sábado, 14 de octubre de 2017

Piedritas en los bolsillos, plastilina bajo las uñas

Piedritas en los bolsillos, plastilina bajo las uñas

22 noviembre, 2015
En los animales más simples, de bacterias a gusanos, la reproducción es un proceso natural de esas formas de vida, en escala que va de lo microscópico a las mínimas dimensiones, siendo difícil diferenciar a una generación de otra, a menos que ocurra la observación permanente por parte de un equipo de científicos que registren las fases de esa multiplicación sencilla. Pero en lo esencial, el rasgo más importante, a los efectos de lo que me propongo definir, es que no hay lazos entre los individuos originales y aquellos que de ellos se desprenden. Mediante diversos procesos de reproducción la especie se perpetúa y mantiene o aumenta su cantidad, a menos que ocurra un fenómeno natural o la intervención negativa del factor humano, y una drástica disminución o la extinción total, amenace a esa porción de la fauna.

Pero los humanos hemos desarrollado la cualidad de una memoria que supera la capacidad de mantener solamente las instrucciones atávicas que ayudan a la supervivencia de la especie, lo que funciona en los demás animales. También la propensión a mantener los lazos que nos unen a nuestras generaciones anteriores, presentes y futuras. Lenguaje, Escritura, Historia, Ciencias y Tecnologías nos ayudan a ordenar, registrar e interpretar nuestros nexos a través de muchas décadas, siglos, milenios en algunos casos, dependiendo de la participación mayor o menor que hayan tenido en los sucesos que dejaron huellas, sus protagonistas. La mayoría de nosotros ha podido relacionarse con 5 generaciones, dos previas (padres y abuelos), la propia, y dos posteriores (hijos y nietos), hay excepciones con quienes han logrado interactuar con sus bisabuelos y a su vez alcanzar la extraordinaria condición de tener bisnietos, con lo que ese grupo -menos numeroso- abarca 7 generaciones. Pero todos tenemos la opción de conocer a las generaciones y sucesos que tuvieron lugar en tiempos previos a la contemporaneidad y hasta los más remotos, a través de los resultados de disciplinas humanísticas (que se dedican a estudiar las manifestaciones artísticas, de pintores, poetas, escultores, alfareros, escritores, filósofos, etc) y científicas (Arqueología, Antropología, Astronomía, Matemática, Física, Química, Biología, Zoología, Botánica, Geología, etc), que transforman los esfuerzos de miles de científicos, en el creciente y cambiante conjunto de conocimientos al que podemos acceder por la vía formal de la Educación escolarizada (Escuela, Liceo, Universidad, Postgrados), o del interés autodidacta de quienes por su cuenta se sumergen en los resultados de las porciones de las Ciencias que más les atraigan. La Escuela y las Bibliotecas cumplieron un rol esencial en la difusión del conocimiento científico, multiplicada en tiempos relativamente recientes por la acción de los medios de comunicación, la TV en especial, y las redes que pusieron a disposición de grandes conglomerados, las valiosas informaciones que le permiten -a quienes dirigen sus búsquedas a ampliar sus niveles académicos y conocer las verdades comprobadas respecto de nuestros orígenes, evolución, perspectivas y probabilidades a corto y mediano plazo, lo que a su vez capacita para elaborar criterios propios, no basados en leyendas, mitos, dogmas, afirmaciones demagógicas y todo aquello que ha sido producido desde la ignorancia y las ficciones de nuestros muy remotos antepasados, precisamente para llenar los innumerables vacíos que caracterizaban la Cosmovisión de las miles de generaciones que nos precedieron en este complicado proceso de ocupar el planeta Tierra, como parte primordial de los seres vivos. Desde la concepción hasta la adultez dependemos de nuestros padres, abuelos, y los adultos que intervengan en nuestra formación (mientras más familiares participen mejor se reparten las tareas, las madres solteras o los cónyuges que afrontan solos o con muy poca ayuda las labores de crianza, enfrentan más dificultades y tienen más méritos). Afortunadamente, con la modernidad han venido cambiando las actitudes frente a ciertos tópicos sociales, en las colectividades urbanas y especialmente en los jóvenes, la mentalidad machista se reduce, y aumentan el respeto y la valoración hacia las mujeres, y la participación en los dos sentidos; de las mujeres en los espacios y niveles en que antes las rechazaban, y de los hombres en las tareas hogareñas que ellos mismos antes repudiaban; Hacer mercado, cocinar, colaborar en las labores domésticas y, sobre todo, en lo concerniente a la crianza de los hijos, incluyendo el cambiar pañales, dar teteros y remedios, ayudar en las tareas escolares y jugar con ellos. Todo eso era exclusividad de las féminas hasta hace apenas dos generaciones.
En torno a los abuelos hay algunas leyendas urbanas que en gran medida los califican de manera injusta, asignándoles las culpas por las supuestas “malcriadeces” de los nietos, sin profundizar en el basamento de esos señalamientos, ni en los factores que pesan sobre el comportamiento diferenciado que emana de padres y abuelos. Lo primero que debemos plantearnos es el conjunto de cambios que conducen al Descubrir y luego gradualmente Asumir la paternidad como una condición propia. Es un proceso que no ocurre desde los tempranos estadios de la vida, como el gatear y el caminar, el dominio del lenguaje, el equilibrio sobre una bicicleta, la lectura y escritura, los modales y las reglas sociales. En muchos juegos los niños imitan las conductas de los adultos, tanto de la vida real como de las ficciones en los suplementos, el Cine y la TV, pero siempre mantienen una distancia respecto de lo imitado, no se consideran el animal o la persona recreada como entretenimiento infantil, saben salirse del personaje, sea un Dinosáurio, un Súper Héroe, un Médico, un Maestro, un Indio o un Vaquero, un Astronauta, un Piloto de carreras, cualquier figura real o fantasiosa que les provoque imitar. Incluso al jugar a la familia, y hacer el papel de padres e hijos, lo lúdico prevalece, y ningún niño conoce o comienza a asumir el significado de la Paternidad o de la Maternidad, como tampoco puede ser asumida a conciencia por púberes, adolescentes y adultos tempranos.
Las sociedades humanas ponen más énfasis en la Educación, formal e informal, para ejercer oficios o profesiones, que para ejercer responsable y eficientemente los roles del Hogar. Están mejor preparados -en sus respectivos campos- los egresados de Escuelas Técnicas y Universidades, para enfrentar lo que surja en sus respectivos Trabajos, que los dos miembros de una pareja para resolver sus diferencias bajo el mismo techo, y la multiplicidad de retos que derivan del tener hijos y criarlos responsablemente, hasta que sean adultos independientes y útiles, a sí mismos y a la colectividad de la que formen parte. La mayoría de las parejas no se unen formalmente con plena conciencia de las enormes responsabilidades que deberán asumir, más si traen uno o más hijos al mundo. Con poca o ambigua teoría, van aprendiendo con la praxis, a medida que afrontan el peso de sus diferencias individuales (sexuales, culturales, de crianza y de actitud), se amoldan el uno al otro, y alcanzan el equilibrio que permita a cada quien mantener sus características individuales sin perjudicar la relación y el compromiso mutuo. Hay que reducir el egoísmo propio de la individualidad, ambos deben ceder en algunos aspectos, para poder recorrer juntos ese camino que se trazaron, en un recorrido que ofrecerá obstáculos e imprevistos, que pondrán a prueba la fortaleza del compromiso adquirido. Los hijos son una cantera de constantes e infinitos retos, algunos tan extraordinarios que harán mella en los hábitos mentales y los conceptos consolidados de cada progenitor. En el Hogar se pone a prueba -cotidianamente- la resistencia, la capacidad y la manera de ser de cada integrante de la pareja, como individuos y como dueto.
Los padres deben dedicar buena parte de su tiempo a ganarse el sustento, hoy con las madres también formando parte del mercado laboral, por lo que en muchos hogares deben apoyarse, durante el horario de trabajo -por lo general de lunes a viernes- en la prestación de Servicios de atención a los niños en esas edades previas a las que corresponden a la Escuela primaria, Servicios que pueden ser públicos o privados, y han tenido varias denominaciones; Casa Cuna, Kínder, Jardín de Infancia, Pre-escolar, Centro de estimulación temprana, Maternal, en los cuales se hacen cargo de los más chicos, a veces desde que tienen sólo meses de nacidos (hay casos de grandes empresas que ofrecen esa valiosa ayuda en sus propias instalaciones, lo que es una ventaja para la madre, en especial si el bebé está en período de lactancia). Pero para muchos niños cuyos progenitores deben separarse de ellos por motivos laborales, ese espacio lo llenan los abuelos, ya sea a tiempo completo, mientras los padres trabajan, y la criatura no tiene edad para desenvolverse sola (los primeros tres años), o a medio tiempo, cuando ya puede y debe comenzar a socializar con otros niños, y va al Pre-escolar medio día, o los 2 turnos, pero el resto del tiempo en horario laboral, queda bajo la responsabilidad de sus nonos.
Las diferencias esenciales en la relación de los niños con sus padres y abuelos derivan de los Tiempos y la Madurez. Los jóvenes van adaptándose a las situaciones a medida que surgen, y enfrentan cada problema en la proporción del tiempo que puedan dedicarle, restando tiempo de sus otras obligaciones. Los viejos, por lo general, ya cumplieron su Ciclo laboral, se hallan en condición de Retiro, en situación ideal ya resolvieron definitivamente la necesidad de techo, mobiliario, electrodomésticos, tienen menos compromisos sociales (y menos interés por algunos de ellos, como las fiestas y las salidas, que tanto entusiasman a los jóvenes), reducen sus actividades y el ritmo con el que las desarrollan. Los jóvenes se esfuerzan por lograr lo que ya realizó la generación anterior, incluyendo el proceso de adquirir madurez y sabiduría. Son padres y simultáneamente trabajadores fuera del hogar. Los abuelos pueden dedicar más tiempo a los nietos, pero sabiendo que no les queda el tiempo suficiente para verlos adultos, lo que obliga al frenesí en la expresión de nuestro cariño y la permisividad con la que los dejamos hacer sus travesuras. De jóvenes nos sentimos inmortales, de viejos nos sabemos mortales y próximos al final. Nuestra entrega es más intensa, en parte para compensar por el tiempo que dejamos de dedicarle a nuestros hijos por cumplir horario laboral, y en parte por el temor de que esa relación con nuestros nietos pueda interrumpirse antes de que los veamos convertirse en adultos, lo que ya logramos con nuestros hijos. Lo irónico es que los cinco primeros años son fundamentales para la formación de la personalidad, del trato que reciban en ese lapso dependerá su carácter y actitud para el resto de sus vidas. Un niño maltratado será un adulto resentido de poca sociabilidad.
En lo personal me predispuse a favor de la paternidad y el abuelazgo responsables, desde muy temprana edad, a consecuencia de los malos ejemplos que veía y sentía a mi alrededor, de gentes que asumían con negligencia o con agresividad su condición de progenitores, tíos o abuelos, probablemente porque copian la manera errónea y hasta primitiva en que ellos mismos fueron tratados en sus primeros años, aunque existe la opción contraria, precisamente reconocer que así no se debe tratar a los infantes y niños, y asumir el reto de hacer todo lo opuesto, esforzarse por no ser machistas (dejar de seducir engañosamente a las mujeres y procrear hijos por quienes no se van a preocupar, comportarse con la prole con menos responsabilidad que muchos animales, perros, gatos, caballos, pulpos, peces betta, canarios, loros, capaces de enfrentar cualquier peligro y dar incluso sus vidas, en defensa de sus descendientes en su primer estadio de existencia). Repudiaba la posibilidad de tener un hijo a quien no pudiera dedicarme a tiempo completo, lo que en el argot popular se denomina “hijos regados”, a quienes se les niega el disfrute de su Derecho a vivir en un Hogar Consolidado, con un padre y una madre que velen por la criatura y le garanticen una crianza idónea, suficiente en lo material y amorosa en lo espiritual.
Tanto me había  preparado para la paternidad responsable que, durante un periodo en que estuve convencido de que era estéril (por una información ambigua referida a un incidente que pudo afectar mi fertilidad, en mis primeras semanas de vida), acepte la opción de adoptar en el futuro, lo que implicaba que mi pareja estuviera de acuerdo. Desde mi soltería, mucho antes de casarme, fui adquiriendo regalos para mis futuros hijos, y cuando estos (tres hembras, un varón) entraron en la adolescencia, fui comprando juguetes para mis futuros nietos. Si acumulaba objetos para ellos, con mayor razón crecía dentro de mi cerebro el inmenso amor que guardaba para cada uno de ellos, desde antes incluso de ser concebidos, por lo que hijos y nietos fueron amados desde el momento en que supimos, mi esposa y yo, que habían sido gestados. Los niños no llegan solos al hogar, con ellos (algunas cosas antes), vienen la Cuna, el Corral, el Coche, los Teteros, los Pañales (hoy escasos, de difícil y humillante obtención, junto con la Leche y las Medicinas), los juguetes (que aumentan de tamaño y cantidad con cada cumpleaños, y se distribuyen por todos los rincones de la vivienda, nos topamos con ellos hasta en la cocina), los rayones en las paredes, y sus maravillosos sonidos, el llanto, las risas, los gritos, y la infinita satisfacción que sentimos cuando pronuncian cada nueva palabra, en su particular lenguaje; papá, mamá, abelo, abela, papay, mamay.
Quienes tienen el privilegio de ser buenos padres, buenos tíos, buenos abuelos, se distinguen porque a menudo llevan piedritas en los bolsillos, plastilina bajo las uñas, descubren creyones bajo sus cuerpos al acostarse en esa cama donde poco antes daban saltos los chiquillos y, con mucha suerte, reciben de ellos plumas que se encontraron en el patio, a sus ojos un tesoro, y te lo obsequian con generosa intención, o quieren compartir con uno su tiempo frente a la TV, cuando disfrutan de sus dibujos animados o películas favoritas, todo un privilegio. Como sé que sería el mayor de los privilegios poder disfrutar de mis nietos siquiera en su adolescencia, ojalá tenga esa dicha, a mis otros nietos que pudiera no llegar a conocer, les dejo mucho afecto, acumulado en las grandes cantidades con las que he esperado a hijos y nietos. Luciano y Tábata, mis muy adorados nietos, y los que se aparezcan en el mediano futuro, incluso si ya me llegó ese final por el cual nunca nos preocupamos cuando somos jóvenes, con cuya certeza convivimos en la vejez.

NOTA: Este artículo fue publicado en noviembre del 2015, pero como mi condición de bi-abuelo de entonces, ha cambiado y me he convertido en tri-abuelo desde septiembre del 2016, hoy 141017, cuando agrego el escrito a este Blog, debo cumplir mi deber notarial de incluir en este documento a mi tercera nieta, Francesca, que ha venido a triplicar el enorme privilegio de ser abuelo, incrementando el valioso proceso de aprendizaje y crecimiento que deriva del ejercicio responsable y afectuoso de este maravilloso oficio de nietecear.     

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