Por
Escocia, las Irlandas, Gales e Inglaterra.
Edgard
J. González.
En la vacación de diciembre 1969 viajé por tren a conocer
Escocia, al norte de Inglaterra (que junto con Gales e Irlanda del norte conforman el
Reino Unido). Luego de visitar Edimburgo,
al SE de Escocia, seguí al NE a visitar un amigo en Aberdeen, un compañero del Saint
John´s College en Cambridge, estudiante de Música, Alex Wilson. Él y sus padres fueron muy amables anfitriones, y pude conocer parte de esa bucólica ciudad y
sus alrededores, en una pequeña camioneta con dos asientos delante y espacio techado
para carga detrás. Alex me había invitado
a esquiar, pero al llegar al sitio donde alquilaríamos el equipo y nos
dedicaríamos a esa actividad, sin bajarme del vehículo vi la empinada colina donde se deslizaban
docenas de esquiadores, y le confesé que el
ser tropical que yo era, por nada permitiría que la ley de gravedad me hiciera
su víctima en esa peligrosa pendiente, y proseguimos haciendo turismo de muy bajo riesgo, con algunas
escalas para tomar fotos de paisajes
rurales y urbanos, e interior de iglesias. En junio de 1970 disfrutamos de la
celebración universitaria llamada May
Ball, en Cambridge, que incluye
actos culturales, competencias de punts (canoas) en el río Cam, y fiestas bajo
carpas (sobre la grama, únicos días que los estudiantes pueden pisar el césped)
con trajes de gala, abundantes buffets,
y desayunos en posadas a orillas del río. A finales de 1970 regresé por barco, en travesía de 19 días desde
Southampton a La Guaira, parando en puertos de Galicia, Tenerife y Trinidad. Todavía no sé cómo extravié la libreta donde anoté las
direcciones de mis amigos de esa época, y dos décadas después, con las
maravillosas opciones que comenzó a ofrecernos la Internet, traté de averiguar esas direcciones perdidas, pero me
topé con el modo de ser inglés, que
a mi solicitud de esa información -debidamente identificado como ex alumno- me
indicaron que “iba contra las normas por
tratarse de datos particulares”. La misma respuesta obtuve cuando les
propuse que le enviaran a ellos mis direcciones (de casa y el e-mail). En 2018 descubrí que aquel Cambridge se había flexibilizado en algunos aspectos, Ya Saint John no era sólo para varones,
y supuse que la rígida normativa sobre las direcciones de los ex compañeros había
caducado. En efecto, la encargada de
organizar la data sobre los alumnos y ex alumnos resultó ser muy amable y eficiente, y pude contactar a
algunos de los que compartieron vivencias
académicas y turísticas conmigo. Lamentablemente, la actualización no fue
agradable en dos casos; Alex, mi
amigo escocés, dedicaba parte de su tiempo libre a su afición de escalar montañas y falleció al caer a un precipicio en 1974,
con apenas 28 años de edad. Y mi amigo mexicano, Ignacio Madrazo, con quien además de ser vecinos en Cripps Building, edificio premiado por
su Arquitectura en el 68, fui compañero de viaje turístico en agosto/septiembre
69, recorriendo en su Morris Mini Minor
Francia, las dos Alemania, Checoeslovaquia, Austria, Italia y Suiza, falleció
en un accidente de helicóptero en
1998 en México.
Edgard J. (izq) y Alex (der) con sus damas (el caballero de la dama del medio, está tomando la fotografía), en el May Ball de Cambridge 1970.
De Aberdeen fui a Inverness, la ciudad más al norte de
Escocia, más nieve y hermosas montañas. El viaje
a Glasgow, al SW, consumió 7 largas horas en tren, las dos primeras me
conformé con mirar por la ventana, pero en ese vagón venía un joven ciego, David Shearer, acompañado de su perra lazarillo, Shona, y me puse a conversar con él
buscando que ambos saliéramos de
nuestras respectivas soledades. Me dijo que vivía en Glasgow, ciudad
industrial, pero trabajaba en Edinburgo de lunes a viernes (no recuerdo por qué
había estado en Inverness). La conversa
nos amigó, y al salir de la Estación decidí acompañarlo a su casa,
relativamente cerca en autobús. Ocupaba un cuarto pequeño, en el cual había un sofá, su ancha cama y la cama perruna de
Shona. Era 31 de diciembre y David
me invitó a despedir el año 69 con él, ofreciéndome en derroche de
amabilidad su cama, que él dormiría en el sofá. Por supuesto no acepté crearle esas incomodidades, y
me fui de nuevo al centro, conseguí una habitación barata y pulcra en la posada de la YMCA. Me di un
reconfortante baño y salí como a las 9.30 pm en busca de mi cena. Lo único que
vi abierto fue un restaurante chino
en un primer piso, pero estaban cerrando (raro, porque el nuevo año lo celebran
los chinos en otra fecha). Las siguientes horas disfruté de un maravilloso evento que me hizo casi
sentir que estaba en Venezuela rodeado
de familia, evento que narré en artículos cuyos enlaces les dejo abajo. Por ello, el 1º de enero de
1970 sentí cierto remordimiento al
imaginar que mientras yo disfruté de una noche muy agradable y en buena
compañía, David debió aburrirse en esa
transición del 69 al 70. De modo que fui a visitarlo y me contó que estuvo hasta casi el amanecer festejando
con sus amigos en esa calle, se bebieron dos
botellas de buen whiskey -escocés of course- y muy probablemente él
disfrutó más que yo y por más tiempo
aquella noche.
David (izq) Edgard J. (der) y Shona, indiferente a la cámara. 311269
De Glasgow viajé en avión a Belfast, en Irlanda del norte,
donde el grave conflicto entre la
mayoría protestante y la minoría católica mantenía la tensión en alto, con
el IRA (Ejército revolucionario de
Irlanda) cometiendo atentados y el ejército
inglés vigilando en los sectores más encendidos. Por tomarle una foto, un soldado inglés en medio de un círculo de
alambradas de púas, me apuntó con su rifle, más como mecanismo de defensa
que como amenaza real. Vi un conjunto de casas de dos pisos, muy angostas y
antiguas, destruidas por sus propios
ocupantes, católicos, para forzar a las autoridades, protestantes, a asignarles
parte de unos apartamentos que estaban casi terminados a poca distancia, una
manera de contrarrestar el sectarismo
en favor de los adjudicatarios de religión protestante. ¡ Cuánta violencia y
tragedias han provocado las simples
diferencias de creencias de cada grupo dogmáticamente “enemigo” !.
De nuevo en tren
viajé al sur y en Dublín hallé la urbe
con más tiendas de objetos, libros, imágenes de figuras del catolicismo, de
toda la Europa que recorrí. Como era habitual, busqué alojamiento cercano a
la Estación del Tren (yo entonces viajaba con una maleta más grande y pesada que una osa mascota, debía recortar los
trayectos desde y hacia el tren). Pagué tres días por adelantado, sin ver la
habitación, en un hotel del Salvation
Army, y era un cubículo de dry Wall de 3 x 1,5 mts, deprimente. Hice de
tripas corazón, me bañé en el baño común, y salí a pasear, con la suerte de
toparme con un grupo de jóvenes
estudiantes de Texas que turisteaban por Dublín. Conocí a Christine, hermosa y muy simpática, quien
me presentó al profesor a cargo del grupo y me invitaron a seguir con ellos el
tour en su autobús. La invité al cine, esa noche fuimos a ver “Las sandalias del pescador” con
Anthony Queen de Papa en el Vaticano. Ese
film dura más de dos horas, durante las cuales el frío afuera había
aumentado y al salir nos sorprendió a todos, y los que debían tomar un taxi no respetaban el orden habitual en el
ámbito inglés al que yo ya estaba habituado. Varias veces nos empujaron
cuando estábamos a punto de ingresar a un taxi, hasta que opté por dejar las maneras inglesas y meter a Christine en el
próximo taxi, rumbo a donde se hospedaba su grupo. Yo caminé hasta mi
cuchitril, a varias cuadras del Cine, pero al tocar la puerta un hombre en una
ventana del 2º piso “me informó” que la hora
tope de ingreso en ese sitio era las 12 pm (no me lo dijeron cuando pagué,
pero no atendió mi justo reclamo, y sólo eran como las 12.15 pm). Luego de
varios intentos infructuosos, fui hasta una cabina telefónica en la calle, y solicité auxilio a la policía. Fue un deja vu de mi pasado, me ignoraron como
si fuesen policías de país bananero,
a pesar de decirles que me mataba el intenso
frío. De nuevo, y a patadas en la puerta, logré que el encargado se
asomara, y lo convencí de que me
devolviera mi maleta, la cual lanzó afuera, en un abrir y cerrar de puerta
rapidísimo. Caminé con mi insoportable maletón, hasta encontrar un hotelito tan
confortable, con ambiente musical y eficiente
calefacción, que pude dormir sin pijama, al estilo “comando”.
Christine, en Arklow, cerca de Dublin, Irlanda, ene 1970.
Ya reincorporado desde
enero a mis actividades de Research
en el primer trimestre académico de 1970, en febrero adquirí en una subasta de
vehículos militares, una camioneta Land
Rover y con ella hacía turismo cercano, en Inglaterra y Gales, los fines de semana. En uno de esos paseos,
topé con una tienda de “antigüedades”
que exhibía parte de su mercancía en la
calle, y al curucutear descubrí una silla
mecedora sin las patas curvas largas que las distinguen. Tenían un
ingenioso mecanismo de resortes que permitían
balancearse hacia atrás y adelante, aunque luciera como una silla normal de
cuatro patas iguales. El tendero no
aceptaba cheques, y yo no tenía las 9
libras que costaba la maravillosa mecedora. Me acompañaba un amigo
venezolano, que no se entusiasmaba como yo por aquel raro y seductor mueble, y se negó a prestarme el efectivo,
alegando que era una mala compra. Tuve que conformarme con “llevarme la mecedora” en una fotografía. Nunca más he visto una
igual.
El tendero apoya su mano sobre la mecedora sin patas curvas, Gales marzo 1970.
Ya cercana la fecha
de la salida de la Motonave Montserrat
para retornar a Venezuela, descubrí en Cambridge una casa de subastas de objetos usados, en la que -para mi asombro- un juego de sofá y dos poltronas en buen
estado, al que yo calculaba un precio de al menos cien bolívares, luego de
varias pujas comenzando por pocos chelines, era vendido al que ofertó el
equivalente a ¡ tres o cuatro bolívares ¡.
Allí adquirí dos alfombras “persas” y un
rifle Diana de aire, que disparaba balines (el cual me decomisó arbitraria y retrecheramente el funcionario a cargo de
revisar mi equipaje, en la aduana del
puerto de la Guaira, como para que no me quedaran dudas de a donde
regresaba. Lo más probable es que sus
hijos hayan disfrutado por mucho tiempo jugando con MI rifle). La compra
más valiosa que hice en esa subasta de los viernes, fue de un piano vertical, bien conservado y bello, tan antiguo que al
levantarle la tapa de arriba, salía abisagrado hacia el frente un atril de metal para colocar las
partituras. La tentación por aquel
hermoso instrumento fue incrementada por su increíble precio, lo compré por una libra esterlina (Bs 10,80). Lo peor fue que, como ya había vendido mi Land Rover, tuve
que pagarle a un tipo con una camioneta pick up otra libra, para trasladarla
hasta la habitación que yo alquilé por el poco tiempo que me restaba en
Cambridge, y la landlord me exigió que
sacara el piano, porque -otra vez el modo de ser inglés- era probable que no le gustase al
estudiante que ocupaba ese cuarto durante los trimestres regulares. Así que
tuve que buscar a mi amigo Simón, y una
carretilla plana de 4 ruedas, para trasladar aquel hermoso piano hasta la
residencia de una amiga, a la que no le
importunaba tener mi reliquia en sus dominios. Ya no había tiempo para
tramitar la inclusión del piano como
parte de mi equipaje, lo más voluminoso ya lo había llevado a Southampton, además
salía muy caro, de manera que -por única
vez en mi vida- actué como un padre
irresponsable con una “criatura” a la que adoraba pero no podía llevar
conmigo.
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