De caraqueño a
barquisimetido.
Edgard J. González.-
Nací (dic 45) en la Maternidad
Concepción Palacios de Caracas, en el pequeño y sobrio edificio que está en
una esquina de la Av. San Martín, a poca distancia de la hermosa iglesia de Palo Grande y la entrada a El Guarataro. A su lado
construyeron, a comienzos de la democracia, un alto y moderno edificio, donde atienden
los partos y cesáreas (allí fue por
muchos años Supervisora de Enfermeras
mi madre), el viejo edificio quedó para actividades administrativas y conexas
con la labor sanitaria. Y viví hasta los 22 años con ocho meses, en la
urbanización Artigas, hecha durante
la presidencia de Isaías Medina Angarita,
casas pareadas de una o dos plantas, sin
espacio para vehículos pues eran muy pocos los que había en aquella ciudad
de los techos rojos de los años 40, el garaje se incorporó a las viviendas a mediados
de los años 50. A 3 cuadras de mi casa materna quedaba la Casacuna, donde con 5 años de edad aprendí a leer y escribir. Ambos,
Maternidad y Artigas, son parte de la parroquia
San Juan, en la que transcurrió la mayor parte de aquel primer trayecto de
mi existencia.
Excepto por 11 meses que pasé en la ciudad de Mérida, donde estudié en el Colegio Fátima. A pocas horas de estar
en el salón de Kinder, una monja advirtió
que ya yo dominaba lectura y escritura,
ese mismo día me colocó en primer grado.
Mis otras vivencias fueron caraqueñas de pura cepa. 2º, 3º y 5º grado en el colegio Interamericano en El Paraíso,
4º grado interno en el San José del
Ávila, a cargo de unos monjes
benedictinos, y 6º grado en el colegio
San Agustín de La Fuente, El Paraíso, donde conocí y me hice adicto a los
deliciosos helados de Crema Paraíso
(la original, luego abrieron sucursales
en Santa Mónica y Las Mercedes). Los Sundaes
de fresa o melocotón a dos bolívares, el extravagante Banana Split, canoa plástica con bolas de mantecado, chocolate y
fresa, sobre dos mitades de un cambur, mucho sirup y crema Avoset batida sobre cada pelota, por Bs 2,50. Las diez
cuadras desde y hacia mi casa las caminaba con placer.
En aquella Venezuela el
mejor Bachillerato se obtenía en los liceos públicos (luego fue lo
contrario), y mi madre me inscribió en el Liceo
Andrés Bello, el mejor y más tranquilo, aunque quedaba muy lejos de mi
domicilio. Allí cursé de 1º a 3º (con Fernando Coronil Ímber, Sara Meneses
Ímber, Jorge Blanco Ponce y Tirso Álvarez de Lugo), clases mañana y tarde, lo que me obligaba a quedarme en las
cercanías a mediodía, a veces iba con compañeros de estudios a Los Caobos, otras veces jugábamos en el
Parque Carabobo, con las estatuas de
Narváez vigilándonos desde el centro
de aquel espacio arbolado y agradable. Pero los retardos debidos a problemas en
la ruta del bus La Vega-Carabobo, recargaban de notas mi libro de vida (llegar al salón después de las 8.05 era una falta
grave) y pasé a ser alumno del Liceo de
Aplicación, justo al frente del Instituto
Pedagógico de Caracas, donde luego estudié y me gradué de Profesor en Geografía e Historia.
Para ingresar al IPC había durante 4 días, exigentes exámenes, incluido uno
médico, 600 presentamos, 300 aprobamos, y 60 nos graduamos, en 1968, cursando años lectivos de septiembre a julio, con
nota previa y examen final que podía frenar el acceso al siguiente año. En
esa época, cuando sólo faltaba el acto de Graduación (que se celebró en el Auditorio nuevo, más pequeño que el
antiguo, demolido para la construcción del complicado viaducto “La araña”), el Ministerio de Educación enviaba la lista
de los que se graduarían, y cada uno podía escoger la región en la que prefería
que le asignaran el cargo, entre 9
regiones en que el M. de E. dividía administrativamente el territorio nacional.
Así, cada quien quedaba en su terruño, o cerca de sus querencias. Cuando tocó
mi turno, dije 10, y la excelente y
querida Pfsra. Duilia Govea de Carpio
(quien luego fue la primera rectora de
la UPEL), a cargo del procedimiento, se rió y me preguntó dónde quedaba esa
región. Le explique que, con 22 años y energía de sobra para estudiar, no me
atraía la opción de ir directo a un liceo, sino la de ampliar mis horizontes académicos y personales, haciendo un
postgrado en Europa (hasta ese momento era sólo un empeño mío). Ella optó por
plantearlo a todos sus colegas del Departamento de Geografía e Historia, y
acordaron solicitar al M. de E. una beca
para que yo cumpliese ese objetivo, y al regreso me incorporara al personal
docente de mi Alma Mater (sin ser adeco ni copeyano). En septiembre del 68 mi paisaje se impregnó de Támesis, Big Ben, Buckingham, Hyde Park,
Victoria Station, en las cercanías la Davie´s School (donde mejoré mi dominio
del idioma inglés), los Beatles, y Harrod´s, la famosa tienda de la cual fui
vecino por 7 semanas, frente a nuestro Consulado, en Knightsbridge.
En enero del 69 comencé mi Research en la Universidad de Cambridge, a 75 minutos
de Londres en el siempre puntual
servicio ferroviario británico. Mi paisaje pasó de ser el de la dinámica
metrópoli, al de pueblo con alto prestigio académico y permanentes exigencias
formativas. El año escolar de la escuela, el liceo y el Pedagógico, se transformó en tres trimestres, de enero a diciembre, 5
trimestres bajo la supervisión del Profesor
Clifford T. Smith, y actividades de lunes a viernes en la Escuela de Geografía de Cambridge. Mi vínculo
con la parroquia San Juan de Caracas, tuvo una reconexión, pues fui asignado al
Saint John´s College, como miembro de la Universidad. Recesos largos en Semana Santa, verano y navidades. En vacaciones
viajé varias veces en tren (Bélgica,
Alemania, Holanda, Escocia, las dos Irlandas), una vez en avión (de Glasgow a Belfast), durante semanas en el Morris Mini Minor del amigo mexicano Ignacio
Madrazo (Francia, las dos Alemanias, Checoeslovaquia, Austria, Suiza,
Italia). En febrero del 70 adquirí una camioneta Land Rover usada, y en ella, con el volante a la derecha, recorrí
parte de Inglaterra y Gales, Francia, Portugal, España, Andorra, Marruecos, Mónaco, Italia, Yugoeslavia,
Grecia, Bulgaria, Hungría, Turquía, Rumania
(donde falló la dirección del vehículo y un accidente me obligó a vivir en Sibiu, Transilvania, por casi 4 meses,
de agosto a diciembre del 70, lo que impidió mi retorno a Venezuela, a tiempo para incorporarme como docente del
IPC al iniciar el año escolar septiembre 70 julio 71. Regresé por barco, era más barato y me permitía traer todos mis “macundales”
en viejos baúles. 20 días de travesía; Salí de Southampton en el Montserrat,
veterano buque español que hizo escalas en Galicia,
Tenerife y Trinidad. Llegué a La
Guaira el 15 de enero del 71, y ya el M.
de E. me tenía asignado al Instituto
Pedagógico de Barquisimeto, porque se regía por semestres, y en breve asumiría mis labores docentes. Aquel choque
me impidió seguir siendo caraqueño, aunque
visitaba la capital con frecuencia, gradualmente me fui barquisimetiendo.
EJG y la noble y útil Land Rover en Liverpool, Inglaterra mayo 1970.
EJG y la noble y útil Land Rover en Liverpool, Inglaterra mayo 1970.
Una amiga que vivía en la Urbanización Fundalara, al este de Barquisimeto, varias veces me
comentó que algunas de esas casas, cuyos precios iniciales fueron de Bs 27.000, estaban siendo revendidas
porque quienes las adquirieron se
atrasaron con las cuotas mensuales de pago y Fundalara las recuperó. Que
incluso con alguna ampliación, una habitación, un baño, sus precios no
superaban los Bs 32.000. De manera
que, a finales de abril del 72,
hacen ahora 48 años, y con la intención de comprar una de esas casas pequeñas y
baratas, fui a las oficinas de Fundalara en Patarata, y tuve la enorme suerte de ser atendido por el señor Ferrer quien, al indicarle mi
específico propósito, por alguna feliz
intuición suya, me preguntó mi profesión
y sitio de trabajo. Al comunicarle que era Profesor en el Instituto
Pedagógico de Barquisimeto, él me preguntó ¿y
por qué no se compra una casa en Los Libertadores?. Se refería a una
Urbanización también construida por el organismo público Fundalara, en 1970, que comenzó a venderse en 1971, cuya avenida principal yo había
recorrido muchas veces, pero sobre la cual pesaba la negativa referencia de que
eran “viviendas muy caras, sólo para
ricos”. Don Ferrer, al conocer mi
prejuicio, me dijo en tono
sugestionador y convincente, ¡ No hombre, hay varios modelos, la más barata
cuesta Bs 78.000 y la puede adquirir
con un crédito hipotecario !. Y sin
darme tiempo a responder, le ordenó a un empleado que tomara las llaves de
cinco casas del modelo pequeño y me las mostrara. Aquello fue “tumbando y capando”, me dí el lujo de
escoger entre cinco casas de modelo pequeño, con dos pisos y balcón, 130 metros cuadrados de construcción, 525
de terreno, y me decidí por la que miraba hacia el sur y la montaña de Terepaima
(aunque luego levantaron tantos edificios que ya esa vista no es posible, pero
al norte estaba -todavía está- un
cuartel, algo que afea cualquier paisaje y casi cualquier país). Mi sueldo era de Bs 2.800 mensuales, 651,16 dólares, y la
cuota no llegaba al 25% del sueldo, el 75% me alcanzaba para vivir satisfactoriamente.
Sin embargo, había un escollo. La normativa de Fundalara exigía venderle a profesionales casados,
y preferentemente con hijos. Un amigo y colega del Pedagógico, Chabol, al saber de esto, se ofreció
para ir conmigo a hablar con el presidente de Fundalara, a quien él conocía, el
Arquitecto Alejandro Dappo, y la
venta se decidió, con la mediación de Chabol y la aceptación de Dappo de mi alegato; “Tengo 26 años y soy
soltero, pero no soy homosexual, y
pienso casarme y formar un hogar con esposa e hijos. Aunque, a diferencia
de la mayoría de los jóvenes, yo he procurado primero formarme académicamente, tener un trabajo formal con ingreso
suficiente, y madurar como persona, las tres cosas ya las logré, ahora busco el techo propio para no
copiar el irresponsable comportamiento de quienes preñan sin tener oficio, ni ingreso, ni casa, y muy frecuentemente sin intención de hacerse cargo de la mujer
y la prole. Dappo, con quien mantuve amistad hasta su muerte hace pocos
años, se sonrió y dio el visto bueno
a la operación. Pagué de inicial Bs 14.500
(los 500 eran para el abogado encargado de elaborar los documentos, cuando
terminé de pagar el crédito hipotecario, que fue al 9% de interés fijo y a 15 años, porque 20 me parecían
demasiados, la tarifa del abogado fue de Bs 5.000). Como referencia útil,
indico que los apartamentos de “La
Barquiñola” (hermoso conjunto en la Av. Lara, cuyo diseño incluyó en planta
baja, locales para una farmacia, una lavandería, un restaurant), se ofrecían
por Bs 111.000 en el primer piso, y
el precio aumentaba Bs 1.000 por cada piso. En Los Libertadores y La Barquiñola
costó captar compradores, en esa
época la potencial clientela, de
clase media, consideraba que este sector del este de Barquisimeto estaba “muy lejos”, en las antípodas de lo
actual, es el sector más buscado. Esa fue otra razón por la cual Dappo accedió
a venderme la casa, Luego de 16 meses en oferta, más del 40% se mantenía sin interesar al mercado de adquirientes,
algo inconveniente para cualquier empresa pública o privada (En La Barquiñola
fue peor, la compañía que instaló los ascensores demandó a los constructores
por retraso en los pagos, ¿cómo pagar si no vendían los apartamentos, por “caros y mal ubicados”?).
Firmé el documento de compraventa en la oficina de Casa Propia, que estaba ubicada en la
esquina NW de la calle 32 con avenida 20, todavía
no terminaban su propia torre, en la esquina NW de la calle 33. En mayo del
72 me instalé en mi casa “nueva de
paquete”, y es imprescindible señalar que la electricidad y el agua por tubería, fueron servicios de los que
disfruté desde el primer día, y que CANTV
y SERVIGAS me hicieron su cliente en cosa de muy pocos días. En 1975, ya con todas las casas de la
primera etapa vendidas (5 modelos, 2 de dos plantas, y 3 de una sola planta,
con diferentes áreas de construcción), Fundalará usó las parcelas en la avenida
Páez de Los Libertadores, al borde Este, colindando con la Av. Los Leones, para
construir casas de un sexto modelo,
la planta baja con dos niveles, que se vendieron por Bs 163.000. Una rareza de Los Libertadores: Las casas van numeradas
del Nº 1 al Nº 235, pero en total son 233 viviendas, no hicieron las correspondientes
a los parcelas 60 y 71. En EEUU el temor al Nº 13 hizo que muchos
edificios no tuvieran piso 13, ni habitaciones de hotel con ese número,
considerado de mal agüero. En los
Libertadores fue para ofrecer más áreas
verdes.
Casa 160, Av. José F. Ribas 2, Urb. Los Libertadores. Recién mudado, mis tres únicas pertenencias eran el Ford Mustang 68, que aparece estacionado en el área de garage de la vivienda, y dos camas plegables (una para mi mamá). Todavía no le sembraban grama al frente.
Algunos amables lectores
hallarán interesante este relato tan
personal, porque siendo jóvenes les ayuda a conocer partes de esa época que también vivieron sus padres o
abuelos. Otros con más edad descubrirán
ciertas coincidencias con sus propias experiencias, aunque hayan ocurrido
en otros lugares. Pero además de esos dos objetivos, esta narración pormenorizada sirve al propósito de retar a jerarcas del
destructivo y muy corrupto castrochavismo, a comparar aquella moneda y nuestro poder adquisitivo con el salario actual de $10 al mes, y la democrática oferta de becas, trabajos o viviendas con el embudo de hoy, sectario, impagable. O
explayarse con lujo de detalles, nombres y cifras, respecto de sus propias
vivencias. Por ejemplo, Maduro, contándonos
sobre su nacimiento, su infancia, su niñez, con los datos del instituto
asistencial donde dio sus primeros berridos, el jardín de infancia, las
escuelas y los compañeros con los que fue aprendiendo cómo discursear adulterando la realidad y negando sus propias e intensas responsabilidades,
y la difícil dualidad de experimentar simultáneamente todo eso en dos ciudades,
de países vecinos, pero muy distantes entre sí, ya que entre Cúcuta y Caracas hay 854 Kmts. O el camarada Diosdado, sincerándose sobre su aguerrida actuación del 4F92, y aquella
descarga, no de ametralladora o fusil apuntando
a quienes defendieron la Constitución y la Democracia, sino la descarga de su vejiga, abochornando sus pantalones, cuando
alzó los brazos y no utilizó el mazo ni una sola vez. Y lo interesante que
resultaría la detallada narración de las peripecias
que tuvo que hacer y los obstáculos
que superó el general Carlos Rotondaro,
para ir apartando de su modesto sueldo, mes tras mes, año tras año, la cantidad
suficiente para, por fin, adquirir el
pent house de sus sueños, en el sector Saint Germain de París (su precio, seis millones de euros), amueblarlo,
cancelar puntualmente impuestos
municipales, condominio y salarios del personal de servicio (mínimo dos,
para labores de cocina y de limpieza). En similar entrevero debe hallarse el
inefable y muy refinado Jessy Chacón,
allá en Austria, con obligaciones de
pago parecidas a las del tovarish
Rotondaro, pero que en su caso incluyen manicure, pedicure, y otros
gastos afines, pertinentes a su delicada
personalidad. Cada lector conoce a varios revolucionarios que deberían
hacer este ejercicio de relatar sus denodados sacrificios para “ahorrar” millones de dólares,
resguardarlos en paraísos fiscales o mediante testaferros, y -con total descaro- mantener que no han
robado. Yo puedo explicar cada ingreso y cada egreso en mis finanzas. ¿Pueden
ellos?.
"El futuro es esencialmente impredecible e incierto mientras que el pasado completamente definido. Por lo tanto nos movemos de un pasado definido a un futuro incierto." .. saludos profesor
ResponderEliminarNarración muy interesante, pues nos envuelve mentalmente a las situaciones, sitos y demás aspectos de su vida, que parece que fue ayer que ocurrieron.
ResponderEliminarSigo con el comentarior anterior, hoy 19 12 2020
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