Esta es la segunda
dictadura de Nicolás, que me encabrona.
Edgard J. González.-
Uno piensa que la Historia se
desarrolla siempre avanzando, que con el paso de los años y las experiencias la
Humanidad aprende a no tropezar de nuevo con la misma piedra, pero resulta que las
sociedades no aprenden ni avanzan al mismo ritmo, hay porciones de ellas que
ignoran lo esencial del pasado, por lo que tienden a repetirlo, otras aunque
sepan que lo ocurrido en determinadas épocas y espacios fue inmensamente
negativo, insisten en esos esquemas, como empeñados en quitarle la razón a los
científicos, que afirman que un experimento con los mismos elementos y
condiciones producirá los mismos resultados. La inviabilidad de los
colectivismos basados en torcidos axiomas marxistoides, la erradicación de la
propiedad privada, el centralismo y la economía planificada, la imposición del pensamiento
y partido únicos, y la represión a toda disidencia, es un modelo que ya fracasó
docenas de veces y, sin embargo, muchos actúan como si eso no hubiera sucedido,
otros persisten en aplicar esa receta fallida, como quien juega el mismo número
en la Lotería, confiado en que la enésima vez sí saldrá de primer premio.
De septiembre de 1968 a diciembre
de 1970 viví en Europa, en calidad de becario de postgrado del Ministerio de Educación, a
proposición de mis profesores del Departamento de Ciencias Sociales, en base a
mi rendimiento académico (nunca fui ni siquiera simpatizante de AD o COPEI,
pero -a pesar de las múltiples falacias y vicios que le atribuyen a la mal
llamada “cuarta república”, quienes mal gobiernan desde 1999- entonces no
prevalecía el sectarismo y el clientelismo que caracteriza al actual desorden,
se daba prioridad a los méritos antes que a la incondicionalidad partidista, y
miles de beneficiados por becas del M. de E. y del Plan de becas Gran Mariscal
de Ayacucho pueden dar fe de ello, salvo muy probablemente los alienados a
quienes les consta que los gobiernos del 59 al 98 favorecían con esas ayudas,
en la gran mayoría de los casos, a quienes demostraban vocación y eficiencia
estudiantil. No hacía falta disfrazarse de militante del partido de gobierno
para obtener una beca, y muchos ñángaras recibieron diversos tipos de ayudas y
cargos del oficialismo blanco y verde, no obstante haber estado involucrados en
la aventura guerrillera, que tanto daño causó al país. Su dogmatismo y mediocridad
personal les impide reconocer esa y otras muchas verdades, hipotecados a las
versiones falseadoras de la realidad que con el mayor cinismo sostienen.
Aquella Europa ofrecía la doble
ventaja de las relativas cortas distancias a salvar para recorrer varios países
en corto tiempo, y la fortaleza de nuestra moneda junto a un conjunto de
precios que hoy denominan solidarios, ambos elementos permitían hacer
fructífero turismo a bajo costo, ya fuera viajando por tren, por avión, en
autobús, en vehículo particular (era usual compartir el pago de la gasolina con
el propietario del carro), y -por supuesto- el sistema más barato de todos,
pidiendo cola, un aventón, pues constituiría una tercera ventaja la Seguridad
que caracterizaba a todo el viejo continente (hoy disminuida por la mayor
afluencia de grupos de delincuentes de toda laya que se mueven con mayor
facilidad entre países, desde que la Unión Europea funciona. Ahora las
fronteras tienen menor capacidad de frenar y filtrar a los indeseables,
provenientes de países de la misma UE, y proliferan las amenazas de los
extremistas afiliados a cualquiera de los fundamentalismos terroristas que interpretan
sus credos de manera enfermiza, para justificar la violencia y las atrocidades
que cometen. Las condiciones de los años 60 a los 90 no generaban el cúmulo de
justificados y nuevos temores que hoy producen esos factores ultra agresivos,
tanto a la población en general, como a los turistas en particular.
El caso es que en Inglaterra los
estudios universitarios y de postgrado tenían tres trimestres al año, y entre
ellos se intercalaban períodos de asueto, que dadas las ventajas ya
mencionadas, permitían visitar espacios de diferentes idiomas, culturas,
regímenes políticos, en los lapsos vacacionales normales y a precios incluso
asequibles para estudiantes dependientes de una muy modesta beca. Disfruté
mucho cada paisaje, cada pueblo, cada ciudad, cada país que tuve ocasión de
conocer, pero a los efectos de este artículo, voy a concentrarme en los países
donde imperaban esquemas de gobierno nada democráticos; Recorrí al Portugal
sometido por la dictadura de Salazar, la España bajo la bota falangista de
Franco, la Grecia escarnecida por las arbitrariedades de los militares, y fui
testigo temporal de la opresión de títeres locales que seguían las estrictas
directrices emanadas de la casa matriz del Comunismo, la URSS, cuyos esquemas y
órdenes dominaban todos los aspectos de la vida social, económica y política en
Checoeslovaquia, Hungría, Bulgaria, Alemania oriental y, quizás con menor
intensidad, en la Yugoeslavia al mando de Tito, debido a tres factores; 1. El
tenso equilibrio que existía entre los diversos grupos étnicos reunidos en ese
país (que luego de terribles enfrentamientos se dividieron y formaron seis
pequeños países) 2. La personalidad del Mariscal Tito, que pudo mantener en
aparente armonía esa difícil amalgama (que comenzó a agrietarse a su muerte, en
1980) y 3. La ubicación de Yugoeslavia en el mapa europeo, más distante del
centro de poder en Moscú. A medida que degeneraba la situación en la URSS se
relajaban sus controles de los países satélites de la segunda potencia mundial,
y luego de su colapso definitivo en 1991 hicieron implosión las diferencias
étnicas que tras cruentas guerras, disolvieron a Yugoeslavia en los años 90. Pero
fue en Romanía donde me correspondió vivir en dictadura, pues la recorría en
calidad de visitante temporal, y un desperfecto en la dirección de mi camioneta
(se rompió el sinfín) ocasionó que chocara con una gandola que circulaba en sentido
contrario al mío. Yo venía de Bucarest, la capital, al sureste, y ese accidente
me obligó a permanecer en Sibiú, en pleno centro de Romanía, perteneciente a
Transilvania, la tierra asociada a los vampiros de la antigua ficción, el Conde
Drácula su más famoso personaje.
El clima dictatorial que se podía
fácilmente apreciar en cualquiera de los países controlados por el imperio
soviético, la permanente y ostentosa vigilancia militar y policial, los
controles y la falta de libertades, se hicieron más patentes, más tangibles,
cuando dejaron de ser algo temporal y ajeno para el turista que había sido, y
pasaron a ser algo constante y cercano, cuando me convertí en residente
obligado de aquella franquicia de la URSS, sometida a las arbitrariedades de
Nicolae Ceaucescu, un dictador cruel, que a su vez recibía lineamientos de Brezhnev, el Capo di tutti capi en la Maffia
roja. Los rumanos que tuve el privilegio de conocer durante los 4 meses que
permanecí en Sibiú, eran gente amable y solidaria, pero sin excepción al hablar
se comportaban como un ventilador de mesa, invariablemente miraban a ambos
lados varias veces, para cerciorarse de que no estuviera cerca algún soplón
(patriota cooperante como denomina a los sapos el vocabulario chavista). La
paranoia oficial era tal, que habituados a que la absoluta mayoría de los
turistas visitaran la capital (lo que hace el turista promedio, va a las
ciudades principales), la presencia por tiempo indefinido de tres extranjeros
(me acompañaban mi hermano y un primo) le causaba desconfianza a la policía,
siempre dispuesta a ver “un espía, un agente de la CIA” en todo desconocido, y
por más de dos meses tuve que ir semanalmente a la Comisaría policial, a
tramitar un permiso por 7 días, debiendo soportar el trato déspota del Jefe a
cargo (le decían “Tato”), que me trataba casi como si yo fuese un delincuente
(sabiendo que era estudiante y estaba esperando que repararan mi vehículo, para
reanudar mi viaje “de placer”). De alguna forma logré comunicarme con nuestro
embajador en Bucarest y plantearle mi problema con ese funcionario. Debió ser
muy contundente la diligencia efectuada por nuestro representante en Romanía,
pues el siguiente viernes, en lugar del habitual mal rato que Tato me hacía
pasar, me dio un permiso ilimitado y hasta me ofreció una taza de café. Mi
memoria falla respecto de ciertos nombres de lugares o personas, y sinceramente
lamento que una de esas lagunas deje en el anonimato a ese compatriota que se
portó de maravillas conmigo. Trataré de recuperar su nombre, mientras tanto le
hago llegar mi profundo agradecimiento por su valiosa ayuda, que incluyó
enviarme, dos veces, paquetes con ejemplares recientes de El Nacional, que
devoré con fruición y me permitieron ponerme al día con la dinámica de mi país,
del cual había estado desconectado por varios meses.
Como en todos los países donde el
esquema Comunista procede a repartir lo ajeno, para ganar indulgencias con
escapularios que otros elaboraron, también en Romanía expropiaron las viviendas
medianas y grandes, para meter en cada una a tres, cuatro y hasta cinco
familias, sin hacerlos propietarios y con la espada de Damocles constantemente
amenazándoles de desahucio, si sus comportamientos fueran inconvenientes para
el régimen. Casa, empleo y libertad forman parte de los bienes que el estado
distribuye, y usa como mecanismo de chantaje y extorsión, a fin de disciplinar
a la población y garantizarse al “hombre nuevo”, que acepte las migajas y
limitaciones que el poder central distribuye, sin criticar ni reclamar. Deben
más bien agradecer por el hacinamiento y las carencias, o su situación pudiera
empeorar.
Los representantes del Automóvil
Club, Wolfgang y Schneider, otras dos personas que superaron mis expectativas y
tuvieron el más servicial y amable trato para con nosotros, en las difíciles
circunstancias del accidente, fueron mis interlocutores (en inglés), mis
acompañantes, su enorme rústico ruso, con un largo tubo amarrado a sus dos
ejes, se convirtió en la grúa que trasladó mi camioneta chocada unos 12 kilómetros,
desde el sitio en la carretera donde ocurrió la colisión hasta el Taller (del
Estado, como todo) en Sibiú. Costó convencer al Ingeniero Iou Ioan de que
autorizara el ingreso, porque él argumentaba que era un vehículo capitalista, y
allí se encargaban exclusivamente de vehículos socialistas. Luego me llevaron
al Hotel Imperatul Romanilor, grande, sobrio, señorial, donde la recepcionista,
Olga (a quien debo también agradecimiento), con mucha discreción y nerviosismo
me indicó que ese hotel era costoso (ya medio pueblo sabía del choque y de los
tres sudamericanos barbudos, jóvenes y estudiantes, ergo, sin dinero), por lo
que a sotto voce me sugirió la opción de alquilar una habitación en una casa de
familia, lo que a la larga resultó mi salvación, pues mi estadía de meses no
habría sido compatible con mis raquíticas finanzas, y esa opción no sólo era
cinco veces inferior en el precio del hospedaje, sino que pudimos convivir con
varias familias, que llegaron al extremo de protegernos y se ganaron nuestro
afecto: En lo mejor de mis recuerdos siempre estarán los Mot, Román, Tsabra, Cojocariu,
y otros que nos ayudaron a salir airosos de esa complicada situación, en
tiempos de muy difícil comunicación (en las antípodas de la actual dimensión,
con teléfonos celulares, correos y transferencias electrónicas en instantes).
La caída del Muro de Berlín, repercutió en todos los satélites de la URSS, del
89 al 91 colapsaron esas dictaduras, un efecto dominó que aumentó la praxis
democrática y la prosperidad en Europa.
Aquel Nicolás, Ceaucescu, junto a
su esposa y cómplice de fechorías, borrachos de poder y de prepotencia,
abusaban de sus privilegios, apretaban los cerrojos, convencidos de que aquello
sería eterno, y en diciembre del 89 los sorprendió a ambos un juicio sumario, y
de inmediato su fusilamiento, castigados por apenas una mínima porción de los
muchos crímenes y vejaciones que cometieron, pero durante esas sus últimas
horas supieron en carne propia que no siempre los verdugos mueren de viejos, y
que la impunidad del poderoso, que aparenta ser inexpugnable, tiene sus
resquicios, sus grietas, sus fisuras, y que de tu entorno saldrán tus jueces y
ejecutores. Hoy nadie le rinde pleitesía a los Ceaucescu, no hay estatuas ni
retratos ante los cuales deban rendir inmerecidos honores los ciudadanos
sometidos por su poderío, nadie grita las consignas que eran habituales. Hoy
son parte de la basura de la Historia y sus nombres están asociados a la ignominia
y la vergüenza. Quienes pretendan reproducir varias décadas después, el
oprobio, el anacronismo, la corrupción, los fracasos y el entreguismo en
beneficio de caducos remedos de imperios, tienen altas probabilidades de
reproducir el final que encontraron Hitler, Mussolini, Noriega, Gadaffi,
Ceaucescu, marchitas las glorias que creyeron haber alcanzado. Sus restos serán,
más que cenizas, excrementos.
20 abril, 2015.-
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.. me encanta tu, siempre buena, narrativa profe .... viajé contigo ... Gracias por compartir
ResponderEliminarInteresante escrito, estimado amigo. yo ando por estas mismaa páginas como: lapsusca.blogspot.com saludos
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