Consideran “expresiones
artísticas populares” a los narco-corridos,
igualados a las sinfonías de Mozart, Chopin, Tchaikowsky o Bethoven, o las ya
clásicas melodías de jazz, bolero, danzón, rumba, guaracha, baladas. El regatón más chabacano, con sus vulgares
coreografías, a nivel de lo más sublime de compositores y bailarines
consagrados, Rafael Hernández, Bernstein,
Manzanero, Aldemaro Romero, Agustín Lara, Perales, Chelique Sarabia, Carrillo,
Simón Díaz, Herrero/Armenteros, Ariel Ramírez. Empatados Eiffel y Farruco, garabato en
pleno centro de Caracas. Tutankamón y
Chávez de tú a tú en sus respectivos sarcófagos, museos y trayectorias.
Andrés Boulton, genuino y muy
calificado crítico, denunció en los años 80 a un argentino que plagiaba a un famoso artista
venezolano, y el cínico sureño negó que fuesen plagios, pues “apartando los
obvios parecidos, él había elaborado
cada una de sus obras”. En 2006 vi, en una galería del CC Sambil de Caracas,
una obra correspondiente a los paquetes que en ese momento pintaba José Antonio Dávila, pero la firmaba un
italiano que plagiaba a pedido de la galería. Al fotografiar a un joven que
copiaba con absoluto descaro uno de los famosos caballos de Bernardo Nieves, tuvo el tupé de
decirme que estaba prohibido tomarle fotos, como si fuese lícito el plagio que él estaba cometiendo. En Europa
autorizan a los artistas que quieren copiar a los clásicos, pero cada copia debe señalar su condición de tal.
En la Feria de Miami “Art Basel”,
este mes, el presunto artista Maurizio Cattelan presentó una banana pegada a la pared con duct-tape, y la noticia indica que
fue adquirida por 120.000 dólares
(aunque un “performer” luego tomó el cambur, lo peló y se lo comió, en una
actuación que compite en chabacanería con la perpetración primigenia). Ese mismo
Cattelan, payaso del arte, había exhibido un
inodoro chapado en oro en el palacio Bleinheim del Reino Unido. Y en la
Tate Modern exhibieron una canoa, en la que una salchicha entraba y salía.
En
algunos casos, además del talento se
reconoce la creatividad cuando el genuino artista, que ha demostrado
dominio sobre su oficio, cualquiera de las expresiones del arte (o la
literatura), produce una obra
vanguardista que se diferencia de todo lo anterior y propone un nuevo campo.
Picasso y Dalí dieron sobradas
muestras de su genio pictórico en la dimensión tradicional, antes de producir
las obras por las cuales se convirtieron en
pioneros (del cubismo, del surrealismo), y sus méritos residen en haber
sido los primeros en pintar de esas maneras. El mayor mérito de Cristóbal Colón no derivó de sus dotes
como piloto naviero, ni siquiera en
haber sumado un nuevo continente al mapamundi (murió sin saberlo, pensó que había llegado a la India, en
nueva ruta al lejano oriente, de allí que llamaran indios a los aborígenes de estas tierras). Su mayor mérito radicó
en haber rechazado la convicción
mayoritaria de que la Tierra era plana, y que navegando hacia el oeste
inevitablemente los barcos y sus tripulaciones caerían por el borde de esa
Tierra plana, en torno a la cual giraban
el sol, la luna y las estrellas del firmamento. Es probable que antes de
Colón, otros navegantes (vikingos
por ejemplo) hayan alcanzado las costas de Norteamérica, pero como no dejaron registro formal de esos
eventos, correspondió a Colón la gloria histórica. Hacer esa travesía hoy
es rutina, y nadie que vaya de un extremo a otro del océano Atlántico o del
Pacífico, se vanagloria por haber hecho una
proeza única y pionera, que es el caso de charlatanes como Cattelan y sus
cómplices en la estafa pseudo artística de Miami, que ignoran u omiten
mencionar que el mérito primigenio de
convertir objetos comunes y corrientes en caprichosas obras de arte,
corresponde a los pioneros. Como Marcel
Duchamp, quien formó parte de la
vanguardia que produjo trascendentales cambios en la forma de hacer e interpretar
el arte. Duchamp en 1913 exhibió una “Rueda de bicicleta
sobre un taburete”, iniciando una corriente de Vanguardia, en 1917
presenta su “Fuente” (un Urinal acostado). Lo que entonces era absolutamente original y buscaba generar
cambios en las perspectivas del público, era indudablemente meritorio.
Pretender pasar por vanguardista más de un siglo después, caso de Cattelan y
otros bribones, es algo patético con
hedor a estafa dirigida a absolutos ignorantes o nuevos ricos, incapaces de
distinguir entre talento y basura.
Por
cierto que nuestro insigne Simón
Rodríguez, Maestro que marcó su impronta en su pupilo y tocayo Simón Bolívar, Libertador de
cuatro naciones, también fue un atrevido vanguardista en la tercera década
del siglo 19. De visita en Bolivia, nación
creada por Bolívar y Sucre a partir del territorio del Alto Perú, como
huésped de honor del presidente Sucre, organizó una reunión para altos
dignatarios y funcionarios, en la que sirvió
las bebidas en vacinillas (nuevas por supuesto), lo cual provocó una pésima
reacción de los invitados, incapaces de
interpretar la intención iconoclasta de esa puesta en escena Robinsoniana. El
poeta García Lorca puso su grano de
arena en esa corriente vanguardista, nos dejó la expresión “la flor en el culo del muerto”, que evidentemente no refleja
ninguna porción del ritual en torno a los fallecidos, a quienes la tradición, durante
el velorio y el entierro, jamás ha incluido colocar una flor cerca de esa
porción del cuerpo. Era parte de su
contribución a la obvia irreverencia que caracterizaba al vanguardismo de
sus compañeros artistas, y no tendría hoy mérito alguno que un poetastro, pretendiendo dárselas de
vanguardista, incorporase a uno de sus versos una línea como “El tulipán
entre las nalgas del occiso”, o “La orquídea en el pene del difunto”. Plagio Mondo y lirondo.
Hasta
el siglo 19 hubo un monopolio del tema
religioso, que prevalecía en pinturas, tallas y esculturas. Fue difícil y
gradual la aceptación de otros temas, lo
“clásico” imperaba, rechazando lo que no fuese de elaboración e imagen ortodoxa. Las corrientes modernistas que
proponían nuevos enfoques eran repudiadas (se dice que, en vida, Van Gogh sólo vendió un cuadro), pero
paulatinamente las nuevas tendencias encontraron sus espacios y su público.
Desde los años 80 del siglo 20 las grandes empresas dedican parte de sus
capitales al patrocinio de las artes,
museos y galerías se benefician de esos importantes aportes que, en los casos
de petroleras, tabacaleras, farmacéuticas,
buscaban mejorar sus imágenes, ocultando
lo contaminante y lo poco ético, tras la fachada de mecenas de exposiciones
de artistas plásticos o escritores. En
este siglo 21 aparece “lo políticamente
correcto” que con su demagogia sostiene que nada es feo y todo es meritorio, tras lo cual todo tipo de engañifas es posible en torno al arte y la dimensión que
conjuga la estética, el talento y la creatividad, dando lugar a los
contrabandos de basura etiquetada como
arte. Su más vergonzosa expresión ocurrió hace pocos años, cuando premiaron
en una Bienal de Venecia la vulgar
invasión en Caracas de un moderno rascacielos terminado en un 80%, por un centenar de marginales que ranchificaron la estructura,
afeando el entorno, anulando las inversiones y aumentando la inseguridad del
sector. Premiar como “muestra de creatividad artística popular” una expresión de barbarie, sólo aplaudida
por los energúmenos del régimen militar, represivo y corrupto, que
auspició esa salvajada, evidencia el
grado de degeneración de una porción del esquema encargado de seleccionar, organizar
y ofrecer una parte de las obras que deben representar al arte contemporáneo.
Esta
descarada tendencia de ciertas
galerías y museos, de presentar contrabandos, basura carente de talento,
originalidad, calidad, termina pareciéndose a esas Catas a ciegas, en las que los
expertos eligen como el mejor vino, al más barato y desconocido de la
muestra seleccionada. Lo que Natura non
da, Salamanca non lo presta, aunque algunos galeristas y curadores se
presten para redondear la estafa de equiparar
la infinita calidad y hermosura del legado artístico acumulado durante
milenios, con la fealdad y absoluta falta de talento de “obras” deleznables,
perpetradas con la terrible y descarada intención de integrarlas al muy
valioso bagaje que heredamos de la élite
de genios que produjeron obras de arte que no admiten dudas sobre su calidad y
trascendencia. Ya basta de burlarse del arte y del buen público, con las
excrecencias de mediocres sin talento artístico ni escrúpulos, ocupando los
espacios de museos y galerías donde esas
“horripilantiqueces” ni siquiera engañan a una niña de seis años con mínimas
nociones de belleza.
Excelente análisis, con el que concuerdo plenamente.
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