Dos causas
casi huérfanas.
Edgard J.
González.-
Iba a titular este artículo “Dos causas
huérfanas”, debido a lo infructuosos que han sido mis esfuerzos por convocar
personas de relevancia nacional, a quienes compete este proyecto, y deberían
sentirse obligados a defenderlas en virtud de sus posiciones en la dinámica
socio-política del país. Pero dado que organicé su descripción y los argumentos
que justifican su existencia, soy su progenitor, y de allí el “casi” del título
definitivo. Toda causa nace de la iniciativa de una o pocas personas, pero sin
apoyo cuantitativo y cualitativo, no logran, primero difundirse, y luego
consolidar su propósito esencial.
Desde hace años he intentado iniciar una campaña con doble propósito, pero no he
logrado el apoyo de personas con alguna cuota de poder, a quienes compete el
doble tema (diputados a la AN, directivos de Gremios de Periodistas, Abogados,
Académicos, Universitarios y ciudadanos en general) y tendré que iniciarla
solo, esperando que en el camino se sumen algunos, preocupados por estas dos
causas;
1.
Defender la Libertad de Expresión, en todos los casos en que esa expresión
identifique al autor y promueva la VERDAD y los principios de la Democracia y
la Civilización moderna. Y me refiero más concretamente, a defenderla de las
rutinarias arbitrariedades de los que, en el ámbito de lo público y de lo privado,
establecen límites, topes, censura, a todo contenido que perjudique sus
intereses (partidarios, gubernamentales, comerciales, familiares, etc). No sólo
los funcionarios de regímenes abusivos aplican mecanismos de censura parcial o
total a los textos (noticias,
reportajes, entrevistas, artículos de opinión) que consideran lesivos a sus
intereses, también jerarcas de la empresa privada (TV, Radio, Prensa escrita
analógica y digital) presionan para evitar que ciertas verdades se difundan,
porque afectan sus reputaciones o intereses varios, o simplemente por imponer
sus criterios, caprichosos o arbitrarios, en lo cuantitativo y cualitativo. A
eso hay que ponerle claros límites legales.
2. Resguardar el patrimonio de lo publicado.
En prensa impresa y en prensa digital (virtual) tenemos un bagaje cultural valiosísimo, acumulado durante siglos, en el caso
de la prensa impresa en papel, de al menos tres décadas en la digital. Pero
todo ese material, que es parte de la gran imagen
de lo que hemos sido y somos, plasmada y analizada desde el punto de vista
de periodistas y articulistas, no está al alcance de la mayoría. En el caso de
lo publicado en papel, muy pocos países ofrecen la opción de revisar los
periódicos microfilmados o digitalizados, y el patrimonio digital es borrado cada cierto tiempo del almacén virtual
donde cada diario o portal lo mantiene, por un lapso que depende de la
discreción y la conveniencia de los dueños y jerarcas del medio. De manera que no tenemos acceso a la mayor parte de las
noticias y opiniones publicadas en papel, a lo largo de los recientes 200
años, y regularmente sólo mantienen almacenado y ofrecido al público en
general, una porción -la más reciente- de lo publicado en INTERNET, pues para “actualizar” cada sitio, borran parte
de lo que publicaron, dejando sólo lo más reciente. Imaginen que las
bibliotecas, a las que POR LEY deben ser enviados ejemplares de cada diario y
de cada revista o publicación impresa, decidieran deshacerse de todos los libros, diarios y revistas “viejas”, para dar
espacio a lo nuevo. Eso es inconcebible ¿cierto?. Pues es lo que ocurre con
lo digital (y parcialmente con lo impreso, al no digitalizarlo). Las
generaciones futuras tienen DERECHO a conocer lo que se comunicó por escrito (y
por radio y TV) a nuestra generación y las anteriores. No es justo ni lógico
que desaparezcan los artículos de José Ignacio Cabrujas, Mario Vargas Llosa,
Arturo Pérez Reverte, Fernando Savater, Javier Marías, Martín Caparrós, Rodolfo Izaguirre, Íbsen Martínez, Laureano Márquez, Leonardo Padrón, Alberto Barrera Tyszka, Héctor Abad Faciolince, Sergio Ramírez, por
nombrar sólo algunos, porque a los
dueños-jerarcas de los medios donde fueron publicados les parece que
mantenerlos almacenados digitalmente por 4 o 5 años es más que suficiente.
En apretado resumen, esos son los dos propósitos de mi bifronte campaña,
y espero que algunos la asuman como propia, le hacemos un beneficio a la civilización del futuro, similar al que derivó de la
invención de la escritura, que
produjo el inicio de la Historia, la
invención de la Imprenta, que multiplicó con creces la exigua cantidad de
textos que hasta entonces eran muy pocos y elaborados a mano, lo cual estimuló
y democratizó la lectura y el
conocimiento, y muchos otros avances civilizatorios.
El grado de arbitrariedad que viola o reduce
el Derecho de Expresión varía de acuerdo
al medio, a la posición de quien hace de censor, a las circunstancias sociales,
económicas, políticas, del momento (de manera ortegaygassetiana), e incluye
el nivel de mojigatería vigente en
cada tiempo, así como de la intensidad y
el estilo de quien redacta la noticia, el reportaje, el editorial, el
artículo de opinión, o realiza la entrevista. Todos esos elementos se
combinan para ampliar o reducir el grado de permisividad que hará posible
la publicación del texto, sin modificaciones, sin adulteraciones, sin
mutilaciones, y en casos extremos producirá la prohibición total de que sea
publicado, por órdenes del Jefe de
redacción, el Director del medio, el alto funcionario gubernamental o el
empresario que considere inconveniente lo que contiene el texto sometido a
censura parcial o total.
Como quiera que he sido articulista de opinión desde finales de 1971, mis escritos
aparecieron en diarios analógicos, impresos en papel, ocasionalmente en El Informador, Quinto Día, El Nacional, El
Larense, (en El Impulso durante 34 años), y desde 1999 publico en formato
digital en Analítica, del 2009 al
2018 publiqué en Noticiero Digital
(donde gradualmente me fueron limitando hasta forzarme a no colaborar más con
ese portal donde abundan las
arbitrariedades y el gatopardismo). Tengo autoridad y experiencia para denunciar las irregularidades que
atentan contra la Libertad de Expresión
y contra la conservación de ese muy
valioso bagaje cultural, y debo nutrir la denuncia genérica con
señalamientos concretos, que refuercen la argumentación básica para luchar por
estas dos causas, aunque el énfasis esté
a la escala del articulismo de Opinión.
En ocasión de visitar la sede administrativa
de Tal Cual, en 2007, me enteré de
que no publicaron un breve artículo mío en el que sustentaba un reclamo válido dirigido a un cantante local muy
famoso, “porque ellos habían publicado la semana previa un reportaje elogiando
a ese artista”. Alegué que mi reclamo
iba con mi nombre y apellido, y no involucraba al diario, que debió
publicarlo. Se disculparon, y a los pocos días recibí un e-mail en el que me
informaban que tendría un espacio fijo
quincenal para mis opiniones. Nunca se concretó esa oferta.
Con cierta regularidad envié a la sección “Cartas a la redacción” de Quinto
Día, comentarios sobre la situación del país, que enviaba acompañado de mis señas particulares, las cuales el
diario indicaba que no serían publicadas, que eran exclusivamente para
identificar al lector. Pues Quinto Día
publicó uno de mis comentarios más intensos contra el régimen castrochavista,
con todos mis datos, dirección, teléfonos, y por supuesto recibí amenazas de dogmáticos
incondicionales del caudillete bastardo y bipolar. Les hice el reclamo
correspondiente y suspendí mis
comentarios en ese semanario impreso.
En el portal ProDaVinci, debidamente registrado y autorizado para dar mi
opinión, a menudo mis comentarios
desaparecían, cuando cuestionaban parte de algún texto, aunque fuesen argumentados con validez y respetando el
idioma castellano. Insistía en reponerlos y al cabo de un tiempo fui bloqueado por señalar contradicciones,
falsedades o exabruptos en las afirmaciones de los sagrados del portal, que
optaba por rechazar las críticas para mantener la virginidad y la infalibilidad
de algunos de sus escribidores. Uno de ellos mantenía que una fotografía en la
que aparezca una persona, aunque sea en primer plano, ¡no es un retrato si la persona no está mirando a la cámara !. Otro
afirmó, en alarde adulatorio hacia la
minoría inmediatista alzada en armas durante los años 60, que el primer poeta venezolano que escribió en
forma coloquial entendible para el pueblo, fue Caupolicán Ovalles. Y yo
simplemente respondí que según ese enfoque, no existieron Andrés Eloy Blanco y Aquiles Nazoa, que fueron indudablemente superiores al
ungido del mujiquita jalamecate. Sería muy alienado quien no vea la
violación a la libertad de expresión, y la grave ofensa a la verdad que buscaban
ocultar.
Esa hipersensibilidad
que salta en injustificada defensa
de los articulistas del medio, aunque
con ello protejan las mentiras y falacias que algunos de sus textos contienen,
no es exclusiva de los medios venezolanos, también afecta espacios en la red de portales originados en otros países,
pero si nos detenemos a detallar ese otro flanco, incurriríamos en mucho abarcar y poco apretar.
Algunos
Jefes de redacción no tienen claras las diferencias de su oficio y el de los
caporales de finca en tiempos del Latifundio. He recibido respuestas inapropiadas,
irrespetuosas, o violatorias del Derecho de Expresión, derivadas de la sobreestimación que ellos hacen de sí
mismos, subestimando a los que contribuyen a llenar con textos de calidad
los espacios de los medios en que son temporalmente los encargados de organizar
el contenido que ofrecerán al público. Sus
excesos van desde modificar el título o
parte del contenido del artículo de opinión, hasta negarle publicación, y
los motivos que alegan para ejecutar estas violaciones incluyen 1. “que infringe el
manual interno” (que no han dado a conocer, y no se puede aplicar un
conjunto de normas que sólo conoce y maneja el mandamás), 2. “Por mencionar
por nombre y apellido al culpable de las irregularidades, faltas, delitos,
denunciados en el texto”, lo que beneficia a los criminales manteniéndolos en
el anonimato, 3. “Que supera el, tope máximo de caracteres con espacio establecido por el
medio”, lo cual siempre ha tenido
vigencia en los diarios analógicos, restringidos por su tamaño y el volumen
de papel que requieren (generalmente eran una o dos cuartillas), pero en los medios digitales no existen esos límites,
y es inaceptable que al trabajo
intelectual que se invierte en la elaboración de un artículo de opinión, que
depende esencialmente del estilo y la inspiración del autor, pretendan homogeneizarlo, uniformarlo, obligando
a todos a seguir un formato reducido, cuando en la praxis hay articulistas que redactan textos muy breves, y otros necesitan de
mucho más espacio para expresar completas sus ideas sobre determinado tema.
En Democracia hay variedad, no se puede
exigir a quienes suelen escribir artículos de dos o más cuartillas que se
limiten a una sola, como sería abusivo exigirle a quienes suelen escribir menos
de una cuartilla, que aumenten a dos o tres porque ese es el criterio de los
capataces del medio. Las limitaciones que rigen en Radio, TV y medios
impresos, donde Tiempo y Espacio son unos tiranos, no funcionan igual en
formato digital, lo que debiera permitir
que cada articulista desarrolle sus puntos de vista, sus análisis, su opinión
en las dimensiones que cada tema y su propio estilo le exijan, sin que deje
de ser un artículo. ¿Qué habría sucedido si criterios arbitrarios le hubieran exigido a Shakespeare, Cervantes, Dante
Alleghieri, que redujeran a la mitad sus obras? ¿Si un editor hubiera
exigido que García Márquez se limitara a escribir “Sesenta años de soledad”?, ¿Si a Cabrujas, que ocupaba media página semanal en El Nacional, lo
hubieran restringido a un cuarto de página?. ¿Cómo sería el mundo actual, si esas y otras obras valiosas hubieran
desaparecido al cumplir 5 ó 10 años de ser publicadas, para dejar espacio a
nuevas obras?. ¿Tenían derecho los
editores a cambiar los títulos o los contenidos de esas producciones
excepcionales? ¿Imponer que el Quijote
se desarrollara en Grecia, trasladar a Romeo
y Julieta de Verona a Munich, que Cabrujas no hiciera referencia a la realidad venezolana, que Padura no mostrara las crudas verdades
sobre Mercader y Stalin, que Vargas Llosa no hubiera compartido sus
intimidades con la Tía Julia?.
Y la
mojigatería también participa. Textos que son esencialmente dirigidos a personas adultas, reciben
censura por intercalar palabras que otrora eran impensables en una lectura para damas y caballeros, pero en la contemporaneidad son de uso regular
en términos coloquiales. García
Lorca escribió “La flor en el culo del muerto”, García Márquez tituló uno de
sus libros “Memorias de mis putas tristes”. Y aun encontramos “moderadores”
que se escandalizan con términos de uso
cotidiano en cualquier ambiente, de barrio bajo, de urbanización clase
media, de obreros, estudiantes, profesionales, literatos, deportistas,
políticos. No se pueden juzgar
expresiones del siglo 21 con parámetros de siglos previos.
Editores, Directores y Jefes de Redacción,
Presidentes y Ministros, no son los
patronos de quienes nos muestran las realidades y las fantasías de su inspiración
y estilo, en libros, en folletos, en artículos. Lo que deben cuidar es el
respeto por el idioma, la calidad de los argumentos, el atractivo de la
historia o el análisis, tal y como los redactan, en textos que pueden ser
cortos, medianos o largos.
¿Merecen solidaridad y
esfuerzo estas dos causas, o seguimos enfermiza y tercamente apoyando sólo la histeria de Greta, la adolescente que
abandonó el liceo y su versión del calentamiento
global, o el creciente pánico del coronavirus,
como si no existieran otros problemas graves, y otros factores -naturales y
correspondientes a la dinámica terrestre-, que han modelado el planeta por millones de años y también participan en las
crisis que están de moda, además del culpable único tradicional “de los
políticamente correctos”, el Capitalismo?
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