Bambilandia, un homenaje
4 diciembre, 2011 (publicación original en ND y Analítica)
Era el nombre de un programa infantil de TV muy popular entre los niños, y muchos de más edad, entre los años 1952 y 1966 en Venezuela. Sus creadores fueron Esther B. Valdés, una pianista, cantante y compositora ítalo-argentina, con experiencias en Teatro y programas infantiles, antes de producirlos en Caracas, y Pedro M. Layatorres, nativo del estado Aragua, Maestro, Periodista, músico, poeta, cuentista y libretista, quien también se ocupó de dirigir los programas dominicales, que eran transmitidos en vivo desde los estudios de Televisa, canal privado (que luego pasaría a ser Venevisión) y luego la Televisora Nacional -canal 5, del Estado venezolano-. La señora Esther y el señor Pedro, como respetuosa y cariñosamente les llamábamos los integrantes del Conjunto Infantil Liliput, se dedicaban a tiempo completo a elaborar los libretos, las canciones, las coreografías, la asignación de cada rol a cada niño, según sus capacidades para el canto, el baile, la actuación. Los ensayos se llevaban a cabo en su propio apartamento, al final del pasillo del piso 6 del Edificio Plaza en la esquina de La Pelota, en la avenida Urdaneta de la capital. De martes a sábado, de 5 a 9 pm regularmente, ensayábamos para la ejecución el domingo a las 5 pm, luego de un previo ensayo general en el canal de la Colina. El programa no admitía retrasos ni fallas, por ser transmitido en vivo y directo, (luego llegaría el videotape, que permitiría repetir y editar escenas hasta lograr el resultado óptimo, combinando escenas en estudio con escenas en locaciones distantes, que es lo usual desde entonces en la TV). Bambilandia comenzó en la radio, e inició actividades en Televisa el 20 de junio de 1953.
Escribo lo que mis recuerdos y vivencias me permiten, formé parte de Bambilandia del 57 al 59, por lo que haré énfasis en ese lapso, pues me baso en lo que me consta por haberlo experimentado en carne y satisfacción propias. No puedo referirme con la misma solvencia a los períodos anterior y posterior a mi “pasantía” maravillosa, pues correría el riesgo de errar en mis apreciaciones, pero aclaro que disfruté del privilegio de mantener mis nexos de amistad con la señora Valdés y el señor Pedro durante muchos años, posteriores a mi separación del grupo. Los visitaba esporádicamente, y en 1972 Don Pedro se vino conmigo a Barquisimeto, y durante dos meses compartió con mi madre y conmigo, la ciudad y algunos viejos amigos que reencontró en la capital larense.
El mayor mérito de los creadores y sostenedores de Bambilandia es evidente en estos párrafos que expresan lo esencial de su filosofía: ”Bambilandia no quiso nunca ser una diversión dedicada a los kindergarterinos, se inscribieron mayores de 7 años, no fueron niños prodigio, sino chicos con uso de razón a temprana edad, dispuestos a recibir enseñanzas, capaces de asimilarse a la disciplina de un grupo que funcionaba gratuitamente como una Academia. A Bambilandia no se presentaban aficionados a dedicarle canciones y poemas A MI APÁ, A MI AMÁ, AL PÚBLICO PRESENTE Y AUSENTE. No podía ser, porque este grupo tiene un Reglamento, mantiene un Elenco fijo, un Repertorio propio, de canciones, comedias, poemas infantiles. Fundamentalmente Bambilandia es un Espectáculo Musical, una Revista Infantil, por ello el grueso de nuestra producción es de canciones. Pero Música exclusiva del Conjunto, escrita especialmente para Bambilandia, cuidando escrupulosamente el contenido de las letras, que es donde radica el riesgo del trabajo realizado con niños. No concebimos a un niño de corta edad cantando un bolero pasional, una niña contorsionándose al ritmo de música sensual”. Notable contraste con lo que vemos en algunos programas que se califican de infantiles y adulteran la naturaleza de los niños, obligándolos a imitar a los adultos, lo cual termina degenerando al concepto y a muchos de sus forzados protagonistas.
Por supuesto que, tratándose de niños, sus representantes jugaban un papel importante, eran piezas clave para la salida al aire de cada programa, en la mayoría de los casos fueron maravillosos colaboradores del dueto Valdés-Layatorres, y Bambilandia le debe mucho a la permanente presencia y ayuda de madres y padres que pusieron sus granitos de arena para mantener en alto la calidad del programa en que sus vástagos participaban. Pero el peso primordial recaía sobre los hombros de aquella muy talentosa pareja, a veces aparentemente demasiado exigentes, a veces excéntricos, pero siempre pendientes de los detalles, dando cabida a todos los niños, sin preferencias, al punto de que nos sentíamos como si fuésemos una gran familia (lo prueba el hecho de que el cariño impregna todos los recuerdos de esa vivencia).
Italo y Milvia Césari, Marisol Montesdeoca, Magaly Sayago, Norma Susana Poján, Fernando Sayalero, Marce Medina, Aura Amoroso, otros hermanos: Clarisa y Rosalbina Lares, Carlos y John Ruiz Poleo, Heissy y Luis García, Marlene, Luisa y Tony Montenegro, Zobeida, Paquito y Rodrigo Guerra, Rubén, Jorge y Héctor Henríquez, José “El Bobito” y yo, Esperanza Azuaje, Victoria Mancilla, Isabel Milington, Pedrito Bello, Herminia Martínez, Américo Toth, Carmita Ortega, son los nombres y apellidos que permanecen en mi juguetona memoria, de aquellos tres años que fuimos “familia”. La edad, los compromisos de estudio y trabajo (hice Radio y TV separado de Bambilandia, por la intermediación de la señora Valdés, quien era mi representante artístico), y las distancias geográficas (postgrado en Europa, inmediato al regreso fui asignado al Pedagógico de Barquisimeto) me aislaron de mis compañeros, aunque asistí a una Reunión de “veteranos” en 1971. Aura murió en 1958, sé que Milvia y John también se nos adelantaron, a Marisol he tratado de contactarla a través del e-mail, Fernando y Carlos ya son abuelos (como yo), viven en Bolívar y Caracas, he conversado por teléfono con ambos y les enviaré por correo este artículo, con Ítalo coincidí en el Metro a poco de fallecer nuestra querida Milvia. A Carmita la vi varias veces en ocasión de sus ya lejanas visitas a Barquisimeto por las Ferias de septiembre, Magaly vive acá, pero hace mucho que no nos vemos, Américo (con otro apellido) y Herminia siguen en la TV, y por supuesto, visito a mi hermano en Caracas con la frecuencia que me permiten los 350 kilómetros que nos separan. Pero lamentablemente perdí las pistas de la mayoría, y me encantaría saber de ellos.
Despedí el año 57 en casa de Heissy y Luis, Bambilandia se presentó en el Círculo Militar de Caracas el 6 de enero del 58, son recuerdos imperecederos la piscina y hot dogs de esa tarde , Wolfgang Larrazábal anfitrión, la Billo’s, el dictador MPJ de gala esa noche. Mi padrino Miguel R. Utrera, en su casa de San Sebastián (su pueblo, a donde íbamos varias veces al año), nos despertó al señor Pedro y a mí, muy temprano el 23, anunciando alborozado que cayó aquella dictadura militar. El señor Pedro vio truncarse su valioso proyecto de la Academia Popular de Música en la barriada de Coche, 1972, por sectarismos partidistas (sus alumnos aprendían Teoría, Solfeo y Ejecución de instrumento en pocos meses). Había vuelto a su primer oficio, el Maestro deseaba compartir sus conocimientos y habilidades musicales, heredadas de su padre, quien no sólo tocaba el órgano en las Iglesias, sino que se dedicaba a reparar y afinar esos antiguos instrumentos. El órgano del señor Pedro era, en comparación, uno de reducidas dimensiones, recostado a una pared acompañaba los ensayos en la sala del apartamento.
Nuestros viajes a Aragua y Guárico son parte de lo que más atesoro de mi adolescencia. En su viejo jeep, al que llamaba “Nicanor”, recorrimos las gastadas carreteras que nos conducían de Caracas a San Sebastián o San Juan de los Morros y viceversa (también tuvo un precioso y añejo Volvo, con luces de cruce que salían de la columna entre las ventanas laterales). Usaba a menudo el término “Machalú”, de su inspiración, para referirse a lo que los demás llamamos bolsa o pendejo, matizando las conversas durante las travesías. Cuando estaba con su amigo de toda la vida, el poeta Utrera, las conversaciones eran largas y en su caminar hacían pausas regulares cada tres metros, igual en las calles de San Sebastián como a orillas del Caramacate, el río cercano rodeado de frondosos árboles, en cuyas aguas casi me ahogué al lanzarme en un pozo que supuse de poca profundidad, y del cual salí casi gateando desde el fondo, mientras los dos entrañables amigos permanecían imperturbables en su rutina conversatoria, ajenos a mi penuria.
En una ocasión nos llevó a José y a mí a Puerto Cabello, era diciembre y disfrutamos de una patinata en el Malecón, que al amanecer culminaba con los más osados lanzándose con todo y patines (winchester por supuesto), por encima de unas enormes rocas, al frío mar. En San Juan de los Morros me presentó a la familia Singer, a quienes visitamos varias veces, los mayores eran amigos del señor Pedro. Aparte del poeta Utrera y los Singer, el mundo personal que conocí del señor Pedro era muy reducido, su esposa Esther, el hijo adoptado por ambos, Pedrito, de quien supe hasta su adolescencia, dos antiguos compañeros de sus días iniciales en el Periodismo, a quienes reencontró en Barquisimeto, Casta J. Riera y Manuel Felipe López, únicamente recuerdo a otra persona que formó parte de su equipo durante mucho tiempo, Fredy Pancini, el fotógrafo a cargo de los testimonios gráficos del Conjunto Infantil Liliput, un lote de imágenes cuyo paradero ignoro y que sería importante recuperar. Sé que Fredy se casó con una venezolana, tuvieron un hijo, y vivían en Luxemburgo, donde ejercía de Traductor (me visitó dos veces en Barquisimeto, a finales de los 70, pero no he sabido más de él). Su genuina y escogida familia fuimos los miembros de su selecta y excelente Academia y, para algunos fue como un padre. Son muchos los recuerdos, (en el diario La Esfera publicaba una página semanal, que es valiosa referencia), pero resaltaré el final de una poesía, por resumir el humor que destilaba en sus obras el músico y periodista: “No era una perra sarnosa, era una sarna perrosa, con figura de animal”. Les agradecemos a ambos; crecimos con sus enseñanzas, nos honraron con su amistad, y hoy les rindo este sencillo homenaje, en nombre de todos los que quedamos en deuda con los muy queridos “señora Esther y señor Pedro”.
Un muy cariñoso saludo a todos los que integraron Bambilandia, ruego disculpen las omisiones de algunos nombres, fechas, sucesos, pero el padre tiempo es implacable, y cuando se es sexagenario es imposible no sufrir de ciertas lagunas en el amplio espacio de nuestros recuerdos. Por favor, si entre los lectores, con suerte están algunos de los que hicieron posible la maravilla que fue Bambilandia, o algún relacionado, pariente, amigo, refiéranles este escrito y díganles de mi parte que debemos re-unirnos, aunque sea de manera virtual. Les dejo acá mi dirección electrónica, por si alguno tiene información pertinente, o desea restablecer aquellos inolvidables lazos del más inocente, fructífero y remoto quehacer infantil. Mil gracias.
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